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València, ¿music city?

Frente al proyecto de posicionar la ciudad como referente musical, el sector sufre de varios males que en València se han cronificado

3/09/2019 - 

VALÈNCIA. El pasado 2 de abril, a pocas semanas del maratón electoral, Joan Ribó y Gloria Tello presentaban en el Palau de la Música la “Estratègia de desenvolupament i posicionament de València com a Ciutat Musical”, un plan que el máximo responsable del consistorio y la encargada del área de Cultura en el mismo, resumían en la voluntad de que “València sea una Music City”. El sello Music City en realidad no es una denominación oficial, sino algo que se autoproclamará la propia ciudad, como una marca turística. Sí que existen redes público-privadas de ciudades musicales, como la que promueve la consultora Sound Diplomacy. La UNESCO también tiene una distinción de Cities of Music, que ya ostenta Sevilla.

La realidad es que València cuenta con un tejido musical, tanto de creación como de afición, envidiable a nivel nacional e internacional. La presencia de Berklee, la imponente red de bandas musicales, los macrofestivales estivales… Iniciativas normalizadas en el territorio pero que pocas regiones pueden igualar. También es verdad que las ciudades que ya tienen afianzada esta marca de Music City, y a las que València aspira a parecerse, como Austin en Estados Unidos, Melbourne en Australia o Toronto en Canadà, cuentan con un tejido mucho más estable y no tienen los frentes abiertos de la música en la ciudad. ¿Cuáles son estos? ¿A qué retos se tiene que enfrentar València antes de sentirse orgullosos por ser una Music City?

“No es necesario competir con las grandes capitales. La clave es ver la materia prima que uno tiene y adaptarse a las características de cada territorio, incluso ser colaboradores. Hay ciudades musicales especializadas en un género, como puede ser el jazz, o ciudades como Nashville, que no tenía músicos, pero decidió invertir en sellos y estudios de grabación. Hizo un lugar atractivo con el que ha acabado atrayendo a los artistas que no tenía. Un ejemplo genial es el del fundador de la discográfica Third Man Record, Jack White, quien decidió trasladarse de su Detroit natal a Nashville porque esta ciudad le permitía estar en contacto con más músicos. Porque eso también cuenta. El tejido social pueden ser los músicos o tener espacios para relacionarse, actuar o grabar juntos un disco”, contaba Paloma Medina, miembro de Sound Diplomacy en 2016, cuando ya se planteaba que la ciudad posicionara la música como uno de sus motores sociales y económicos.

La iniciativa musical privada languidece

La programación musical en la ciudad hierve cada fin de semana, especialmente los meses previos al verano. Sin embargo, la agenda cultural parece ser un espejismo en el que en realidad las salas de conciertos, los grupos de música y la iniciativa privada en general, sufren más de lo que parece. “La convivencia con los festivales es muy difícil, sobre todo con la gente joven”, contaba Pepe de Rueda, de la sala 16 toneladas a este diario el pasado mes de noviembre; “solíamos cerrar en agosto y cada vez se hace más complicado aguantar la sala abierta durante julio”, añadía en la misma pieza Lorenzo Melero, de Loco Club.

Foto: KIKE TABERNER

Una de las causas es el desinterés creciente por la cultura del público valenciano, otro, la sobreoferta o la mediatización de los festivales, que destacan siempre sobre la programación regular de las salas. Pero también la programación gratuita, cada vez más habitual, en centros e instituciones públicas: “Que el ayuntamiento o quién sea organice cosas gratis está realmente bien, pero también deberían apoyar a las salas privadas que mantienen la programación durante todo el año y se juegan dinero en cada bolo”, comentaba De Rueda hace unos meses.

Pero no solo existe un problema de contraprogramación. El negocio musical no solo se ha de medir en la exhibición, sino en el proceso total de creación. Y València vuelve a fallar en eso: en los últimos meses han cerrado tiendas de discos, salas de concierto, que se unen a cierres anteriores de estudios o discográficas. Comercializar música en la ciudad es ahora más difícil que nunca.

Cuando tocar puede ser un delito

Otro de los grandes problemas que lastra el tejido musical en la ciudad es, sin duda, los problemas burocráticos y legales a los que se enfrentan empresas promotoras y músicos por hacer algo tan común en una potencial Music City como programar un bolo. Por una parte, está la legislación de los grandes festivales, cuyas burocracias hacen de su celebración casi un asunto de voluntad política. Por otra parte, siguen sucediendo casos en los que el consumidor sigue sin estar protegido ante la mala praxis de algunas citas musicales.

De lo grande a lo pequeño, queda pendiente el encaje legal de los bares culturales. A pesar de que ha pasado más de un año desde que Abacu (la asociación que les reúne) presentara al Ayuntamiento su propuesta definitiva de regulación para poder desarrollar actividades musicales sin tener que enfrentarse a una sanción administrativa y económica, la concejalía de Espacio Público del Ayuntamiento de València sigue sin tomar la iniciativa para poner a punto esta legislación.

Foto: ESTRELLA JOVER

Y la misma concejalía tiene pendiente regular también la música en la calle. Bien conocido es el caso de Borja Catanesí, guitarrista distinguido como el mejor músico callejero del mundo, que acumula hasta tres multas en València por tocar con amplificador. No es el único caso, si el tejido de músicos y músicas en el territorio es tan amplio, ¿por qué la ciudad no lo explota en sus calles como sí lo hacen otras grandes ciudades de España y europeas, con Berlín a la cabeza?

La profesionalización de la música, un tema pendiente

¿Es Music City una ciudad en la que sus músicos no pueden vivir de sus creaciones? Esta pregunta no tiene una respuesta cómoda, ni la tendrá a corto plazo, porque la cantidad de grupos que tienen la capacidad de “triunfar” y poder rentabilizar su música para que se convierta en un trabajo y no en un hobby, es una mínima parte.

Esta situación es denunciada sistemáticamente por el Sindicat de la Música Valenciana (SIMUV), que compartieron el pasado mes de junio algunas de sus principales luchas de cara a la temporada de festivales. Entre ellas, algo tan básico en otros sectores como que la empresa de de alta en la Seguridad Social a quiénes trabajan para ella, un convenio de precios digno, o que su trabajo no tenga que ir apoyado por marcas comerciales con las que pueden no estar de acuerdo.

Con todo esto, además, no deja de ser irónico que el edificio donde se anunció esta estrategia para ser Music City, haya acabado cerrado para acometer labores urgentes de rehabilitación, que en este momento lo hacen inutilizable. València se queda durante, al menos, una temporada sin uno de sus centros más importantes. Parte de su oferta musical se ha cancelado, otra se está recolocando en otros centros, pero los problemas del edificio, del que se debate la implicación o dejadez del consistorio, no son un asunto menor.

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