La sacudida previa llega siempre de manera inesperada. Pero es en la primera cita donde las cartas se ponen sobre la mesa. Elegir el escenario adecuado no asegura el éxito del amor, pero ayuda a hacerse una idea de lo que vendrá.
Debíamos tener 18 o 19 años. Después de varios fines de semana flirteando, mi amiga y aquel chico, amigo de su hermano mayor, quedaron en salir a cenar. Él tenía 24 años, un coche con muchos caballos que nadie a esa edad debería poder conducir, y una empresa familiar que le permitía un tren de vida que yo solo había visto en Falcon Crest. Era su primera encuentro solos y él la llevó a cenar a Civera. Una sacada de chorra que a ella le deslumbró a pesar de no haber probado hasta aquel día una cigala. A mí me pareció un poco cretino. Aquello duró poco, no porque mi amiga prefiriese la pizza a las ostras –aunque un poco sí– sino por la ostentación de aquel chico, que pensó que al invitarla a la mejor marisquería de la ciudad la primera noche, lo tenía hecho.
El primer ratito a solas es difícil de olvidar. Si hay mariposas, lo demás no importa. En la era a. T. (antes de Tinder) daba igual el contexto: un garito inmundo, el ambiente cargado de una sala de spinning o la cafetería del tren. Pero, admitámoslo. A los que nos gusta comer, el marco que inmortaliza esas primeras veces, significa algo. Si muchas parejas tienen su canción, para otras es el bar o el restaurante donde se miraron a los ojos lo que evoca aquellas sensaciones. Los nervios, la incertidumbre, el descubrimiento, la revelación... Ya saben.
Leí hace poco en una entrevista, no recuerdo quién era, cuál era su red flag cuando quedaba con algún ligue nuevo. "Que trate mal al camarero". contestó. Y no puedo estar más de acuerdo. Como te diriges a esa persona que te está atendiendo en un bar dice más de tu crush que cualquier milonga que te cuente. Así que atención, amigas, a lo que pasa entre vino y vino.
Les hemos preguntado a unos cuantos cocineros y cocineras, además de a nuestros insignes colaboradores dónde tuvo lugar la primera cita con sus parejas actuales y si tuvieran que repetirla en estos momentos, qué bar o restaurante elegirían. Si estás en ese momento –dulce para algunos, angustioso, para otros–, que tienes que proponer a la otra parte dónde veros, lee con atención.
Diego Laso, el responsable de que comamos ese maravilloso sushi en el Mercado de Colón, fue a lo seguro. "Las primera veces que nos vimos fue en Momiji, porque era clienta y venía mucho, pero la primera vez que quedamos fuera fue en Doña Petrona. Elegí yo el sitio porque quería jugar en casa, y con Germán y Carito, que son amigos, sabía que acertaría. Un lugar donde lo pasáramos bien, informal, pero que hubiese buena cocina. Disfrutamos un montón y hemos vuelto muchas veces", cuenta. "Si tuviese que repetir ahora, iría a Fierro. No sería tan tímido y seguiría jugando en casa, pero esta vez iría con la artillería pesada", afirma.
La hostelería, a pesar de todo, parece que une. Porque parejas que trabajan juntas hay unas cuantas, y están más que consolidadas. Nuria Morell, la sushichef al frente de Nozomi, recuerda su primera cita con José Miguel Herrera. Spoiler: no fue en un japo. Aunque quizás en aquella época la cocina japonesa en Valencia digamos que no existía. Era 1997. "Teníamos 22 años y fuimos a cenar a un restaurante que ya ni existe. Suecia 15 se llamaba. Era un restaurante de producto", rememora. "Si tuviéramos que repetirlo ahora... no tendría nada que ver. Queda mal decirlo, pero iría a Nozomi. Un restaurante de sushi con una decoración íntima. ¿Otro? Bouet, que nos encanta". Nozomi es un SÍ gigante para una primera cita.
Mar Soler y Alberto Alonso no se fueron muy lejos del restaurante en el que se conocieron. De 2 Estaciones a La Llorona hay dos minutos andando en línea recta. Alberto y José Gloria son muy amigos, así que, como Diego, Alberto jugó sobre seguro. Mar recuerda lo que comieron: tacos, chilaquiles, micheladas y margaritas. Y hasta hoy. Y no tiene ninguna duda. Si mañana tuviera que repetir ese primer encuentro a solas, volvería a la taquería.
Rakel Cernicharo, cocinera con personalidad como pocas, forma junto a Javier Plaza, sumiller y jefe de sala de Karak, otra de esas parejas a las que los vaivenes del sector no les afectan. "No fue exactamente nuestra primera cita, pero sí donde nos enamoramos. Fue en un viaje a Francia, un viaje que a mí, personalmente, me cambió la vida porque yo lo dejé todo. Le dije que me había enamorado de él y lo dejé todo, y tengo especial recuerdo una noche en Lyon que nos fuimos a un garito que era muy popular pero que parecía sacado de una película de miedo. Parecía la versión más tétrica de Ratatouille . El pidió un steak tartare con una pinta horrorosa, pero que estaba buenísmo y yo pedí una pasta que era como un guiso. Siempre tendré el recuerdo de verlo a él con el steak tartar en ese lugar tan lúgubre y yo viendo mariposas por todos lados", rememora Rakel con cariño. "¿Ahora? Nos iríamos de aventura. Quizás a algún viaje a Marruecos o a la India. pero seguro que comeríamos algo de carne. Da igual dónde lo llevaría. Somos compañeros de viaje. Cada momento es único, irrepetible y exprimiríamos el momento fuera donde fuera", añade. Y aquí, si pudiésemos poner emoticonos, irían muchos corazones seguidos.
Por último, nos vamos hasta una pequeña Atalaya que hay en Alcocebre donde Alejandra Herrador y Emanuel Carlucci comparten cocina, proyecto y vida. En su primera cita apostaron por ese combo infalible que todos en nuestra vida hemos hecho alguna vez. Cine y MacDonals's. "Vimos una película que quería ver yo, pero me dormí. Años después, además, me enteré de que Emanuel ya la había visto... Luego fuimos al McDonald's. A mi favor he de decir que éramos jóvenes, estábamos de prácticas y teníamos muy poco dinero", cuenta Alejandra. Debió ser importante aquella noche porque todavía recuerda lo que comieron: "palomitas primero y luego, en mi caso Mcpollo y Emanuel Big Mac XL, con patatas y Coca Cola. Muy gourmet todo", bromea. Si tuviese que repetir esa primera vez, subiría un poco de nivel: "Lo tengo claro, nuestro sitio favorito de escapada romántica es Galicia y Culler de Pau. Es nuestro sitio especial para desconectar. Adoro Galicia".
No es el caso de Jesús Terrés, que fue algo más sofisticado en sus cinco primeras citas con Laura (suena a título de peli romántica protagonizada por Zooey Deschanel). "La primera cita ella dice que no fue una cita, pero puede decir misa: claro que lo fue. Fue en A’Barra, el fabuloso restaurante que entonces comandaban Jorge Dávila en sala, Juan Antonio Medina en cocina y Valerio Carrera al mando de la bodega (ahí sigue). Tela. Segunda cita (primera, según ella) en Sacha, a media tarde, anochecía en Madrid. Esa terraza en el veranillo de Madrid es a lo mejo el mejor lugar del planeta. Tercera cita en Gaman de Luis Arévalo, mejor Nikkei ever. Lo recuerdo porque allí probó por primera vez el palo cortado de Bodegas Tradición. No ha sido la última. Cuarta cita (primera en València) en Ricard Camarena cuando estaba en Doctor Sumsi, en aquella mesa de madera larguísima. Tremendo aquel Ricard. Quinta cita en Nozomi, efectivamente no me guardé nada. La última, por cierto, ha sido (está siendo) en Etxebarri. Hay que vivir. En cuanto a la soñada, unos cócteles en el Lemon o volver al Noma a ver pasar las horas es a lo mejor lo que más me pone right now".
Es el turno de Marta Moreira. "No recuerdo haber tenido una "primera cita" como tal, pero uno de los restaurantes a los que íbamos bastante durante los dos primeros años de nuestra relación era L'Alquimista. (Por cierto, hace mucho que no vamos, creo que voy a reservar...)", señala. Recuerda que comieron el menú largo (el de las tres pastas sorpresa sobre la sartén y varios entrantes). ¿Dónde sería hoy esa primera cita? "Me encantaría volver con él a Kaido. O llevarle a Tula, en Jávea, que es una pasada. ¡Pero no hay manera de encontrar mesa!", añade.
Vicent Marco, a punto de ser papá de su segundo retoño, tuvo una revelación cuando ambos pidieron el mismos bocata, pero antes hubo otros restaurantes. "Després d'un pícnic a la platja amb vi i formatge, anàrem un dia, després d'un passeig pel riu, a dinar pensat i fer al AnaEva, un vegetarià del carrer Túria on es menjava superbé. Ja ha tancat, i no podrem repetir l'arròs al forn de verdures, ni el gaspatxo de maduixes que ens menjàrem en aquella primera cita. Encara que, va ser una quarta o cinquena cita, també improvisada, on vaig descobrir que Isabel era la dona de la meua vida. M'acabava de demanar un entrepà de llonganisses en favetes en el Piko's Bar, també al cantó del carrer Túria, quan Isa em va dir que estava pel barri amb fam i es va sumar a la taula. El cambrer li va preguntar que què volia prendre i va respondre "un entrepà de llonganisses amb favetes". No ens coneixíem massa, no sabíem que havia demanat l'altre, i eixa coincidència còsmica va ser un senyal d'amor etern. Ara, quan tenim una cita o celebració important anem a tres llocs on anàrem al principi de la nostra relació, i que han esdevingut importants en les nostres vides. Tavella per a menjar un bon rémol (rodaballo) a la brasa; a Nozomi (arribàrem a anar a Sushi Home junts) per a menjar-nos uns niguiris plusquamperfets; i al Baret de Miquel de Dénia per a celebrar que la vida, amb bona companyia, és molt millor.
La de Ferran Salas tuvo que ser, lógicamente, con vino de por medio: "En nuestro caso la primera cita fue una tarde en un pequeño bar de vinos del Carmen. Tomamos unas copas de blanco gallego de Luís Anxo y durante una hora no le dejé ni hablar por los nervios. La lluvia y el toque de queda finiquitaron la misma. Creo firmemente que las primeras citas deben ser relajadas, en ambientes distendidos y lo único que cambiaría si tuviera que repetirla ahora mismo es que moderaría mis nervios y dejaría hablar mientras vemos la lluvia caer".
Marina Vega, nuestros ojos en Alicante, nos da una cuentas recomendaciones si estáis por la zona: “Para una primera (o enésima) cita, no se me ocurre un plan mejor que una mesa frente al mar. Si fuera tú, yo reservaría una en La Olleta (Altea) para un festín mediterráneo a la carta o en Abiss (Calpe) si quieres sorprender a tu pareja con uno de los menús degustación de Lenin Busquet. El Cranc es otro de mis imprescindibles, pero hasta el 1 de marzo no reabre. Otra opción para San Valentín (o para cualquier día) son esos restaurantes que aman el producto de proximidad y de temporada, así como el territorio que habitan. El Nou Cavall Verd (Vall de Laguar) o Mare (Benidoleig) son dos grandes ejemplos. Y más allá de la provincia de Alicante, hace unos días me he enamorado de Tramo, en Madrid”.
Lidia Caro optó por un clásico de siempre. De esos en lo que es imposible equivocarse:"El Ricardo no tiene la iluminación más cálida para una primera cita, pero sí unas bravas que enamoran. Mi cita en cuestión apreció la finura de la fritura y no fue aprensiva respecto a los efluvios del alioli. ¿Cómo no querer a alguien que pone la comida por encima del morreo? Repetir donde se ha sido feliz siempre está bien. Volvería a por bravas y alcachofas de temporada". Y yo, Lidia.
La primera cita de Vicent Molins fue en Ruzafa. "La primera fue en la Cantina de Appetite, un local en la calle Pintor Salvador Abril, donde Arantxa y Bonnie (una suma de València, Singapur y Australia) servían sabores que para nosotros eran nuevos. En frente tenían Appetite, que era la versión superior de la misma propuesta. Hasta que cerró, para irse a Mallorca, fue un gran principio. Y tomamos seguro un thai curry, que repetimos muchas veces, religiosamente". Las parejas que comen curry en su primera cita son más felices que la media. Es un hecho.
Macarena Escrivá recuerda aquel primer encuentro con su chico, hoy marido, cuando apenas llevaba un año viviendo en Madrid. "Nuestra primera cita fue hace ya la friolera de nada menos que 11 años. Nos habíamos ya visto unos días antes y para aquella primera vez, fuimos a Vi Cool de Sergi Arola, en pleno Huertas. Recuerdo que comimos, cómo no, las famosas bravas del chef catalán que tanto se imitaron después, alguna tosta y ¿quizás un tartar? Eso lo tengo más difuso. Ahora con la experiencia y los años ya que llevo aquí, le hubiese llevado primero a tomar un orange natural a Gota, sitiazo donde los haya y después a cenar a Llama Inn, uno de los peruanos, bueno peru-yorquinos, más interesantes de la ciudad. Hubiese pedido su ceviche de vieira que me apasiona y el coquelet con ají amarillo. De ahí sales enamorado, por lo menos" asegura la periodista. Tomen nota.
Por lo que a mí respecta, reconozco que no lo recuerdo. Sí que creo que unas de las primeras veces fuimos a Orson, un restaurante que para mí es casa y que está en el barrio. Cenamos en la barra. De eso me acuerdo. Aunque lo importante, muchas veces, no es tanto la primera vez, como la última. Hace una semana cenamos en Senzillo y salimos de allí caminando entre las nubes. También fue gloriosa la comida del pasado verano en Elkano. Ese rodaballo y todo lo que le precedió eran para enamorarse.
Así que viva el amor. Y un consejo, si celebras San Valentín comiendo (como debe ser) y aún no has reservado, corre, porque muchos ya han colgado el cartel de completo.