VALÈNCIA. Orly, Heathrow, Ciampino, Manises… son, para millones de personas, denominaciones de aeropuertos. En cambio, para quienes viven en esas áreas o localidades, constituyen su lugar de residencia, su topónimo.
No obstante, por el hecho de tener aeródromos su nombre se ha metamorfoseado en el mundo global. Han dejado de tener existencia internacional como lo que son o, en el caso de Heathrow o Heath Row en sus orígenes, como lo que fueron. Han sufrido una metonimia hiperbólica y se conoce una parte, el aeroparque, como el todo, el municipio.
Quien llega al aeropuerto de Manises sube a un taxi o baja a la estación de metro y accede a la parada Aeroport, sin más. Desde allí puede desplazarse a la capital o hasta Rafelbunyol por las vías férreas. Igualmente, quien se traslada desde la metrópoli para alcanzar su avión pasará por Mislata, Quart de Poblet o Manises para acabar en la citada estación de Aeroport pensando, en muchos casos, que sigue dentro de València, en su periferia.
Porque el aeropuerto, aunque se ubica en Manises, es conocido general y oficialmente como aeropuerto de Valencia. El municipio de l´Horta Sud donde se halla pone los terrenos y sufre, en la actualidad, más incomodidades que ventajas. Hasta esta semana, lo ha hecho en silencio.
El anuncio del president de la Generalitat, Carlos Mazón, en Fitur de perseguir el sueño de 30 millones de visitantes al año en la Comunitat Valenciana con ampliación del aeropuerto de Valencia (Manises) ha abierto una inesperada tinaja de Pandora de la que en lugar de males para la humanidad han brotado aceradas críticas.
El Consistorio local lo ha enfocado como un ataque político y ha recordado un acuerdo plenario suscrito en el año 2000 por todos los grupos con representación municipal en contra de cualquier ampliación y alertando del perjuicio de grave contaminación y riesgo para la salud colectiva que implicaría.
En la misma Feria Internacional de Turismo, en la que vale casi todo anuncio que sirva para alimentar esa especie de panacea económica, la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, igualmente ha azuzado la polémica -aunque sin decantarse por una parte o por otra o especificar detalles-, apuntando que el Gobierno ya tiene un proyecto de mejora que estará coordinado por Aena.
La clave de esta controversia se encuentra en la planificación del centenario aeropuerto de Valencia. Si se hubiera implantado en la Albufera, como inicialmente contemplaron sus diseñadores, posiblemente hubiera estado en el ámbito territorial de la capital. Finalmente optaron por una alternativa. El primer vuelo regular, un Valencia- Madrid, se produjo hace justo cien años, en 1934.
Por aquel entonces, Manises, donde se aprobó su construcción, contaba con alrededor de 7.000 habitantes y disponía de amplio espacio sin urbanizar alejado del casco urbano. En cambio, en la actualidad y después de que hace 12 años se inaugurara la segunda ampliación del aeropuerto, la localidad supera los 30.000 moradores y sus viviendas y polígonos prácticamente lindan con las instalaciones aeroportuarias. También zonas limítrofes como el Barrio del Cristo, que pertenece conjuntamente a Quart de Poblet y Aldaia, se quejan de su impacto.
Las circunstancias han cambiado ostensiblemente en esos cien años. De aquel primer vuelo a Madrid se ha pasado a más de 82.000 a múltiples destinos, sobre todo internacionales, al cierre de 2023 y a bordear la plusmarca de los diez millones de pasajeros el pasado año.
Para alcanzar la meta megaloturística de 30 millones de visitantes que ha planteado Carlos Mazón en Fitur, el aeropuerto de Valencia, que cubre toda la provincia, se queda más que pequeño. La cuestión consiste en que en ese tomar la parte por el todo, la de considerar Manises como aeropuerto, el primer paso estriba en saber las posibilidades del todo, el término municipal de esta urbe de la comarca de l´Horta Sud, de abarcar esa meta; de sus posibilidades reales y de su voluntad de hacerlo.
El municipio apenas llega a los 20 kilómetros cuadrados, en gran parte ocupados por un dédalo de calles por las que cuesta circular. Su contexto político no resulta más sencillo. El alcalde socialista, el activo Javier Mansilla, gobierna con un discutido pacto sellado a última hora con Compromís, a quien se verá obligado -pese a sus reticencias- a ceder la vara de mando en 2026. El PP ganó las elecciones; no obstante, para apaciguar sus aguas internas acaba de aprobar una gestora.
Más allá de cuestiones geográficas o políticas, el problema de base consiste en que el actual aeropuerto, cuando se construyó y en sus sucesivas ampliaciones (en la última, la de 2012, cifraba su público en 4,7 millones de pasajeros) no contemplaba ni de lejos el servicio que iba a dar en el futuro. El pasado siglo el turismo no gozaba del apogeo del presente ni Valencia se había convertido tampoco en destino top internacional.
Por aquel entonces se planificó con acierto cerca de la metrópoli, tanto que desde hace algo más de 15 años Metrovalencia ha podido enlazar el centro de la capital con el aeródromo y convertir la parada de Aeroport de las líneas 3 y 5 en una de las más transitadas.
La situación actual ha cambiado totalmente. Posiblemente Valencia empiece a necesitar un Luton como Londres o un Charleroi como Bruselas dentro de la propia provincia para empezar a desviar vuelos y dar servicio a los millones de turistas que ya vienen y lo harán en mayor número en los próximos años.
En Requena existe un aeródromo privado, a modo de ejemplo. Desde luego, entre Buñol y Utiel se expande un amplio territorio que podría dar cobertura a nuevas instalaciones aeroportuarias. A partir de ahí se trata de fletar autobuses con frecuencia continua a València. El debate que se ha desatado en Fitur tiene bastante más calado que un efímero rifirrafe político. Resulta clave para el futuro económico de la provincia de Valencia.