VALÈNCIA. Cuando apareció la vacuna contra el VPH (Virus del Papiloma Humano) se generó un debate sobre salud pública que no tuvo gran seguimiento. En aquella época no estábamos para estas menudencias, el país todavía iba bien y Zapatero anunciaba que íbamos a adelantar a Italia. La generación nacida en democracia todavía no se había dado cuenta de que la Sanidad pública era una conquista social, no algo que existiera por sí mismo por arte de magia.
No obstante, este debate fue muy interesante. Para un observador inquieto, sintetizaba muy bien las líneas grises que hay entre grandes empresas, los gobiernos, sus representantes y el bien común. Cuando apareció esta vacuna, conocida por el nombre de la marca, Gardasil, hubo médicos que criticaron su inclusión en el calendario de vacunaciones. Tenían una serie de motivos. El protagonismo a favor de su introducción lo tuvo la Comunidad de Madrid y, aquí está el quid de la cuestión, a través de sus medios afines se empezó a hablar de ella en los términos de "vacuna contra el cáncer".
No era verdad. No era una vacuna contra el cáncer, sino contra un virus que podía causarlo en determinas circunstancias. Los galenos que pensaban en la gestión de la salud pública y sus maltrechos presupuestos denunciaban que, entre otros motivos, no merecía la pena su costo para lo que pretendía evitar. La respuesta que obtuvieron en aquel entonces fue que se oponían a "la vacuna contra el cáncer". ¿Quién podría estar en contra de eso aparte de un cavernícola?
Sea como fuere, el PSOE, que estaba en el gobierno en aquel entonces y a través de su nuevo flamante ministro de Sanidad, Berat Soria, un científico, natural de Carlet (Valencia), dio un giro de 180 grados a lo defendido hasta entonces por sectores progresistas vinculados a la salud y aprobó la vacuna. No obstante, el debate sigue, aún hoy. Se sigue reivindicando tanto como discutiendo su oportunidad en la Sanidad Pública. A veces el debate se orienta hacia su eficacia... Solo está claro que los profanos no tenemos nada que colegir con tanto ruido de fondo. El resultado es que los espectadores nos encontramos ante un caso de un lucrativo negocio, políticos sospechosos, información sensacionalista y, como consecuencia: dudas. Y si dudas, te pueden acusar de antivacunas, pero los antivacunas no dudan, con lo que algo falla en la ecuación. ¿Qué será?
La editorial Capitan Swing, que se ha convertido en la mayor importadora española de ensayos de rabiosa actualidad, ha publicado Vacunas, de Peter C. Gotzsche. Se trata de un investigador defenestrado que pone en duda, particularmente, los estudios que acompañan la aprobación de medicamentos o vacunas y el rigor de los medios que los difunden. Es un personaje harto polémico y sus afines en España están en una situación similar, pero no forma parte de ningún círculo esotérico. Las opiniones de todos estos médicos contestatarios muchos otros galenos las tienen en cuenta, aunque sea para dudar de ellas o tomarlas como referencia crítica, sin estar necesariamente de acuerdo. Les doy el nombre de uno de los más conocidos: Juan Gervás.
Este libro es muy directo y quien conozca un poco los campos sobre los que habla notará que opina sin freno. Su denuncia, de todos modos, no es para menos, considera que hay una falta de independencia en los actores sociales que deben vigilar a las empresas farmacéuticas. Rota la supervisión independiente, siempre con sutiles métodos difíciles de detectar e incluso de denunciar, la salud estaría a merced de los intereses económicos, una situación que equivale a afirmar que caería en manos de uno de sus peores enemigos. Partamos de la base de que los mejores medicamentos que existen, que son los hábitos relacionados con la prevención, rara vez son lucrativos a gran escala para la industria especializada.
Gotzsche recomienda fijarse en las vacunas que comparten todos los países cuando se quiere averiguar cuáles son las imprescindibles. Los estados con versos libres considera que pueden haber caído en las garras del negocio. Su lucha más contumaz en estas páginas, de todos modos, es contra la aludida vacuna del papiloma y la de la gripe. Quizá la de la gripe sea la más cercana y la que mejor podamos entender los que no tenemos formación. Gotzsche asegura que no vale gran cosa, él nunca se ha vacunado y su mujer, profesora de Microbiología Clínica, tampoco. El problema es que las autoridades sanitarias recomiendas lo contrario ¿quién es el loco aquí? En su ensayo dice:
Evidentemente, frases como "muchas enfermedades pueden ser eviatadas" se van a malinterpretar. Muchos pensarán que tendrán más de un 50% de probabilidad de beneficiarse de la vacuna, cuando en realidad es menos de un 2%, porque es necesario vacunar a setenta y un adultos sanos para prevenir un solo caso de gripe. Además, la vacuna no reduce el número de ingresos hospitalarios ni de bajas laborales, así que ¿por qué darle tanto bombo?
En otro caso aún más sangrante, como el del Tamiflú, el autor denuncia que Roche omitió publicar la mayoría de los datos de sus ensayos clínicos y se negó a compartirlos con investigadores independientes. Aquí está uno de los problemas más importantes que se deducen de estas páginas. La información que se facilita y la que luego circula ni mucho menos es toda la que es, pero las grandes empresas se la reservan.
En estas páginas se muestran dudas éticas que no son banales. Lógicamente, las personas no versadas poco podemos intuir en ellas. Siempre se tratará de aspectos que debe resolver personal experimentado. Si este proceso sufre la grave interferencia del dinero, es seguro que causará daños. Por lo pronto, solo se puede deducir que por el hecho de llamar vacuna a un medicamento no puede convertirse en incuestionable.
Parece de cajón, pero es tétrico. Porque, ¿con qué elementos un ciudadano puede valorar estas cuestiones? Con ninguno que provenga solo de él. Todo depende de sus fuentes de información, que en no pocas ocasiones también están marcadas por la ley del más fuerte, que suele ser -otra vez- la del dinero. La limpieza de la información sobre salud es tan importante como la salud misma o el funcionamiento del sistema sanitario. A ver si la generación que descubrió en 2008 que la sanidad pública fue conquistada, no otorgada, repara también en este aspecto del que depende la sostenibilidad del derecho a la salud.