VALÈNCIA. Con la sencillez que les define a la hora de abordar los temas del grupo, Chavalan se están despidiendo en voz baja. El grupo está esta semana recorriendo cuatro ciudades de España antes de su disolución: ayer tuvieron el primero en Madrid, hoy actúan en la Sala Vol de Barcelona y el sábado pondrán el broche de oro de La Residencia, en València, dejando para octubre su último bolo en Hondarribia.
“Lo estoy llevando con normalidad, es un proyecto que se acaba, pero la vida sigue. Por supuesto hay que celebrar lo que hemos hecho juntos, y estos conciertos me los planteo como salir a tocar con unos amigos”. Son palabras de Jussi Folch, uno de los miembros del grupo, que antes de nada advierte que habla únicamente en su nombre. La disolución del grupo es la consecuencia de una cuestión práctica: se separan geográficamente y es inviable llevar a cabo aquello que da sentido al grupo y lo hace funcionar: ensayar en el local.
“El ensayo era un lugar desde el que dejar nuestras cosas en la puerta y tocar sin más. Yo, en mi vida, necesito tocar música para desconectar y expresarme”, explica. Y es que el grupo ha sido, ante todo, un grupo de punk al uso. Sin modas ni pretensiones. Solo con ganas de ensayar, componer, grabar y tocar lo que iban sintiendo. Algo que parece muy sencillo, pero que incluso en escenas periféricas como València no se ha acogido tan bien: “Hemos tocado muchísimo más fuera que aquí. En Francia sobre todo. Parece que no acabamos de encajar en la tendencia que está habiendo en España”, señala sin acritud Folch. Sin acritud porque están más que orgullosos de la discreción intencionada y la forzada por la agenda endogámica de los medios de comunicación.
Y es que, sin duda, Chavalan se han mentenido al margen por reivindicar desde lo práctico, cómo debe ser un grupo en esencia. “Lo que le da sentido a todo para nosotros es tocar. Es estar en el local de ensayo preparando los conciertos que vamos a hacer, donde nos lo dejamos todo”, explica. “Por muchas entrevistas y muchas redes sociales que hiciéramos, no nos podríamos definir ni mucho menos lo que lo hacemos cuando tocamos”. Y lo tiene claro: “la mejor manera de entendernos es ir el sábado”.
De esta práctica han salido dos discos: Un aire visible y Semilla de los deseos. La primera referncia fue la carta de presentación de un grupo extraño, con dos bajos y sin guitarras, de los ex-Betuziner y Aullido Atómico. Casi como un supergrupo, aunque no estuvieran muy de acuerdo con esa etiqueta (“llamarnos así a lo mejor es demasiado”, decían en una entrevista a este diario en 2020). La segunda referencia es la constatación de que la propuesta de su primer disco podía ir más allá, llevando su punk a ritmos mucho más frescos (en un bolo reciente los definieron como post-sabrosura). “No hay planteamientos antes de los discos. Hay trabajo de local. No son discos conceptuales, sino canciones surgidas de dejar nuestras referencias fuera del ensayo y ver qué ocurre”, desarrolla. “No me gusta hablar de estilo, pero el sonido de la banda estaba muy definido por nuestros conciertos. A partir de ahí, nuestra manera de componer era dejar fluir desde ese lugar”.
“Hay referencias que compartimos y otras que no. Yo nunca había tocado con los dos, pero ellos llevan años juntos, así que tenían un bagaje importante. Al final todo el proceso ha sido muy experimental: a mí me recordaba a cuando de pequeños improvisábamos los colegas de toda la vida y yo en el local de ensayo y estábamos horas haciendo algo que nadie que no fuera el que estuviera tocando lo podía disfrutar. Con el tiempo vas puliendo la técnica y sale esto”, contaba Folch de su trabajo con Marcos Junquera y José Guerrero. Ayer, entrevistado tres años y medio después, volvía a poner en valor la experiencia junto a ellos: “compartir escenario ha sido como irse a comer una paella con la familia. Es una cosa hecha entre amigos que me ha llenado mucho gracias a todo lo que llevan tocando juntos”. Chavalan se va igual que empezó, con naturalidad y desde el encuentro sincero y espontáneo. Un punto de encuentro que generan “viviendo el momento”. Y el momento en València es el sábado en La Residencia.