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la nave de los locos / OPINIÓN

Encendida defensa de la Edad Media

Hay que rescatar la Edad Media de las sucias manos de sus detractores. La tienen secuestrada en un zulo de tópicos y medias verdades. El Medievo arrastra demasiadas calumnias como para que las ignoremos. 

29/08/2022 - 

Como Francisco Franco, la Edad Media tiene muy mala prensa. Del general no hablaré porque cualquiera de mis palabras sería malinterpretada, de manera que me centraré en rehabilitar la deteriorada imagen del Medievo, sobre el que de momento se puede opinar con libertad, sin temor a ser multado o encarcelado.

La mala fama arrastrada por la Edad Media cabe atribuirla a indigentes intelectuales y a personas de mala fe, tanto del pasado como del presente. En el centro de la diana de nuestras críticas figuran, en primer lugar, los pichaflojas de la Ilustración, que con sus luces cortas sólo vieron oscurantismo y barbarie en un periodo que requiere muchas lecturas, pues abarca once siglos, desde la caída del Imperio Romano de Occidente (476) hasta la toma de Constantinopla por los turcos (1453) o, según otras fuentes, hasta el descubrimiento de América (1492).

Portaleyo por el que se accede al monasterio de Suso, cuna del castellano, en La Rioja. Foto: Javier Carrasco

La desvirtuación histórica de la Edad Media, identificada con una crónica de guerras, pestes, analfabetismo, hambrunas y quema de brujas, con un rollo como muy chungo, se debe a series como Juego de tronos y Vikingos, por solo citar dos del centenar que pueden verse en las plataformas, series que encuentran un interés morboso en recrear un pasado más imaginario que real. Antes sólo había películas sobre las maldades de los nazis, y aquí en España sobre la tediosa guerra civil, con el cuento de los buenos y los malos, y ahora todo son producciones sobre princesas cachondas, condes sanguinarios, bufones bordes y muchos dragones, para regocijo de un público de gustos no demasiado exigentes.

Una época contaminada de tópicos

No ha habido una época en la historia que arrastre tantos tópicos como la Edad Media. Para combatirlos hay que leer y caminar, estudiar aquel mundo fascinante y lleno de claroscuros, de la mano de historiadores solventes, y visitar lugares que datan de aquello siglos en los que se construyó la identidad de Europa y de cuya decadencia somos testigos agradecidos.

 Claustro del monasterio de Santa María la Real de Nájera.

Yo hice lo uno y lo otro, y lo hice sin prejuicios. Estuve fino comprándome Elogio de la Edad Media de Jaume Aurell (editorial Rialp), un delicioso y agudo ensayo que cuestiona las sandeces vertidas sobre el Medievo. También viajé a La Rioja y al sur de Navarra y del País Vasco para ver, tocar y oler lo que aún queda de una época  calumniada.

“Todos los males atribuidos a la Edad Media se repiten hoy: guerras, fanatismos, pobreza, cambio climático y pestes” 

Cuando visitas el panteón de los reyes navarros en el monasterio de Santa María la Real en Nájera, o te adentras en el de Suso, cuna de la lengua castellana, acabas humillado, con tu pobre sensibilidad de hombre moderno, ante tanta belleza diseminada en piedra. Si alguien fue capaz de levantar tales maravillas es porque tenía una ambición de la que carecemos los coetáneos de Bad Bunny y Marina Abramovic. Esa ambición estuvo alimentada por una idea, y esa idea fue Dios en lo bueno y lo malo.

Un varón timorato y hamletiano como yo, criatura involuntaria de otro siglo cambalache, se atreve a formular algunas preguntas cuando de camino contempla las torres mudéjares de Teruel, imagina la judería de Logroño al entrar en la iglesia románica de San Bartolomé, pasea por el casco histórico de Laguardia y queda ensimismado viendo la arqueta donde descansan los restos de San Millán de la Cogolla, rematada con marfiles de mil años de antigüedad.

De San Isidoro de Sevilla a Dante

También en esto, en la interpretación de la Edad Media, nos engañaron. Porque ¿cómo es posible que en el tenebroso Medievo naciesen y viviesen pensadores como san Isidoro de Sevilla, Pedro Abelardo, Ramon Llull, san Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino y Guillermo de Ockham? Otra pregunta: ¿acaso no hay luminosidad y color, vida y esplendor, en las pinturas de Giotto, la Comedia de Dante y las iglesias románicas y góticas de Castilla? ¿A quién se le oculta que en la Edad Media se crearon las primeras universidades y se pusieron las bases del comercio moderno?

Iglesia de san Bartolomé, la más antigua de Logroño. Foto: Javier Carrasco

Es cierto que hubo guerras alentadas por la ambición de papas y emperadores y que las cruzadas fueron una carnicería. Las hambrunas se cebaron, como siempre, con los más pobres. La peste se llevó la tercera parte de la población europea en el siglo XIV, y las mujeres fueron víctimas de una cultura misógina, lo que no impidió que emergieran figuras como Leonor de Aquitania, Juana de Arco y Christine de Pizan.

Todos los males citados, que pertenecen al debe de la Edad Media, se repiten en nuestros días: guerras como la de Ucrania, fanatismos como el islámico, analfabetismo (con título oficial), pobreza, cambio climático (el enfriamiento global de ellos fue el calentamiento de nosotros) y más pestes que llegan de Oriente, como el coronavirus.

Respetuosos con la naturaleza

No estamos en condiciones de darle lecciones a aquella gente ruda y de pocas pero firmes convicciones. A diferencia de nosotros, respetaban y cuidaban la naturaleza, tal como sabe cualquiera que haya leído a san Francisco de Asís.

Arqueta que contiene los restos de San Millán de la Cogolla. Foto: Javier Carrasco

Nosotros, bastardos del siglo XXI, que perdemos el tiempo y la cordura derribando estatuas y enjuiciando el pasado con los ojos del presente, deberíamos ser un poco más humildes, aunque creo que pido demasiado. En 2020, cuando llegó la última peste a Europa, seguimos el ejemplo de los jóvenes protagonistas de Decamerón de Boccaccio: ellos también se encerraron en una villa hasta que amainó la peste que asolaba Florencia en 1348.

Los seres humanos no hemos cambiado nada desde entonces. Apenas hay diferencias entre el caballero que combatió en la batalla de Poitiers y mi vecino que acude a su oficina en Picanya, en el caso de que no lo hayan despedido ya. Ambos están hechos del mismo material del que se tejen los sueños, como escribió un poeta inglés que situó parte de sus dramas y tragedias en esa Edad Media que hemos defendido en prueba de agradecimiento y lealtad.      

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