Esta es posiblemente una de las columnas más difíciles de escribir desde que comencé esta andadura en el verano de 2015. Me apasiona comentar la actualidad desde esta tribuna, pero reconozco que es difícil transmitir las ideas en momentos tan crueles y desagradables como los que estamos viviendo.
Hace justo dos años no creíamos que la covid-19 fuera a llegar desde China a nuestra tierra de manera tan veloz y que en unos días las Fallas que parecían comenzar con total normalidad iban a ser canceladas durante dos años consecutivos. Algo increíble pero cierto, dos años después seguimos con información a diario sobre el impacto de la pandemia y con medidas tan visibles e incómodas como el uso de la mascarilla. ¿Cuántos nos sorprendíamos al ver a asiáticos usando a diario ese artilugio que ya forma parte de nuestro kit al salir de casa junto a móvil y llaves?
Pero si aún no hemos salido de la sorpresa y de la preocupación que generó el maldito virus, la realidad nos golpeó hace justo una semana con algo que hasta algunos expertos y estrategas militares y académicos afirmaban que sería imposible o altamente improbable que sucediera: una guerra en territorio europeo en 2022 y con despliegue de fuerzas militares y muertos civiles. Porque la invasión de la Rusia de Putin en Ucrania no es un ciberataque ni son ataques puntuales a infraestructuras militares o estratégicas (que también sería grave y condenable), pero lo que sabemos y vemos en los medios es una invasión en toda regla, con largos convoyes de tanques y camiones para ocupar y conquistar por la fuerza el territorio ucraniano.
La inmensa mayoría de los habitantes del llamado mundo occidental y especialmente los europeos, salvo los más veteranos, sólo conocemos la guerra por los documentales y películas que hemos visto, además de los libros. Pero pienso en las imágenes y todos veíamos con tristeza y a la vez lejanía temporal y física las colas del hambre en la Alemania nazi que expulsaba y mataba a los judíos, los bombardeos aliados y los cientos de escenas de terror y crueldad infinita que deja cualquier guerra. Los desgarradores lloros de los niños cuando son llevados en brazos por sus padres huyendo del caos, las bombas y la destrucción o los grupos de personas hacinadas en cualquier escondite sobreviviendo a los ataques del enemigo y sufriendo lo incontable.
Todo eso y mucho más llevamos viéndolo una semana, cientos de ucranianos viven en las estaciones de metro de Kiev, hay niños que han nacido en esas estaciones y en refugios improvisados para protegerse de los ataques del ejército que lidera Putin, convertido ya, gracias a Dios, en el enemigo público número 1 de una Europa que parece caminar unida y de un mundo que asiste con rabia, impotencia y pavor al despertar de un nuevo monstruo, la Rusia de Putin, al más puro estilo totalitario de sus predecesores Lenin o Stalin. Las medidas que en los últimos días están tomando las instituciones europeas pueden tener importantes efectos para aislar y bloquear al tirano ruso, pero quizá la acción de la OTAN debería formar parte de esa respuesta conjunta del mundo civilizado. Creo que los ciudadanos de a pie no entendemos como podemos ver las dramáticas escenas y no utilizar el poder militar de la Alianza Atlántica para defender a Ucrania. En las últimas horas incluso la televisión sufrió el ataque ruso, como en tantas guerras los medios de comunicación son objetivo para anular la posibilidad de contar y enseñar los horrores de la guerra al resto del mundo.
Dicen que en caso de que hubiera una guerra mundial, creo que estamos muy cerca de que se pueda catalogar así, los españoles seríamos el país de los memes, es decir, los encargados de parodiar las diferentes posturas y de alguna manera suavizar y amenizar con nuestro humor e ingenio una difícil situación. Imágenes y memes hay, pero la inmensa mayoría estamos demostrando preocupación y solidaridad, buscando la manera más eficaz de ayudar a los ucranianos. Cada persona, cada familia, cada refugiado, cada acogida, cada vida salvada es una importante muestra que nos ayuda a mantener la fe en la humanidad, incluso en la bondad de millones de personas. Aunque esta guerra nos demuestra que la maldad existe y puede estar personificada perfectamente en individuos concretos. Una de las citas que creo más deben guiar la acción del mundo libre y de Europa en estas horas aciagas, es la famosa frase de Edmund Burke: “Para que el mal triunfe, sólo es necesario que los hombres bueno no hagan nada”.