VALÈNCIA. Ha habido gestos. Sin ir más lejos, a finales del año pasado el Consell del Botànic realizó su séptimo y último seminario de gobierno entre sus muros. También allí se realizó la presentación del Consell de les Llengües con la participación del presidente de la Generalitat, Ximo Puig, y el conseller de Cultura, Vicent Marzà. Pero durante la anterior legislatura el Monasterio de la Valldigna se vio colapsado por la extinción de la Fundación Jaume II el Just, la que debería haber impulsado su recuperación pero que, por su errática gestión, lo que hizo fue lastrarla.
Hay un plan y a lo largo de este curso se prevé sacar a concurso la contrata para la limpieza y el mantenimiento del inmueble. Si hace un año se reclamaba la presencia de un arqueólogo y que se retomaran las excavaciones, este verano las peticiones siguen en el mismo punto, y en la Generalitat quieren darle respuesta pero no es fácil. Esta situación provoca impotencia entre los vecinos de Simat de la Valldigna quienes protestan por un monasterio que, recuerdan, es templo espiritual de los valencianos.
A mediados de junio, un grupo de vecinos realizó fotografías para denunciar el estado de los jardines, que calificaban de “deplorable”, con imágenes que daban fe de, como decían, los recintos estaban sucios y la hierba crecía por doquier. A mediados de julio, apenas un mes después de esas críticas, la situación era menos acuciante. Los setos recortados, la limpieza, somera pero efectiva, daban un mejor aspecto. La ausencia de un órgano rector que estuviera encima del día a día de su estado explica estos vaivenes, vaivenes que hacen a su vez que el inmueble se halle en un extraño letargo.
A simple vista, en un paseo por el monasterio, la sensación que da es la de un espacio por estrenar. A mediodía de un día entre semana, en plena temporada alta veraniega, con la zona de La Safor llena de turistas de todo tipo y condición, la belleza patrimonial y estética que supone el monasterio era poco menos que un desierto: tres visitantes en dos horas, y uno de ellos un vecino de la localidad. Está ahí, pero nadie lo ve.
En la iglesia de Santa María, edificio principal del monasterio, el único sonido que se escuchaba era el aleteo de las palomas que anidan en su interior. Ningún vídeo explicativo que hable de los retablos perdidos, ninguna cartela. Los seis florones, rescatados en 2011 de una iglesia en Benifairó, llevan desde entonces en almacenes; nadie los ha visto. En el exterior, las ruinas son sólo piedras al más puro estilo Ozymandias, sin significación, expuestas desnudas y sin guías que las contextualicen. Lo más parecido a un museo se encuentra en la entrada, en la almazara.
Las actividades son mínimas, pero se siguen realizando. Una exposición de artistas locales. Algún concierto. Nada que ver con los años de gloria, cuando por allí pasaron Luciano Berio, Pina Bausch o Sydney Pollack y el dinero corría libremente. El 30 de agosto, a las 22.00 horas, el ayuntamiento ha organizado una visita nocturna teatralizada, aprovechando la magia del enclave que preside el valle. No es gratis. Las entradas tienen un precio de 7 euros para adultos y de 3 euros para los niños de 6 a 12 años. La intención es poner en valor un patrimonio que parece olvidado, congelado en el tiempo, pero no hay dinero para hacerlo y, si no se logra el mínimo de 25 adultos que pague la actividad, la visita se suspenderá.
Tras haber vivido una etapa de abandono y expolio, fue el consell de Joan Lerma el que reactivó la recuperación de este espacio al comprarlo en 1991. No era un capricho. El monasterio es símbolo de la Comunitat Valenciana, por ser el que fundó Jaume II el Just después de las luchas contra los musulmanes por las tierras de Alicante y Murcia. Mediados los años noventa, con el PP en la Generalitat, parecía que se concretaba esa recuperación, pero fue un espejismo, el inicio de su actual estado de aletargamiento.
La Fundación Jaume II el Just, creada para impulsar su recuperación, se convirtió en la pagana de toda clase de actividades del pelaje más variado, desde musicales en el teatro Principal de València hasta una recreación de un desfile histórico realizado con motivo de la conquista de València por Jaume I. Su gestión, llena de caprichos y contraordenes de la más diversa índole, muchas veces emanadas desde el Palau de la Generalitat, ha convertido a la Fundación en una suerte de apestada dentro de las instituciones culturales valencianas, de la que nadie quiere hablar, y sigue siendo objeto de debate político. Sin ir más lejos, en enero de este año el síndic de Compromís Fran Ferri no dudó en calificar a la Fundación como “una escuela de corrupción” del PP.
En concreto, desde Compromís denunciaban que el PP desvió, entre los años 2004 y 2009, 4.291.878,47 euros de los presupuestos de la fundación a empresas investigadas en el denominado caso Taula. Según dijo entonces Ferri, “el PP convirtió el monasterio en el epicentro de una trama corrupta que desviaba dinero que en lugar de ir a Educación, Sanidad o Dependencia acababan en sobres y en campañas ilegales del Partido Popular”. La Fundación que debía salvar el monasterio, lo que hacía era llenar bolsillos de personas que no tenían nada que ver con él. Hoy dicen que aún tiene una deuda de cerca de 15 millones de euros con el Instituto Valenciano de Finanzas.
Esta herencia envenenada ha tenido sus consecuencias, ya que la desarticulación de la Fundación se llevó por delante a los historiadores y profesionales que trabajaban por su recuperación con honestidad. Las denuncias vecinales se suceden mientras desde la Generalitat intentan resolver el galimatías de la Fundación Jaume II el Just. Reactivar la recuperación del monasterio de Simat de la Valldigna podría ser un activo económico de primer orden para esta pequeña población, y eso lo saben en Presidència.
Tras todos los millones de euros invertidos en su recuperación, ese dinero, peor o mejor gestionado, se perderá sino se actúa y el monasterio volverá al olvido al que parece condenado. Es por eso que en la Generalitat quieren dejar resueltos ya todos los entuertos del pasado, para así poder recuperar de una vez un inmueble que, dicen, esta legislatura tendrá por fin el plan que se merece.
Los Arcos de Alpuente es considerado Yacimiento Arqueológico y declarado Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Monumento