Un viaje a la Bretaña francesa a través de sus galletes y sin moverse de València
No sé cuantas veces me he sentado en una de las mesas de la Creperie Bretonne Annaik (calle Bordadores, 6) mirando a la ventana y de reojo a ese autobús que hay en su interior. Un autobús inglés convertido en cocina que simboliza ese viaje que hizo Annaick Noblet para salir de su zona de confort y buscar nuevos horizontes. Lo hizo con la ilusión de compartir su pasión por su tierra, Bretaña, y su cocina. ¿Puede haber algo más bello que eso? Sí, que hoy disfrutemos de las galettes bretonas aquí en València y hagamos el camino a la inversa: viajar hasta Bretaña. Y en mi caso, de la mano de esa galette Gaëlic que me encanta.
Disfruto de esta tortita esponjosa con forma cuadrada siguiendo el ritual. Primero corto las puntas crujientes para comerlas con las manos y disfrutar de ese crunch en la boca. Luego, poco a poco, me acerco al corazón de la galette, donde se concentran los ingredientes —puede tener mil combinaciones—. En el caso de la Gaëlic, mi favorita, los ingredientes son aguacate, salmón ahumado con miel y sésamo, queso de cabra, crema de leche, tomate cherry y semillas de calabaza. Una explosión de sabor que te hace ir disfrutando de cada bocado mientras miras por la ventana el bullicio de la ciudad. Me siento feliz y doy un sorbo a la sidra bretona, una brut de Val de Rance. No lo hago en un culín asturiano o en una copa, sino en una taza de cerámica —se llaman bolée—. Aquí la tradición bretona manda.
Entre las paredes pintadas, cuadros antiguos, lámparas realizadas con botellas de sifón y un mobiliario sencillo pero agradable me siento como en casa. Tardaron meses en transformar el local en el restaurante que es hoy, manteniendo aquellos elementos que encontraban entre pilas de escombros. Me gusta ese caos ordenado y esos garabatos que hay en la pared, casi recordando a esa editorial que en 1906 ocupaba este mismo espacio.
Un lugar especial para disfrutar de las galettes —que no crepes—, una especialidad de la región de Bretaña que se caracteriza por elaborarse con trigo sarraceno o alforfón, que intensifica su sabor. “Las galettes llevan solo harina de sarraceno, huevo y agua y deben girarse de tal manera que les entre aire, lo que las hace más difíciles de elaborar que las crepes”, comenta Raquel Paiva, responsable de la Creperie Bretonne Annaik. Otra diferencia es que las galettes emplean mantequilla salada, una característica que se debe a un hecho histórico: el impuesto de sal establecido en Francia en la Edad Media —conocido como gabela— no llegó a la región de Bretaña, lo que hizo que este condimento se siguiera utilizando sin problemas y, hoy, se emplea en distintos postres.
Gran parte de la materia prima que se sirve en la Creperie Bretonne Annaik llega de Francia, como el trigo sarraceno, los embutidos y la sidra. El resto, como las frutas y verduras, son de la huerta valenciana. “Aquellos productos que no son franceses los adquirimos a proveedores valencianos y las frutas, verduras y hortalizas provienen de huertos ecológicos de la zona”, detalla. Además, próximamente también apostará por refrescos locales en vez de las marcas multinacionales.
Una receta de una luchadora
La receta es heredada de Annaick Noblet, quién a sus 39 años decidió dejar todo para buscar nuevos horizontes sin saber realmente a dónde ir y ni qué hacer. Solo sabía que quería dejar atrás Bretaña y hacerlo junto a sus dos hijos. Así llegó a Saint Tropez y en 1959 abrió su crepería. “No tenía apenas dinero así que el primer año trabajó con bombonas de gas porque no tenía electricidad”, explica Raquel Paiva sobre aquel restaurante situado junto al mar. Años más tarde el nieto de Annaik, Oliver, siguió sus pasos y fundó la Crêperie Bretonne Annaick en honor a la precursora.
¿Y cómo entra Raquel Paiva al mundo de Annaick? Casualidades de la vida, Raquel se encontraba en Barcelona trabajando de fotógrafa —es de Brasil— cuando se inauguró una crepería allí. Así conoció a Philippe Francois (socio junto a Oliver de la crepería) y, enamorada del proyecto, se embarcó en él. Y cómo la vida es un continuo viaje, se vino en 2005 a València para abrir la Creperie Bretonne Annaik del centro de València —hay otra en la Alboraya—.