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El último cartucho del comercio valenciano

2/11/2020 - 

VALÈNCIA. Como cada mañana, Olegario levanta las persianas del emblemático establecimiento que lleva su nombre en pleno centro histórico de València. Son más de 80 años de historia y atención al público, desde que en 1940 abriera sus puertas. Un comercio con solera de la ciudad que resiste los vaivenes del mercado. También Rosa, propietaria de una pequeña tienda de mercería en la Plaza Redonda, acusa la bajada de afluencia. Tanto es así que por las tardes ha decidido no abrir sus puertas. Muchas tardes esperando la llegada de algún comprador, pero las jornadas pasaban y acababan en 'blanco'. 

Historias diferentes, pero entrelazadas. El mismo guion: El comercio valenciano sufre y en el horizonte muchos no atisban ningún halo de esperanza. En tiempo de coronavirus, con muchas familias tocadas por la crisis y negocios al borde del abismo, cada día se escuchan más historias del mismo cariz.

Han sido muchos meses de intentar reflotar los negocios, con calles vacías, miedo a salir de casa y sin ninguna ayuda en la mayoría de casos. "Las convocatorias que lanzaron tanto Ayuntamiento como Generalitat iban para aquellos que antes la solicitaran y a la mayoría no nos dio tiempo a pedirla. Nos han dejado solos", lamenta Maite, propietaria de una pequeña tienda de moda de mujer en el entorno de la plaza de la Reina. La ausencia de turismo, los cambios de las conexiones al centro de la ciudad y el teletrabajo han disminuido el tránsito en esta zona del cap i casal y muchos locales no han soportado esta asfixia y se han visto obligados a cerrar. La fotografía en muchas vías de València es dramática: persianas bajadas y cada vez más carteles de 'disponible' en los bajos de las principales calles de la ciudad.

Los pequeños comerciantes del centro que siguen al pie del cañón viven con desazón el nuevo día a día. Muchos pasan jornadas enteras sin clientes. Hay resignación, pero sobre todo desánimo, al ver que los negocios que con tanta ilusión abrieron poco a poco se marchitan. Algunos incluso tienen claro que será la campaña de Navidad el último cartucho que agoten antes de tomar una decisión más drástica. No es fácil. Han sido meses presentando batalla, pero los gastos fijos, como el alquiler, la luz o el agua, siguen y los ingresos no alcanzan para sobrevivir. Quieren aguantar, pero muchos se sienten agotados y ahogados.

Foto: EDUARDO MANZANA

Un duro golpe para un sector como el comercio, que en la Comunitat Valenciana cuenta con 61.000 pequeñas empresas y que emplea a más de 210.000 trabajadores. “La supervivencia del pequeño comercio está en juego, literalmente", advertía recientemente Rafa Torres, presidente de la patronal Confecomerç, quien urgía a la administración a poner en marcha un plan de choque para salvar al tejido empresarial.

Este es el caso de Kala, una tienda que regenta Jon Galfarsoro desde hace siete años en la plaza Redonda, en pleno corazón del centro histórico del cap i casal. Un entorno que ha visto como lentamente el trasiego y el bullicio en sus calles iba enmudeciendo. Los visitantes extranjeros han desaparecido y eran un cliente básico en la mayoría de establecimientos que llenan este emblemático enclave de la ciudad. "Hay mucha menos gente. Antes venían cruceristas y turistas y todo eso ha desaparecido", señala. Una ausencia que también ha tenido su impacto en las ventas de la firma, que acusa una caída del 90%. "Sin ellos estamos condenados", subraya el gerente del local.

No en vano, la firma no descarta una reubicación en otro punto de València con mayores perspectivas de negocio. Por mucho que se haya conseguido una rebaja en las rentas, la situación es insostenible, porque los gastos fijos siguen, y los ingresos no equilibran la balanza. "Esta siendo un año muy complicado. La caída es abrupta y no hay casi clientela", lamenta.

Rosa Tomás, encargada de una tienda de encajes y bordados que lleva su nombre, ubicada también en la plaza Redonda, ya no abre por las tardes. Ha tenido que tomar esa decisión porque, según reconoce, pasaba parte de esa jornada de brazos cruzados y acercándose al bar a tomar un café mientras esperaba que algún curioso se acercase a su tienda. Sin Fallas, fiestas populares, ni Semana Santa y con la incertidumbre sobre el futuro, su negocio se resiente.

"Ha tocado reinventarse", explica. Ha tenido que dar el salto a las redes sociales, impulsar los encargos e incluso el reparto a domicilio. También ha ampliado su abanico de productos, con bordados a mano que ella misma confecciona aprovechando las tardes que no atienda al público. "El comercio está muy tocado. La gente tiene miedo de salir de casa, pero tú no puedes parar y estar quieta", explica. 

Los accesos al centro, otro duro golpe

El comercio del centro de la ciudad no acusa únicamente la caída de visitantes, también una menor afluencia de tráfico por la falta de accesibilidad. Y es que, según denunciaba hace una semana la Asociación de Comerciantes del Centro Histórico de València, "las nueve líneas de la EMT que modificaron su recorrido a su paso por el centro suponen ahora tan sólo el 22% de los usuarios, una cifra que evidencia la caída notable en el número de viajeros, que no encuentra en el transporte público un medio eficaz". A su juicio, esto ocurre por "los desvíos por Colón y una línea C1 poco efectiva, que sustituye a otras que antes acercaban al centro a unas 25.000 personas al día y que ahora mismo representa poco más de 1.000 personas". "Y ahora, más que nunca, los comercios del centro de la ciudad necesitan recuperar el trasiego para poder levantar cada día la persiana", reivindicaba esta asociación.

"Es que ya no pasa nadie. Tengo clientas de cierta edad que ya no vienen a la tienda porque el autobús más cercano les deja en Capitanía", se queja Maite, propietaria de una tienda de ropa en la calle de La Paz. "Si a la pandemia le sumamos las peatonalizaciones y la falta de conexión con el centro de la ciudad, el futuro es negro. Yo no veo la luz al final del túnel", lamenta. Sus ventas se han visto disminuidas y tampoco ha recibido ayudas. 

Desde su ventana ve comercios próximos al suyo que no han podido resistir y han tenido que bajar definitivamente la persiana. "Esto parece la fase 0, en la que todo estaba cerrado. Están dejando morir al centro", señala. Largas jornadas esperando la llegada de clientes. "Nos sentimos abandonados. Hay horas en la que no entra nadie. Ya no hay alegría", afirma. Una situación límite que le ha llevado a tomar una decisión: si en dos meses el negocio no repunta, podría despedirse para siempre. "Mi último cartucho es la Navidad", sentencia.

Devolver la vida a las calles

Adolfo López, uno de los socios de La Postalera, negocio de souvenirs y regalos artesanos y con un toque diferente, hace frente a esta coyuntura gracias a un préstamo ICO con el que "aguanta" hasta que la situación empeore. Asegura que mientras había turismo, el negocio funcionaba con mucho tirón, pero ahora las calles están vacías. "El problema del centro es que se ha vendido al turismo. Frente a otros barrios con vida propia, en El Carmen ahora no hay nadie por la calle", señala. Por esta razón, son los clientes locales los que ahora mantienen a flote el negocio con sus compras.

"El comercio de proximidad es lo que permite que las ciudades estén llenas de vida. La gente ahora debe tirar de artesanía y producto local para salvarnos. Nosotros podemos aguantar, pero los comerciantes necesitamos que la gente compre y no entre, mire lo bonita que es la tienda y se vaya sin comprar, porque no somos un museo", recalca. 

Establecimiento emblemático de la ciudad, Olegario, dedicado a la moda masculina, ha conocido ya algunas crisis. Fundada en 1940, este negocio se ha nutrido de cliente de la provincia de Valencia, pero las restricciones de movilidad y el miedo han frenado las ventas. No solo eso, sino que las cancelaciones de eventos también han hecho mella. Pese a todo, la sonrisa es lo último que pierde. "Esta situación es muy compleja. Nosotros hemos recibido cero ayudas del Ayuntamiento y la Generalitat, pero seguimos con ilusión y ganas, aunque es verdad que la carga cada vez es más pesada", afirma Olegario, su gerente.

Las noticias tampoco son nada halagüeñas. Reconoce que la posibilidad de un nuevo confinamiento ha generado la cancelación de muchos eventos y, por ende, ha supuesto menos pedidos. También padece la ausencia del turismo. Y es que su local se había convertido en una parada para muchos visitantes debido a su antigüedad. "Esta calle tenía más tránsito las 24 horas que la calle Colón, pero ahora está vacía y ya no queda comercio local. Esta situación es insoportable", reconoce.

Reducir el stock y realizar pedidos a proveedores de menor tamaño son algunas de las medidas que han tomado en La Chaise, establecimiento de artículos y decoración vintage. La firma espera un impulso por la campaña de Navidad, aunque Javier Gijón, uno de sus socios, reconoce que la incertidumbre es total. "Estamos expectantes al BOE", asegura. Él ha conseguido sacarlo adelante con muchas horas extra, "casi sin tener vida",  y fidelizando a muchos clientes. 

"Tenemos muchos gastos fijos, como el alquiler, el agua y la luz, a lo que se suman los ERTE y la incertidumbre sobre qué va a pasar con ellos. Muchos otros establecimientos no han podido aguantar y han tenido que cerrar; nosotros vamos a intentar sobrevivir si noviembre no es muy desastroso", señala Gijón.

Desde hace 12 años, Alba Ibáñez dirige Madamme Fru Fru, dedicado a vestidos y complementos para bodas y eventos. Debido a la cantidad de personas que abarrotaban la tienda en tiempos mejores, tuvo que colgar un cartel limitando el número de clientes en su interior. Ahora, ha retirado ese rótulo porque la situación es bien distinta, a causa de las cancelaciones de bodas, graduaciones y comuniones. "Con la pandemia, el sector ha ido a peor. Tengo clientes que han venido hasta cinco veces porque han tenido que cancelar sus bodas. Muchas están indecisas y apuran hasta el último momento, porque todo cambia continuamente", explica. 

De hecho, la calle donde se ubica su comercio ya ha contemplado el cierre de hasta cinco tiendas. Ella aguanta porque su casero le ha rebajado el alquiler, pero algunas de sus compañeras no han tenido su misma suerte. "Está siendo un año muy complicado", lamenta Ibáñez. El comercio valenciano sufre. El pequeño y tradicional comercio valenciano se encuentra al límite y, para muchos, la Navidad supondrá el último cartucho para tratar de resistir los envites de la profunda crisis que está provocando la pandemia. 

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