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Alberto Torres Blandina, sobre ser escritor sin tener casa en Jávea

El escritor valenciano cambia el registro de sus últimas novelas de ficción apocalíptica por un retrato de la realidad apocalíptica que desde bien pequeños nos va revelando a qué podemos aspirar.

9/11/2020 - 

VALÈNCIA. Si te esfuerzas mucho conseguirás esforzarte mucho. Si crees muy fuerte en lo que quieres lograr y lo visualizas, tu fe te proporcionará un fantástico sueño despierto: si lo que deseas está muy lejos de tus posibles, mejor sigue soñando. Si “eliges” un trabajo que te gusta, sí tendrás que trabajar: trabajarás muchas horas al día en algo que te gusta, o que te gustaba en origen. Trabajar no dignifica, lo que dignifica es vivir la vida con todas las comodidades y todos los placeres posibles. El dolor y los malos tragos enseñan lecciones, lecciones de dolor y malos tragos: mucho mejor no tener que andar levantándose o reinventándose a cada poco. El dinero que ganas trabajando, en lo esencial, es dinero que compra horas de vida. De tu vida. Te dan dinero y tú das a cambio tu escaso tiempo de vida. Está feo todo esto, pero más feo es tener que dedicar casi todo el día a trabajar y a dormir sin descansar del todo, y tener solo unas pocas horas para ti y para los tuyos. Para tu vida, vaya. Lo que ocurre de verdad es que la fortuna o infortunio con el que naces te acompaña toda la vida, de una forma u otra. Por cada pobre que se ha vuelto rico, millones de pobres no lo han hecho, pero no solo eso: las leyendas de garajes en los que se han gestado imperios son solo eso, leyendas. El garaje al final era un bajo de la familia que te dejaban para que no tuvieses que alquilar nada, y la idea genial germinaba tras ser regada con varios cientos miles de dólares familiares. Mucha gente tiene muy buenas ideas, muchas ganas y muchos sueños. Y da lo mismo. La cultura del esfuerzo es para los que tienen que esforzarse para ganarse el pan, no para los que nacen en una panadería

En esto de la escritura, como en el arte, tres cuartos de lo mismo: imagínate tener que escribir de siete a once y media, entre que vuelves del trabajo y te duermes (sin contar la cena). Alguien, en un arrebato de suficiencia meritocrácica, pensará: querer es poder. Eso son excusas. Es cuestión de prioridades. Todo eso. Claro: quien quiere escribir tiene una serie de prioridades muy claras, y la primera es seguir respirando. Para ello tiene que comer, y poder guarecerse de las inclemencias del tiempo en algún piso. Que sí, que está muy claro, pero es que es así. Una vez cubiertas sus necesidades básicas, requerirá ocio —si es que el ocio no es una necesidad básica—. Además, deberá vivir experiencias enriquecedoras que sirvan como combustible para sus historias. Llegas a casa de trabajar —o terminas de trabajar en casa— y dispones de unas pocas horas para escribir tus futuros relatos. No estás muy lúcido porque llevas horas y horas dedicado a otra cosa. Quizás hayas tenido algún problema. Si no, siempre puedes escribir el fin de semana, levantándote pronto. O en vacaciones. Si no tienes trabajo pero lo necesitas, ya ni hablamos: la preocupación y la angustia consumen todo tu tiempo. Lo ideal para escribir es tener dinero y pocas preocupaciones —para escribir y para todo—. Tener una casa en Jávea, como el nuevo libro de Alberto Torres Blandina, que sale esta vez en Candaya. Xàbia es un bello pueblo costero. Jávea, pronunciado como debe pronunciarse, háobea, es una clase social. Para ser un artista resacoso, hay que tener, dice Blandina, un apartamento en Jávea. Entiéndase: quien dice Jávea dice Denia. O Canet. 

Con ese apartamento en Jávea la vida no es que sea de color de rosa, pero sin duda mejora: si Blandina hubiese descansado de su rutina veraneando desde pequeño en una Jávea, probablemente no habría acabado su saga previa como la acabó, con ese final —del tercer libro y del mundo— tan singular e ingenioso, ni habría tenido que escribir acerca de todas esas carencias y frustraciones que nos procura esta vida que nos toca vivir, en la que muchos trabajarán muchas horas al día toda la vida sin dejar nunca de ir con el agua al cuello, y seguramente, para cuando acaben, si es que no han descarrilado antes por culpa de la ansiedad, la jubilación se haya convertido en una historia que cuenten los mayores acerca de otros tiempos, que quizás, en este caso, sí fuesen mejores. Lo que es Jávea como concepto y como visión blandiniana de la vida se resume muy bien en un diálogo fantástico entre un personaje llamado Redneck-style y él, un toma y daca por un lado muy cómico que empieza con un ataque y termina con otro, y por otro absolutamente honesto, a caballo entre la rabia y la resignación, en ese estado —¿rabignación?— en el que nos encontramos sin darnos cuenta buena parte del día, y también de la noche, durante esas noches de bruxismo que hacen las delicias de los extraordinariamente caros dentistas. Decía una persona procedente de un país donde la salud bucodental era costeada por el Estado, que al llegar aquí le impresionó mucho lo mal que tienen los dientes los españoles. “La mejor sanidad del mundo” de la que tanto fardábamos no ha llegado todavía ahí. El libro, bien pensado, es un poema a la rabignación que empieza con varios paisajes desoladores en los que el suicidio y la falta de esperanza están a la orden del día. Esos paisajes son los paisajes comunes en los que languidecen las vidas de la mayoría de los trabajadores, trabajadores que gastan sus horas de vida y su salud, que consumen su espíritu en el horno de las falsas oportunidades sabiendo que por mucho que trabajen, por mucho que rindan o por mucho que produzcan, nunca lograrán tener una casa en Jávea. 

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