VALÈNCIA. Juan Santamaría hizo una llamada telefónica desde su mesa, en la oficina de Radical Records. Hablaba con el director de uno de los sellos independientes británicos que distribuía desde la tienda. No recuerdo cuál, pero sí que Juan trabajó con varias de esas pequeñas marcas durante años. Lo que sí recuerdo es que el tipo en cuestión se llamaba Kevin. Juan hablaba con él en un inglés perfecto –esa fue uno de los factores que siempre le confirió otro nivel en este negocio-. El tal Kevin le pidió que le recomendara lugares para visitar en España porque tenía vacaciones y quería pasar unos días aquí. Y Juan empezó a hablar con él de sitios que podrían gustarle, y el inglés emocionado ya no quería hablar de negocios sino de sol y playa. Y al final Juan exclamó con una carcajada: ¡Kevin Vives!
Si hay una manera de explicar a Juan Santamaría, al menos al Juanito que yo conocí es su sentido del humor. Otra podría ser la falta de arrogancia con la que asumía su función en este mundo de la música, tan repleto de soberbia y fantasmeo. Era un tipo entrañable, pero sobre todo, fue quien le dio nivel internacional al negocio que durante los años ochenta se convirtió en el motor de esa industria de ocio que hoy es reconocida como la antesala de la ruta del bakalao. Como decía antes, Juan hablaba inglés como un nativo, y eso marcaba una gran diferencia. Juan tenía una importante cultura musical en parte gracias a que leía prensa inglesa y escuchaba las emisoras de allí. No le interesaba solamente la música de baile que había programado como dj, conocía otros estilos y sabía de qué hablaba. Siempre me gustó mucho eso de Juan porque su manera de llegar a la música era la misma que la mía. El resto de gente que se movía por las cabinas, locales y demás tenía una aproximación diferente a la música pop. Venía dada por el oído y el instinto. La de Juan también, pero cimentada por el hecho de saber qué existía determinado grupo o que iba a publicarse determinado disco porque se lo había oído a John Peel o lo había leído en el Melody Maker. Quiero decir que conocer cosas escuchando novedades remotas en las cabinas de Viuda de Miguel Roca está muy bien, pero si además llega el momento en el que manejas información sobre quién ha hecho esa música, es todavía mejor.
Juan no sólo fue un dj pionero, también fue la persona que ideó el método de venta de discos a otros djs, proveyéndoles de novedades que cada semana llegaban desde Londres y que alimentaban las sesiones de muchos profesionales que ponían esos discos a lo largo de toda la costa levantina y más allá. Primero lo hizo desde Zic Zac y después desde Radical. Fue cuando formaba parte de la primera empresa cuando empecé a tener más trato con él –hasta entonces lo conocía de verlo en Metrópolis y alguna sala más de las que frecuentaba en la edad del pavo-; en la segunda entablamos amistad. En 1990 o 1991 empecé a colaborar con Radical, y todas las semanas pasaba unas horas en la tienda de Joaquín Costa. Trabajábamos rodeados de discos, como siempre, y muertos de risa, porque una vez más hay que recordar que Juan era un personaje divertidísimo, con una retranca muy valenciana que le sacaba punta a todo. Que se lo pregunten a Kevin si no.
Una vez dejó la noche y se centró en su actividad como empresario, Juan no se conformó con vender discos. Como decía antes, creó una red para distribuir ciertos sellos independientes que podían tener acogida en España. Muchos de esos artistas desconocidos fueron divulgados y mimados por Jorge Albi, que apoyaba a grupos como Darling Buds o The Wedding Present, gracias al surtido de novedades que le proporcionaba Radical. Una relación que comenzó cuando todavía formaba parte de Zic Zac y que yo también compartí. Por aquel entonces, Jorge acababa de trasladarse a Valencia y además de La conjura de las danzas, hacía conmigo y con Quique Serrano, el magazine musical Los bailes de Marte en la emisora InterValencia Radio. Los tres nos nutríamos de las novedades que traía Zic Zac.
Juan tenía una mente inquieta y disfrutaba conectando a gente que podía resultar afín. Lo hizo remezclando a Radio Futura. Lo hizo colaborando con Albi para que determinados músicos y periodistas británicos se dejaran caer por las fiestas de La conjura de las danzas –recuerdo al reverenciado Everett True, crítico del NME como invitado en una de aquellas congregaciones que eran como festejos faraónicos-, y hablo de nombres como Happy Mondays y Stone Roses. También creyó en Las Máquinas, el grupo valenciano más cercano a Mánchester que ha habido, del cual fue mánager en sus comienzos, logrando que ficharan por Sony. Con Juan podías hablar de Spacemen 3, de los Hollies y de Guru Josh. Con Juan te reías siempre, y a veces hasta reías de ti mismo o de él. Guardo muy buenos recuerdos de aquellas mañana en Joaquín Costa con Paco Garcerá, Pote, Boro y demás miembros de una plantilla que en el fondo eran un poco 24 hour party people.
La última vez que hablé con Juan fue para pedirle declaraciones para un artículo, hace dos o tres años. ‘The Whole Of The Moon’ de Waterboys fue todo un fenómeno en las noches valencianas de 1985 y propuse un artículo al respecto para El País. Hablé con Juan por teléfono y una vez más quedamos en vernos. Si al final no lo hicimos fue únicamente por mi culpa. Falta de tiempo y esta capacidad mía para vivir atrapado en una dimensión paralela de la que a veces dudo que quiera salir. Es igual. El caso es que cada vez que nos saludábamos o comentábamos algo por Facebook o Twitter, me venía el remordimiento por no quedar con Juan. Ahora ya no va a poder ser. Últimamente se están yendo personas con las que debería haberme ido a comer o a tomar una cerveza mientras hubo tiempo. Discúlpame, Juan. Eso sí, lo de kevin vives llevo años diciéndolo por tu culpa.