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El callejero

Manolo convierte la tecnología en un juego de niños

Foto: MARGA FERRER
16/10/2022 - 

Manolo parece uno de esos adultos que no han escapado de la niñez. Y aunque a veces se pone muy serio, en seguida le sale la vis cómica para hacer un chiste o gastar una broma. Nada más llegar, nos recibe con una hornada de cacas de plástico con ojos, como las del emoji, que acaba de sacar de unas impresoras 3D. Unas son rosas y otras, azul cobalto. Tienen un agujero debajo para meter la cabecera de un lápiz y así redondear la gracia de que es "una mierda pinchada en un palo...". Con ese recibimiento, uno ya puede esperar cualquier cosa de la entrevista con este hombre entregado a la tecnología enfocada a la educación de los niños.

Eso, la docencia, lo hace en su academia, Nube7, y en los tres colegios públicos del barrio donde está, en Ruzafa: Balmes, Alejandra Soler y San Juan de Ribera. Manolo Serrano, que está frisando los cincuenta años, parece un vikingo con su gran estatura, rondando el 1,90, su melena rubia recogida en una coleta y los ojos del color del agua de Formentera. Un tipo con las manos grandes y los pies grandes que viste con una camiseta negra y unos estridentes pantalones naranjas con el camal muy ancho. Al día siguiente tiene previsto viajar a Irlanda para visitar a su hijo el mayor, Pau, que está estudiando allí y le ha suplicado que no vaya "con los pantalones cagados".

A su lado, casi como un contrapeso, está Marilís, su compañera en la academia, una mujer más mayor y con un aspecto mucho más formal que refuerza con unas gafas redondas de metal. "Es mi ángel de la guarda", la presenta Manolo con cariño antes de explicar, todo franqueza, la historia de cómo se cruzó en su vida. "Mi padre tiene una farmacia en Paterna y Marilís entró a trabajar ahí en 1975, con solo quince años. Yo tenía dos y mi hermano Eduardo, nueve meses. Mucho después, mi hermana María se murió con veinte años en un accidente de coche y mis padres, después de dos años en los que se querían suicidar porque fue un golpe muy duro, se separaron. A mi padre le entró la 'pitopausia', nos dijo que nos olvidáramos de que existía y, cuando yo tenía 26 años, se fue a por tabaco... Marilís y yo somos de Paterna. Somos familia, pero no de sangre".

Manolo inserta en su relato una expresión en inglés: 'Long story short', que es como resumir una larga historia en muy pocas palabras. Y esto, lo de las expresiones, es algo que hará de manera recurrente durante toda la conversación. "Marilís no estaba muy de acuerdo con esa situación, se lo dijo a mi padre y la despidió. Yo estaba en Alemania y decidimos montar una empresilla". Manolo, que es informático, vivió ocho años en Alemania. Primero en Mainz, en Maguncia, y luego en Berlín, donde conoció a la que fue su mujer durante años. Antes había estudiado en València bajo el yugo parental. Su padre quería un hijo modélico y lo ató en corto. Durante los tres primeros cursos, Manolo se resignó. Mientras sus compañeros empalmaban una fiesta con otra, él siempre se despedía para llegar a casa a la hora de cenar. Un día decidió estirar hasta las doce de la noche y aún le cayó la charla. En cuarto, desesperado, se fue a vivir a un piso de estudiantes en la plaza de Honduras, la zona cero del jaleo universitario, y se desquitó. Después, en mayo, justo antes de los exámenes, regresó a casa y lo aprobó todo.

Los viajes en autocaravana

Sus padres se centraron sobre todo en la educación. Eso convirtió al primogénito en bilingüe tras pasar temporadas en Inglaterra y Estados Unidos. Eran los años en los que la familia, todavía unida, se subía a la autocaravana y se cruzaba Europa rumbo a Grecia o al Cabo Norte, en Noruega, el punto más septentrional del continente. "Aquellos viajes fueron entrañables. Siempre se sumaba algún primo y cruzar la antigua Yugoslavia en autocaravana o subir por Noruega recorriendo los fiordos era algo precioso", rememora Manolo con nostalgia.

Pero el carácter de aquel joven acabó chocando con el corte más conservador de sus padres. Su hermano, de zapatos y camisa por dentro del pantalón, desentonaba menos, así que él era la oveja negra. Hasta que cogió y se marchó a Maguncia para hacer unas prácticas en el Instituto de Física Nuclear. "Me lo pasé pipa. Fue el año más feliz de mi vida". Aquella felicidad se cortó abruptamente en mayo de 1998, cuando su hermana falleció en un accidente de tráfico. Manolo, que en el fondo es una persona responsable, volvió a Paterna para estar al lado de una familia rota por el dolor. "Hice el proyecto fin de carrera en la Ford y me puse a estudiar Farmacia. Porque mi padre es boticario y mi hermana estudiaba Farmacia. Hice un contrato con mi padre para que me diera 600 euros y me dejara vivir en un piso familiar que tenían al lado de casa. Yo no tenía contacto diario con mi hermana y eso hizo que no sintiera su muerte hasta meses después".

Farmacia, pese a venirle impuesta, le gustó. "Pero fue entonces cuando mi padre se fue a por tabaco. No le vi sentido a heredar de alguien que no te quiere ver, así que me volví a Alemania. Los amigos de allí podrían contar historias que yo ya he olvidado porque por la noche te confunde... Hay un mito llamado Manolo en Mainz, donde conocí a la madre de mis hijos, que es valenciana y estaba estudiando Físicas. Luego hizo un doctorado en Berlín porque quería vivir en esa ciudad. Cuando llegué me pegué un golpe porque venía de ganar mil euros por hacer unas prácticas. Así que pensé que en la capital de Alemania encontraría trabajo fácilmente. Y de eso nada. Llegué incluso a necesitar la ayuda social. Un hijo de boticario pidiendo ayuda. Lo pasé mal porque no tenía un norte. Hasta que encontré un trabajito".

Ahí ya había triturado los planes de su padre, que quería un ingeniero de telecomunicaciones. Aunque no todo fue negativo y a él le debe su gusto por la filosofía y, en cierto modo, también su decisión final por la informática. "Lo elegí porque mi padre puso varios ordenadores en la farmacia cuando yo tenía doce años, por el año 85, unos IBM para la gestión del negocio. Yo empecé con el MS-DOS. Los ordenadores son una cosa que si sabes matemáticas se te dan bien. Por eso empecé a trabajar con ordenadores y siempre me ha parecido muy curioso todo lo que se puede hacer con la tecnología, que es también por lo que tengo esto".

Esto es Nube7, la academia 'Steam' que tiene en Literato Azorín, en el barrio de Ruzafa. Un sitio verdaderamente singular donde los niños van después del colegio, como quien tiene clases de tenis o de solfeo, para aprender, por ejemplo, a diseñar una calabaza de Halloween en 3D. O un zurullo con ojitos. O, como hizo su hijo pequeño, Manel, una nueva figura de ajedrez, un híbrido entre el caballo y el alfil al que llamaron dimoni okapi y que, en momentos de presión, tiene la capacidad de comerse una pieza propia.

Nube7

Manolo lleva un dimoni okapi impreso en la camiseta al lado de un wolke7 incomprensible pero que no tardará en cobrar todo el sentido. Nube7, en realidad, es la traducción literal de wolke7. Cuando Manolo llegó a Alemania hizo un amigo que le iba enseñando palabras en su idioma. Un día le soltó: "Ich bin im wolke sieben...". Manolo lo miró en el diccionario y no entendía nada: "Yo estoy en nube siete". Pero el chico acabó resolviéndole el acertijo: "Lo que realmente significa es que estoy en el séptimo cielo". Aquello le hizo tanta gracia que, cuando hubo que ponerle una clave al wifi del apartamento familiar en el Almardá, en la playa de Sagunto, le puso nube7. Años después se lo contó a su socio y acordaron ponerle el nombre de Nube7 a su academia.

El socio ya no está. Se quedó por el camino. Como su padre y su mujer, de quien se enamoró en Alemania y con quien tuvo dos hijos. Se volvieron de Berlín estando ella embarazada de siete meses. En la capital de Alemania, Manolo comenzó a hacer vídeos tutoriales. Hasta que su hermano, Eduardo, que sabe de qué pie cojea, lo enganchó con el tema del software libre. Richard Stallman (Nueva York, 1953), un hacker de finales de los 70 que a principios de los 80 fue el padre del software libre, se convirtió en su referente. El informático lo nombra como si fuera un dios. Llegó a tenerlo hasta en su casa. "Tengo el dudoso honor de haber visto en calzoncillos a Richard Stallman. Él trabajaba en el departamento de inteligencia artificial del MIT (el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts). Es un cum laude, un programador excelso, una máquina de matar de la informática. Su utopía es que dejó el MIT para montar el Proyecto GNU, que consistía en crear un sistema operativo libre y unas aplicaciones de usuario libre, de forma que cualquier persona del mundo tuviese acceso a un ordenador con un sistema libre y unas aplicaciones libres".

Manolo se pone intenso y se adentra por un terreno pantanoso para todo aquel que la informática y sus anglicismos sean como si te hablaran en suajili. Habla de la esclavitud de Apple y de que él, pese a que lo intentó, se hizo cómodo y acabó mordiendo el anzuelo de Google. Pero al menos intentó abrir una senda con Open Xarxes, una cooperativa que montó con su hermano y Marilís y que se dedica a la administración de sistemas. "El administrador es un hombre 'google free'. A mí me gustaría pero tengo hijos y un negocio, y necesito estar conectado a determinados grupos de WhatsApp. Y utilizo Google, que no es libre, pero es cómodo".

Aunque todo esto tiene un punto espiritual que prende en un viaje que hicieron los hermanos a Goa, en la India. "Siempre digo que si todo se va a la mierda siempre nos quedará Goa. Mi hermano y yo estuvimos allí en 2005 y montamos unas aulas de informática con software libre en los colegios. Esa fue nuestra primera experiencia maravillosa. Es el Estado más pequeño de la India y era portugués, así que es la India pero se come carne y se bebe cerveza; es decir, tienes lo bueno de la India y lo bueno de los portugueses. Allí estuvieron los Beatles y los hippies hace tiempo. Y allí ves que los católicos, cuando son minoría, son buenos".

Los ingenios de la academia

En València el primer centro educativo que confió en ellos, a partir del curso 2008-2009, fue la Escola Les Carolines. Luego vino La Masia. Y ahora dan clases en los tres colegios públicos de Ruzafa. También hubo un tiempo que trabajaron para la administración, pero Manolo salió de allí echando pestes. "Duré en la Generalitat año y medio, y prometo que no voy a trabajar nunca más en nada público. Me parece que son unos sinvergüenzas".

Por el camino, Manolo se subió al tren de la robótica, para jugar con sus hijos, y de las impresoras 3D. Desde una inversión de 450 euros en aquella primigenia BQ hasta el gasto de 1.300 euros en una más sofisticada, la Witbox, de la que han salido las cacas con forma de emoji.

La academia la abrieron en Paterna, pero con tan mala pata que fue en 2009, y los padres siempre encontraban algo más provechoso en qué gastarse el dinero en lo más duro de la crisis que en mandar a los niños a aprender virguerías con un ordenador. Así que, con el tiempo, en 2016, se acabaron mudando a Ruzafa. Manolo no tardó en chocar con su socio, del que no se deshizo hasta 2019, y entonces, en febrero de 2020, contrataron a un chico para lanzarse de una vez por todas en el proyecto que venían madurando desde hace más de diez años. Pero unas semanas más tarde todo el mundo estaba encerrado en su casa.

Ahora ya parece haber dejado atrás todo lo que le ha ido lastrando. Y Manolo, al fin, parece imparable con su 'Fan Lab', un laboratorio de fabricación. Su aula está homologada por el Servef y enseñan todo lo relacionado con el Steam, 'Science, technology, engineering, arts, mathematics (ciencia, tecnología, ingeniería, arte y matemáticas) a cerca de doscientos niños. El límite de edad lo marca siempre su hijo el mayor, Pau, que ahora tiene catorce años. La planta baja está llena de huellas, los restos de lo que han elaborado allí dentro los chavales: desde un caleidoscopio poliédrico hasta un juego de mesa hecho en 3D con un tablero en relieve, las cartas, las fichas... Una de las paredes está forrada con una plancha de pladur llena de agujeros para insertar unos palitos sobre los que reposarán unas tablillas que terminarán siendo un circuito vertical de canicas. En un rincón hay enorme pingüino de cartón-piedra, un guiño a Tux, la mascota de Linux (parece ser que a Linus Torvarlds le mordió uno en el zoo de Camberra), que se encontró por Paterna. Y en una esquina, a la entrada, junto a las impresoras, hay una pecera repleta de ratones de ordenador. Es el mundo de fantasía concebido por Manolo, que en realidad es otro niño que juega con la tecnología.

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