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LA NAVE DE LOS LOCOS / OPINIÓN

Se buscan catadores de naciones

El mes pasado, consultando un portal de empleo, encontré un anuncio sorprendente. “Se buscan catadores de naciones”, pude leer. Una fundación ofrecía ¡100 contratos! para seleccionar las naciones que figurarán en la nueva Constitución. Me inscribí y me cogieron. Ahora mi destino está unido a la España plurinacional

10/07/2017 - 

Como muchos de los pocos parados que van quedando en la España de la recuperación, he dedicado entre tres y cuatro horas al día a navegar en portales de empleo. Ya se sabe que buscar trabajo requiere esfuerzo, disciplina y fortaleza anímica. ¡Son tantas las decepciones! Como mi currículo me perjudicaba, escondía algunos de mis logros profesionales. Dejé de ponerme exquisito. Buscaba de todo y aceptaba cualquier cosa —repito: cualquier cosa— para salir del paro.

Cada mañana me recordaba al mito de Sísifo: cuando creía haber conseguido el empleo que se ajustaba a mi perfil menguante, se me escapaba de las manos. Una vez hubo 1.321 solicitantes para un puesto de carretillero. Se exigían dos idiomas, el inglés y el chino mandarín; carnet de conducir, disponibilidad horaria absoluta, movilidad geográfica, carecer de familia y poseer un espíritu emprendedor. Como contrapartida, la empresa ofrecía que te hicieras falso autónomo. Pese a no tenerlo muy claro, me apunté. Por desgracia no me llamaron, de manera que mi ilusión por ser carretillero se marchitó, como tantas otras.   

Pero a finales del mes pasado cambió mi suerte; encontré un anuncio sorprendente. “Se buscan catadores de naciones”, pude leer. Una fundación ofrecía ¡100 contratos! de catador de naciones. No lo dudé ni un momento. Me inscribí rellenando un largo cuestionario en el que todo se reducía a saber si era de izquierdas (mentí, claro está, diciendo que sí) y si disponía de la suficiente sensibilidad para abrazar la España plurinacional. A esto último contesté citando fragmentos de algunos discursos de don Francesc Pi i Margall cuando fue presidente efímero de la I República.

Mis referencias a Pi i Margall convencieron al reclutador porque enseguida me llamaron. Pasé tres entrevistas, la última con el coordinador de la fundación, la cual, según averigüé, había sido pactada por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias bis en el reservado de un bar cochambroso de Vista Alegre. Me ofrecieron un contrato de obra o servicio que vencería una vez que la lluvia fina de la España plurinacional hubiese calado en el ánimo de toda la ciudadanía. Me destinaron, junto a otros tres compañeros, a unas oficinas en la calle Doctor Lluch, en el Cabanyal. Mis compañeros se llaman Kepa, Anxo y Jordi.

Las instrucciones que nos llegaron de arriba es que fuésemos muy comprensivos con todo aquel que nos trajese una nación pequeña, chiquitita, para catar. De nosotros depende el número de naciones que se incluirán en la futura Constitución. Si se nos presentaba alguna duda, la orden era llamar a las sedes estatales del PSOE y Podemos. Allí siempre habría algún comisario para asesorarnos.

Cada cual con su nación bajo el brazo

Cada mañana, a primera hora, tenemos una larga lista de gente que lleva sus propuestas de nación bajo el brazo. Los más numerosos son los nacionalistas catalanes. Enseguida te hablan de su pasado milenario, del románico, de Guifré el Pilós, de 1640, de Prat de la Riba, del atolondrado Macià…, en fin, de una historia amasada con leyendas, victimismo y muchas medias verdades. A los catalanes les siguen los vascos, los nobles y trabajadores vascos, quienes, mientras sostienen sus txapelas con las manos, presumen de pureza de sangre y ensalzan su lengua de origen aún desconocido; también elogian las esculturas Jorge Oteiza y te recuerdan lo bien que se lo pasan jugando a la pelota en sus caseríos. Y qué decir de los gallegos, que completan esta tríada fantástica con catalanes y vascos; los gallegos con su morriña, su mirada atlántica y dulcemente triste, lectores de Cunqueiro y Rosalía, nostálgicos de los sueños imposibles de Castelao, enamorados de sus meigas, tan proclives a desempolvar a todos sus antepasados celtas para tener también un lugar privilegiado en la futura España plurinacional.

Después de catarlas, no tuvimos dudas de que había que darles nuestro beneplácito a esas tres naciones. Lo que había olvidado decir es que cobramos un fijo y una comisión. Cuantas más naciones reconocidas, más ganamos a fin de mes. Esto explica que también hayamos sido muy condescendientes cuando andaluces, aragoneses, canarios e incluso manchegos han exhibido sus hechos diferenciales para que se los convalidásemos. Así lo hemos hecho. A los andaluces, el Rocío; a los aragoneses, la fabla; a los canarios, el mojo picón y a los manchegos, su delicioso gazpacho.

Debíamos ser comprensivos con todo aquel que nos trajese una nación chiquitita para catar. De nosotros depende el número de naciones que recogerá la futura Constitución 

El único sobresalto en nuestro trabajo ocurrió ayer cuando, poco antes de cerrar, se presentó un hombrecillo con apariencia de jubilado, vestido con un traje gris anticuado que le quedaba grande. Nos saludó con educación antigua hablándonos de usted.

—¿Qué desea? —le pregunté.

—Venía a que me cataran mi nación. Sé que están a punto de cerrar; les pido disculpas, pero no he podido venir antes porque tengo enferma a mi mujer.

—Siéntese, póngase cómodo. ¿Trae la documentación?

—Aquí la tiene.

Le eché un vistazo y no pude salir de mi asombro.

—Leo que viene usted en representación de la Nación española con mayúsculas.

—Así es, señor.

En cuanto escuchó las palabras del hombrecillo, Kepa se desternilló. Le reprendí con la mirada. Se tapó la boca mientras recibía las miradas de complicidad de Jordi y Anxo.

—He estado mirando por encima su expediente y considero que su propuesta no está lo suficientemente justificada —le dije al jubilado, que no pudo ocultar su cara de decepción.

—Pero si me lo permiten, yo vengo dispuesto a hablarles de España, desde que San Isidoro de Sevilla ya la menciona en el siglo VII hasta las Cortes de Cádiz. Les he traído un libro del catedrático José Álvarez Junco en el que expone su concepto…

Tuve que interrumpirle.

—Disculpe pero es hora de cerrar. Déjenos sus papeles y le daremos una respuesta en unos días.

El jubilado quiso seguir hablando pero le cogí del brazo y lo acompañé a la puerta.

No me quedaba más remedio que llamar al comisario para exponerle el caso, aunque me imaginaba lo que me diría.

Para celebrar que era viernes nos fuimos al bar La Pascuala, donde íbamos a catar unos estupendos bocadillos de jamón a la catalana. Por la noche, cuando llegué a casa y besé a mi mujer en la frente, me sentía como un rey aunque decir esto, lo de sentirse como un rey, no quede muy bien dedicándome a lo que me dedico.

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