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EL INTERIOR DE LAS COSAS / OPINIÓN

Como agua para chocolate

Foto: ELIZABETH GADD
19/06/2023 - 

El sol apareció ayer, domingo, entre nubes, a las 10:50 horas, en el cielo de Castelló, al mismo tiempo que comenzaron a cocinarse los sofritos de los patios interiores de mi casa. Sobre todo, una mezcla selecta de la base de una paella de marisco, o mixta. Ciertamente, estos aromas me reconcilian con la vida ciudadana. 

Una mañana de grises y de un calor insoportable. Los primeros pasos de mi perro Pancho en el Parque Ribalta fueron perezosos, arrastrando una pesadez acorde con esa especie de neblina que forman los excesos de humedad… Nos sentamos en uno de los bancos cercanos al bello espacio recuperado que antes ocupaba el monumento franquista, esa cruz que, ya trasladada, produce miedo en la calle Rafalafena, y que Vox quiere devolver a mi barrio.

La cebolla tiene que estar finamente picada. Les sugiero ponerse un pequeño trozo de cebolla en la mollera con el fin de evitar el molesto lagrimeo que se produce cuando uno la está cortando. Lo malo de llorar cuando uno pica cebolla no es el simple hecho de llorar, sino que a veces uno empieza, como quien dice, se pica, y ya no puede parar. No sé si a ustedes les ha pasado pero a mí la mera verdad sí. Infinidad de veces.

En los momentos más difíciles de mi vida suelo regresar, entre otros títulos, al magnífico libro y a la realidad mágica que contiene Como agua para chocolate, de Laura Esquivel. Porque sigo poniendo unas hojas de cebolla sobre mi cabeza cuando pico este manjar, igual que me enseñara mi abuela Pepica que, además, decía que ese llanto era bueno para relajar todos los males y todos los duelos. 

Con casi media cebolla en la cabeza las lágrimas son un río fluido de emociones, con enormes cascadas que inundan la cocina, con mi Pancho escapando de la estancia, por ese temor que siempre tiene al agua. Llevo días, semanas, echando lágrimas por toda la casa, y cómo bien escribe Laura Esquivel, hemos recogido varios sacos de sal de tanta lágrima evaporada. Y sentimos todo el peso y significado del dicho mexicano que explica el duelo, la rabia y lo jodida que puede sentirse una persona: Como agua para chocolate.

La verdad es que mi vecina se encuentra igual, manejando el timón de su tristeza. Ayer, entre las dos, nos cocinamos un sublime gazpacho manchego. Además, las dos, seguimos el sábado la constitución del nuevo Ayuntamiento de Castelló, tal como hemos seguido toda la semana pasada el tremendo pacto del PP y Vox para gobernar el país valenciano. Ella, jubilada, y yo, en el paro. Tenemos demasiado tiempo libre para reflexionar hasta el infinito.

Nos están doliendo demasiadas decisiones que recuerdan nuestra infancia y adolescencia, cuando este país en blanco y negro sobrevivía bajo el férreo mando del dictador Franco. Las declaraciones de Vox y sus intervenciones, como en el caso de Castelló, nos devuelve a aquel país en que las jóvenes estábamos excluidas, en el que estábamos obligadas a cumplir un servicio social femenino para acceder a la universidad, entre otros aspectos. Y no se olviden, a partir de ahora las mujeres vamos a ser invisibilizadas, a pesar de lo que diga el PP, porque necesitan a Vox para gobernar.

Mi vecina ha sufrido mucho más que yo aquella dictadura. Recuerda esa vida de miseria anímica, sin expectativas, sin esperanza. Hablamos del siglo XX en pleno siglo XXI y nos situamos en aquel país que, presumiblemente, está regresando. Y no hay cebollas que valgan para derramar y esconder todas las lágrimas.

Para empezar a comer, preparé ayer mi crema árabe de berenjenas, como homenaje a quienes van a ser excluidos del futuro inmediato. Mi vecina conservaba en el congelador, desde hace dos semanas, unos flaons que le traje de Morella, porque también quisimos saborear y homenajear a nuestra queridísima ciudad de Els Ports que el sábado estrenó el más incierto de su futuro, con el apoyo de la derecha (y, claro, intrínsecamente, con su ultraderecha), tan triste cómo incomprensible. Mi vecina ha llegado a la conclusión de que el momento actual se viene tejiendo, desde hace tiempo, entre la derecha y su ultraderecha. 

Julie Lagier 

La verdad es que mi vecina tiene razón, aunque crucemos los dedos para que el fascismo no entre en nuestras vidas. No es posible. Porque ya ha entrado a gobernar comunidades autónomas y numerosos ayuntamientos. 

Tal como Tita, la protagonista de Como agua para chocolate, se dedica media vida a tejer una manta de ganchillo de más de un kilómetro de longitud, mi vecina y una servidora nos sentimos enganchadas, comprometidas, a confeccionar la mejor manta de colores, para seguir respirando y poder salvar a tantas personas vulnerables, a tantas mujeres, que van a quedarse solas, al descubierto, bajo el frío y toda la ignominia del nuevo, -y tan viejo-, presente.

Buena semana. Buena suerte.

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