Navdeep hace guardia en la puerta de su supermercado. Desde allí, desde la entrada de Rose Indian, mira un par de furgones de la policía que han parado en la esquina de enfrente. Nada nuevo bajo el sol de Orriols, el barrio donde una mayoría trabajadora y honrada lucha cada día por echarle un pulso a los pandilleros y a los macarras que hacen más ruido que ellos en los noticieros. Ya hace meses que han ensuciado este barrio que es una macedonia de razas, acentos y vestimentas. Culturas que han confluido a orillas de l'Horta Nord. Navdeep Kumar, un indio de 43 años de edad, vio ahí una oportunidad de negocio y, años después, satisfecho de haber asentado su comercio, pero harto de que su niño de seis años crezca rodeado de violencia y amenazas, cuenta que ya no se puede volver a mudar, que acarrea ya demasiadas responsabilidades a sus espaldas como para jugársela con otro cambio.
Porque en su vida ya ha vivido dos o tres cambios tremendos. A los 18 años, poco más que un adolescente, el mediano de cinco hermanos cogió los magros ahorros de una familia pobre de la India y se marchó a Europa en busca de una oportunidad que pudiera levantarlos a todos. Y así, gastando casi todo su dinero en un pasaje de avión hasta Ámsterdam, luego cogió un autobús hasta La Haya (él habla de Den Haag) y trató de abrirse camino sabiendo que no había dinero para dar un paso atrás.
Pero eso ya es una historia para contar a los que vengan detrás. Porque Navdeep, de piel cetrina y ojos cansados, sacó a toda su prole adelante y hoy es un hombre feliz que ha formado una familia en València con su mujer y su hijo. Hace dos años, además, se trajo a casa a sus padres, que son muy mayores, para poder cuidarlos como se merecen.
Todo eso fue posible trabajando de sol a sol. Jornadas maratonianas que comienzan a las nueve de la mañana y concluyen pasadas las diez de la noche. De lunes a domingo. Sin apenas descansos. "He trabajado muchísimo. Mira cómo tengo los ojos", explica con buen humor mientras señala con el dedo unas ojeras grises tan grandes como un mapa.
Navdeep es un tipo amable y tranquillote al que hay que tirar de la lengua. Un indio educado y extremadamente parco en palabras que vio en el punto cosmopolita de Orriols una oportunidad de negocio. "Aquí viene gente de lugares muy diferentes y yo tengo productos que he importado de todos esos países. Eso les gusta y por eso vuelven", explica como para resumir el éxito de su tienda de comestibles y otros productos. A lo largo de los profundos pasillos de su colmado hay de todo. Y según el pasillo que elijas, huele diferente. El más llamativo es el de las especias, de procedencias muy variadas. Pero también hay salsas, congelados, sacos de veinte kilos de arroz basmati. Bebidas refrescantes de aquí y de allá. Picante en toneladas y comestibles, como unas patatas Lays, con chile. Pero también hay productos de limpieza o extensiones de pelo de colores exóticos. "A mí también me gusta mucho el picante", desvela con una sonrisa de superioridad, sabedor de que los españoles somos muy blanditos con este potenciado del sabor.
Su historia comenzó en Lohian Khas, un pueblo del Estado de Punyab donde los Kumar vivían de los productos de desguace de su padre. Cuando Navdeep tenía ya 18 años, su padre vendió un pequeño terreno de tierra para cultivar que tenían y con eso lograron mandar a su hijo, el primero de la familia que viajaba a Europa, a los Países Bajos. La familia determinó enviarlo a La Haya porque había unos vecinos del pueblo que llevaban tiempo viviendo en la capital administrativa del país. "Fue muy difícil dejar a mi familia, pero cuando ves que no tienes ni para comer, cuando no tienes nada, te tienes que buscar la vida... Pero no es muy diferente de cuando la gente de España se iba a Alemania. Yo fui el primero en salir de la India, pero ahora todos mis hermanos han salido como yo y están aquí en València conmigo".
Navdeep corta la conversación abruptamente. Se gira hacia la derecha y dice en voz alta: "No tengo jengibre, no nos queda". Porque está en la conversación pero tiene un ojo puesto en el negocio y ya llevaba un rato viendo que una mujer insistía y que el chico, un joven que ha ido a cubrirle mientras dure la entrevista, al que supervisa sigilosamente, no se aclaraba. Solucionado el entuerto, reemprende la charla de nuevo con un tono de voz que es casi un susurro. Retoma entonces los seis años que pasó en los Países Bajos buscándose la vida en negocios de alimentación. Pero llegó un momento en el que se dio cuenta de que nunca iba a obtener los papeles para poder vivir como un ciudadano más y entendió que debía cambiar de país. Primero probó en Barcelona, pero vio que allí tampoco iba a ser fácil, así que en 2005 se trasladó a València. Primero empezó como jornalero en el campo, cogiendo naranja. Recuerda todos esos años como una época peliaguda. "Fueron años duros, pero ese trabajo me permitió ir ahorrando muy poco a poco". Hasta que consiguió abrir una modesta tienda de alimentación en Xirivella. Y hace doce años le dejó aquel comercio a sus hermanos, que decidieron venirse también a España, y él se estableció en Orriols, donde abrió Rose Indian. "Llevo 25 años trabajando para sacar a mi familia adelante", resume con la conciencia tranquila de quien ha conseguido su objetivo.
De vez en cuando, cada ciertos años, regresaba a la India a ver a la familia. Aunque poco a poco ellos también fueron saliendo del país. Los chicos se vinieron a València y las chicas se marcharon a La Haya. De uno de esos viajes, cuando tenía 35 años, regresó con una esposa. Navdeep se esfuerza por transmitirle a un europeo occidental las costumbres de su país, que allí no conoces a una chica y años después te casas. En la India es muy diferente. "Yo ya llevaba nueve años en España, pero la cultura de allí es diferente. Tu pareja depende de tu padre y de tu madre, que te buscan una mujer. En mi país no la puedes conseguir tú mismo. Antiguamente se pactaba entre dos familias. Ahora no es así realmente. Mis padres buscan a una mujer para mí y yo voy y la conozco a ella y a su familia. Y si te gusta bien, y si no, no pasa nada. Vi a mi mujer y me gustó. Así que nos casamos allí y arreglamos los papeles aquí".
No es fácil conseguir que el indio entre en los detalles de la ceremonia y la celebración. Solo explica que son varias días de festejos y que la novia, igual que aquí se viste de blanco, allí va de rojo. El novio, en cambio, viste un traje normal. "Son varios días en los que se baila mucho, se come mucho también y se reúne toda la familia y todo el pueblo. Tengo un buen recuerdo de esos días, lo pasamos muy bien".
Uno o dos años más tarde de aquella boda con su mujer, Ridhn Chhabra, nació en València el pequeño Navrid Kumar, que ya tiene seis años. Hace un par de años, en plena pandemia, volvió a la India por última vez y se trajo a sus padres. Ahora es muy feliz. La familia vuelve a estar reunida. Solo le disgusta el mal ambiente que se ha instalado en el barrio. "Es difícil porque ha venido gente de fuera que no trabaja y se dedica a robar y a pelearse. Y eso no me gusta. Yo preferiría no vivir aquí, pero tengo que seguir en el barrio porque tengo aquí mi negocio. Me gustaría que mi hijo viviera en otra zona, pero cuando has montado un negocio y ya tienes cierta edad, como yo, con más de cuarenta años, y una familia a cuestas, no es fácil cambiar y volver a empezar: aquí tengo la certeza de que voy a vender porque ya tengo mi clientela, y si me voy a otro sitio no sé cómo me irá".
Navdeep dice que a él no le ayudó nadie cuando llegó. Que las primeras noches las pasó a la intemperie, durmiendo en un parque, pasando miedo y frío, rumiando su derrota. Pero que tanto en los Países Bajos como en València, la gente de su religión, el hinduismo, siempre tiene a mano un templo donde recibir ayuda. "Cuando uno llega nuevo y no tiende dónde dormir, va a la iglesia hindú y le dan comida gratis y hasta un sitio donde dormir unos días hasta que encuentres un empleo". Explica eso y se gira hacia atrás para señalar, a través de la cristalera de su tienda, la iglesia hindú que hay por allí cerca. "Yo empecé así en Holanda. Estuve tres meses sin pagar nada y me ayudaron. Aquí no tuve esa suerte y tuve que dormir varios días en un parque. Lo pasé mal, pero no podía volver atrás. Tenía la responsabilidad de salir adelante, montar un negocio y ayudar a mi familia".
Dice que no sabe si tiene 42 o 43 años. Solo que es del 79. Muchos de esos años los ha pasado trabajando. No ha hecho mucho más. Alguna vez le pide a uno de sus hermanos que se haga cargo de la tienda y se marcha con su mujer y su hijo, pero recuerda que una vez fueron a Barcelona y que al poco tiempo empezó a incomodarles la cantidad de gente que había por las calles, que añoraron la tranquilidad de València y se volvieron. "A uno siempre le gusta volver a donde vive". Por eso, quizá, dice que ya no tiene demasiado sentido regresar a su país. Ya no les queda prácticamente nadie. Su vida está ahora en Orriols en una tienda que huele a especias y por donde cada día pasa la policía patrullando.