VALÈNCIA. ¿Quién dijo que las manos de mujer no están hechas para empuñar pistolas? Seguramente algún hombre que temía que las armas se tendieran contra él, o alguien que nunca se había parado a observar a una mujer bien de cerca, sin sentir celos de su poder. Las mujeres que sí que empuñan armas, se manchan de sangre y galopan sin miedo corretean por las páginas de La tierra yerma, el nuevo trabajo de Carla Berrocal que publica junto a Reservoir Books en el que cuenta la historia de Leonor e Isabel, dos mujeres de diferentes territorios enfrentados que viven un amor prohibido. Ambas se embaucan en una lucha sin final en la que las tierras, su pasado y los que les rodean harán que les resulte imposible vivir una historia de amor como la imaginan. Con motivo de desvelar su historia Berrocal empuña su pluma y escribe una historia sobre mujeres fuertes que luchan por sus territorios, tanto físicos como emocionales.
La autora comienza a trabajar La tierra yerma con la película Horizontes de grandeza de fondo, un western del 1958 protagonizado por Gregory Peck y Jean Simmons en el que el territorio también se convierte en protagonista: “El territorio es lo que cuenta y da identidad a los personajes, no se trata sólo del espacio sino de lo que habita en el lugar y la vida que se puede generar ahí, es una forma de hablar de un espacio que queremos proteger”.
Poniendo al territorio como protagonista primero dibuja animales que lo habitan, personas que comienzan su vida en estos espacios y los “destrozan” entre viñetas, obligándose a dibujar escenas con una carga de brutalidad que no sería capaz de plantearse si no fuera por la ficción. Algunas escenas, como un balazo a una de las vacas, ubican al lector en lo que supone la ocupación de los espacios y cómo arrasan con quienes los habitan: “Situar a los animales es una manera de rendir homenaje al territorio, también sirve para que estos elementos te lleven a lo salvaje y te ubiquen en esa necesidad de protegerlos de amenazas”, añade la autora.
Esta amenaza son ‘Los Ellos’, un grupo de enmascarados que parecen personificar la peor definición del hombre violento, tozudo y territorial. Un hombre que parece que bajo la máscara -inspirada en los cucurrumachos de Ávila- tiene un instinto muy animal: “Quería darle un punto bestia a los humanos, mostrarlos como una amenaza. También se extienden como si tuvieran tentáculos, con lo que se hace una reflexión sobre los límites y como los traspasan”. Ese traspaso violento que sobrepasa los marcos de las viñetas sucede porque las mujeres “salen de las cantinas” para ocupar el rol de luchadoras, algo que Berrocal pone en valor y que de normal no se relata en los westerns.
“Parece que en el western la mujer se queda en la cantina, o son prostitutas o están reducidas al ámbito doméstico. Si tienen alguna importancia se les sitúa como castigadoras, o en todo caso dentro del arquetipo de femme fatale”. Recordando nombres como el de Bárbara Stanwyck o personajes como el de Vienna en la película Johnny Guitar Berrocal intenta liberar del “castigo impuesto y la redención” a sus protagonistas, dotándoles de una fuerza y personalidad propia: “Ellas son capaces de defenderse, organizarse y gestionarse por sí mismas. Tienen mucha fuerza y potencia y cuentan la historia que me hubiera gustado leer a mi cuando era joven”, añade la autora.
Lo hace por dos episodios: El agua y La sequía, en los que más que un conflicto se ahonda en la magia del propio relato en sí mismo, un relato que se basa en sus protagonistas y que celebra el arte de contar historias: “Para mi es una historia que habla de la importancia de contar una historia, quiero que los personajes vivan y que se hable de ellos, también me interesa la historia de lo civilizado contra lo salvaje y la lucha entre civilizaciones”.