Comienza el pulso

El pasado seis de octubre, una fecha que quedará en la memoria de muchos melómanos, tuve la suerte de ser invitado a asistir a la reapertura del Palau de la Música de Valencia después de cuatro años de exasperación musical y trashumancia cultural. La edad o la experiencia me llevó a recuperar también física y emocionalmente el tarjetón inaugural del magnífico edificio de García de Paredes, y financiación socialista durante la etapa de Pérez Casado y Javier Solana, que además no envejece arquitectónicamente y ha dado mucha felicidad a esta ciudad, cerrado después por culpa de la desidia política y el poco cerebro de unos gestores para el olvido. Suelo ir allí donde me invitan. Por eso hace tiempo que no me verán, por ejemplo, en el Palau de Les Arts, aunque yo sí cumplí mi palabra.

Fue un día grande en el que lo de menos era la parte artística, que además estuvo bien y tocaba. Lo más importante y valioso de este pasado 6 de octubre era, en este caso, la parcela emocional. Por ello no entendí la postura de algunos críticos que viven anclados todavía en lo meramente terrenal.

Después de cuatro años de peregrinaje y poca lógica política nos encontramos muchas caras conocidas a las que eso de la política de turno nos viene a veces grande y se nos queda pequeña ante el perfil y no es ni debería de ser lo importante. Salvo los del peloteo circunstancial y aquellos que aún viven del cuento. No era el día, ni el momento. Lo bueno era reencontrarnos, vibrar de nuevo con la Orquesta de Valencia (OV), latir una vez más con un sonido único, próximo, reconocible; de un ambiente conmovedor. Y ante todo de satisfacción.

Quien ha vivido el Palau de la Música sabe de lo que hablo, de un espacio en el que lo cultural y lo social caminan unidos.

Sentí que nos esperan de nuevo días muy grandes y gloriosos para quienes consideramos la música, en toda su extensión, una prolongación de nuestra memoria y forma de vida en una sociedad musical que está más allá del pavoneo y que me perdonen algunos, es auténtico y real. Por ello creo que a partir de ahora, como ya escribí, vamos a vivir un intenso e interesante pulso musical entre Palaus.

Hace unos días leía el resumen de una comparecencia del nuevo director del coliseo valenciano, Vicent Llimerá, quien recordaba o adelantaba que el número de abonados para la nueva temporada -cerrada mayormente antes de su llegada, algo que hay que reconocer- ya se situaba en torno al millar. Más que antes de su cierre obligado. Eso dice mucho. Muchísimo. Lo dice también o sobre todo de esta sociedad próxima y de un público que ha sido paciente, tolerante, fiel y si me apuran, real y nada postizo. Eso garantiza una larga vida, de más peso y poso del esperado y hasta un relevo generacional que hay que potenciar.

Muchos temíamos que estos años de silencio, dudas y desconcierto, podían pasar factura, pero la respuesta de los aficionados/abonados nos ha dado una nueva lección de sociedad, la que verdaderamente importa y a la que hay que cuidar si cabe a partir de ahora todavía mucho más porque este “nuevo” Palau no será nunca más de la clase política sino de ellos, los verdaderos hooligans de la música, un público, espero, que ha demostrado estar a otro nivel y a una altura que hay que valorar por encima de la visión de la crítica y sus exigencias.

Así que el Palau de la Música volvía a sonar como siempre lo ha hecho. A  la OV se le veía emocionada y volcada. Por algo será.

Nos esperan de nuevo días grandes. Y eso se agradece cuando la voluntad política se nota, deja trabajar, no estorba y piensa un poco más allá del mero pragmatismo ocasional.

Ahora, después de la reapertura, algunos/as deberían de irse de ejercicios espirituales para entender algo de esta sociedad en la que el sectarismo y el capricho pasó de moda y en un mundo en el que un concejal/a o primer edil no pasará de ser, con suerte, una mero apunte a pie de página. Por mucho redoble de tambor y bombo que le quieran poner como acompañamiento.