VALÈNCIA. Mauro es una sonrisa andante. A sus 25 años parece un chico feliz. Este joven entra por la puerta del castillo de Alaquàs con una sonrisa y un maquillaje, como unas briznas de pintura color carne alrededor de los ojos, que recuerda a algunos personajes de Euphoria. Mauro Cervera es actor, una profesión que muy poco a poco fue imponiéndose a la que le ha costeado los vicios hasta hace poco, la de camarero. No es fácil abrirse camino en la interpretación, pero este valenciano parece alguien con mucha determinación y no se percibe duda o inseguridad en su conversación.
Si las artes escénicas no fuera para él, quizá no lo sepa pero podría ganarse la vida como guía turístico. Pero no como guía en València u otra gran capital, no, él serviría para mostrarnos los encantos de Alaquàs.
El actor asegura que el pueblo los tiene. No es que sea Xàtiva, pero Mauro cree que también tiene su perfil bueno. “Mi pueblo es bonito y feo. (Se parte de la risa). Es como todos los pueblos del área metropolitana de València. El centro histórico está bien, el castillo es chulo, el Carrer Major y alguno más es bonito. El ayuntamiento se acaba de quedar una casa que la mayoría del pueblo no sabíamos qué era y resulta que es la casa más antigua de Alaquàs, del siglo XIV. Es más antigua que el castillo y era el antiguo horno. Pero todos los alrededores, de cuando creció el pueblo en los 60 con la llegada de gente de toda España que se movió hacia las capitales, es un lugar industrial. A mí me gusta mi pueblo”.
Este joven tan dicharachero no sabe muy bien de dónde viene la vocación. Se queda pensativo y concluye que todo esto, sus primeros pasos en el cine, quizá tienen algo que ver con sus años como niño cantante. Mauro llegó a participar en el Cant de la Carxofa -una popular celebración que se hace a principios de septiembre-. Es un ‘misterio’ y, antes, se hace en el claustro del castillo la elección del ángel que va a cantar ese año. Así empecé a cantar, después pasé por el coro del pueblo, después en otro más grande, ‘Coral de veus’, que dirigía una mujer de Albal que iba escogiendo cantantes por los pueblos”.
En el instituto, ya de adolescente, empezó a interesarse por el cine gracias a una profesora de audiovisual llamada Pilar Alfonso. Entonces me di cuenta de que eso era lo que me gustaba. El cine me encanta, como a mi padre. Pero un poco artista siempre he sido…”. En el coro, la verdad es que no duró mucho. “Llegó un momento en el que me apetecía más salir de fiesta con los amigos que ir a ensayar los domingos”.
Mauro ha conseguido que nos dejen una sala del castillo. Allí, frente a una chimenea monumental, se recuesta sobre una silla para responder las preguntas algo abotargado por la resaca. La víspera estuvo en un pueblo de Albacete y se vació en la verbena de Letur, que está al lado de Férez, otro pueblo de la Sierra del Segura. Mauro es el único hijo de un agente comercial que se dedica a la industria de embalaje y una ama de casa que antes de tenerle trabajaba como encargada en una tienda de Benetton. El chaval les define como “muy culturetas” y, como para avalarlo, cuenta que en su casa siempre está puesta La2…
Después de hacer el Bachillerato en el instituto Faustí Barberá, Mauro, que odia las matemáticas y prefirió estudiar latín y griego, se matriculó en la Escuela de Actores Shakespeare que dirige Manuel Ángel Conejero. “Conejero es el mayor traductor de Shakespeare al español que hay en el mundo. Después pasé a la Escuela Superior de Arte Dramático de Valencia (ESAD). Y entre medias tuve unos meses de descanso y me fui con mi padre a recorrer polígonos industriales para ayudarle por las mañanas. Tenía 19 años y no era plan de estar en casa sin hacer nada”.
Antes de esto, como nadie le había explicado qué tenía que hacer uno para ser actor, abrió el ordenador y tecleó en Google: ‘Qué hay que hacer para ser actor’. Luego, cuando pasó por las dos escuelas, descubrió que había que hacer un comentario de texto sobre unos libros que le obligaban a leer, y después una serie de monólogos. Uno lo elige el aspirante, en su caso, un fragmento de Doña Rosita la soltera, de Federico García Lorca, en el que interpretó un personaje femenino. Y otros sobre temas que proponía el jurado.
También sacó la cabeza de los buscadores y preguntó en la vida real. Una tía suya conocía a Enrique Arce, mundialmente conocido, hoy, no entonces, por el personaje de Arturito en La casa de papel. “Recuerdo que quedamos con él en Gavines, una urbanización de El Saler, y me orientó un poco. Es curioso que la primera persona que me orientó fue alguien que hoy es una estrella. Luego no volví a verlo en todos estos años, pero hace unos meses me lo encontré en un pub en València y fui a saludarle. Al principio no me reconoció pero luego acabó cayendo”.
En tercero se dejó la ESAD porque surgió el proyecto más ambicioso que le han propuesto hasta ahora: la película ‘El que sabem’. Aunque me dejé la carrera por la película y luego vino la pandemia y la película se paró… Después de eso me salieron otros proyectos y ya no continué. He seguido formándome pero no volví a la escuela”. Lo que nunca ha aceptado es irse a Madrid o Barcelona. Él no se mueve de Alaquàs, su pueblo, el pueblo que adora y donde todo el mundo le conoce. “Aquí voy haciendo camino en un nicho muy valenciano. Creo que València está en un buen momento y se graban muchas cosas aquí. La verdad es que me da miedo la nuevo conselleria de Cultura. Y al final estás a hora y media de Madrid. Y voy mucho…”.
Mauro está muy orgulloso de que, al fin, ha podido dejar la hostelería. Por su don de gentes, no se le daba mal, pero es un sector muy duro que te obliga a ir a contracorriente por la vida. Su mayor ‘hit’, de momento, es su aparición en ‘El que sabem’. Da la sensación de estar contento por cómo le va, aunque acaba concediendo que sigue viviendo en casa de sus padres y que estos le siguen pagando muchas cosas”.
‘El que sabem’ se estrenó en la India, luego se presentó en Miami y de ahí ya fue al estreno en España en la Mostra de València-Cinema del Mediterrani. “Gustó un montón y hubo un aplauso muy largo, aunque está claro que juegas en casa. Estuvo Rosita Amores, que sale en la película. Mi familia ha visto la película más de una vez. Se pusieron caldosos. Estaba nervioso porque hay escenas un poco subiditas, pero fue muy guay”.
El primer trabajo de su vida fue en un Taco Bell. “Fue horrible. Duré un mes”. Aquel empleo precario fue una casualidad: su madre es de México. Su bisabuelo se fue exiliado a este país de Centroamérica durante la República. Aquel hombre era escultor e hizo carrera en Ciudad de México. El bisabuelo de Mauro Cervera fue Alfredo Just (1900-1966), el padre de las esculturas que hay alrededor de la plaza de toros de México. Aquel hombre artista, que no llegó a regresar a España, adornó la Monumental con 24 obras suyas. Justo tenía el taller dentro de la plaza.
Mauro, millennial tardío, pertenece a una generación que no tiene la costumbre de ir a las salas de cine. Lo suyo son las plataformas y las pequeñas pantallas. “Yo voy, aunque menos de lo que iban mis padres, eso seguro. Yo voy una o dos veces al mes. Pero sí que veo mucho cine. Hoy hay muchas maneras de verlo. Entre Alaquàs y Aldaia había cuatro salas y ahora no queda ninguna”.
Este joven actor cree que los adultos, al menos los puristas, desprecian la forma de consumir el cine de las nuevas generaciones. “Sólo son medios diferentes. Creo que hay una criminalización, por parte de la gente más mayor hacia nuestra generación, que lo ve todo en ordenadores, móviles o tabletas. Creo que son conceptos distintos. El cine te da unas cosas, que para mí es la mejor opción, pero la intimidad de tu ordenador y de tu habitación y de tus cascos también te da cosas guays. Somos una generación que se ha hecho muy cómoda. Ahora se consumen cosas muy rápidas, te aburres, paras la película, te vas y luego vuelves… Nos hemos convertido en una generación que consume tantas series porque es un formato que te permite estar delante de la pantalla haciendo algo”.
Si prospera en este mundo, Mauro cree que el público, en el futuro, verá sus trabajos en móviles y ordenadores. “No creo que duren mucho las salas de cine. O estrenas Barbie o la gente no va a las salas. La última que vi en el cine fue Entre las higueras, una película turca (en realidad, tunecina) en los Babel. Y la última que vi en plataformas fue una muy mítica de Xavier Dolan que no había visto, creo que se llama Mommy”.
Ha quedado claro que Mauro es del bando de Barbie. El mundo se ha dividido en dos este verano. A un lado se han colocado los de rosa; al otro, los seguidores de las voladuras de cabeza de Christopher Nolan. Barbie contra Oppenheimer. La madre de todos los pulsos. “No he visto Oppenheimer y, sinceramente, no la quiero ver. Le tengo manía a Christopher Nolan: tengo la sensación de que me vacila. Al final la veré, pero tengo más ganas de ver Barbie, la verdad”.
La huella mexicana de la rama materna ha hecho que México sea su destino pendiente. “Estoy enamorado de México sin haber estado en México”, explica y luego dice que en cuanto acabe esta entrevista se irán con sus padres y una tía a comer en El Huey, un mexicano de Torrent que les encanta. Aunque este tipo de gastronomía está muy presente en su casa, donde su madre acostumbra a cocinar mole, tacos, enchiladas… “Y nunca falta el tequila”. Pero ese viaje tendrá que esperar. Primero tendrá que prosperar en el cine.
Es la hora de los retratos. Mauro se estira la camiseta blanca y entonces se le comenta que se le ha corrido el maquillaje. “¿Maquillaje? ¿Qué maquillaje?”. Se queda paralizado. Le explicamos que lleva esas pintadas simétricas alrededor de los ojos y entonces cae en que no era un adorno, sino un antojeras que se ha olvidado de repartir pese a que su madre se lo ha recordado dos veces antes de salir de casa.