Hoy es 12 de octubre
Por el debate, reabierto a cada mutación del virus, acerca del súbito e incierto interés social (léase correctamente financiero) de la ciencia, en alguna ocasión he preguntado a mis redes, si la ciencia está llamada a encarnar el sector más estratégico de cara al futuro, ¿por qué no se incluye la información científica en la sección de economía de los medios? Resultará absurda a ojos de usted, que le dijeron desde niño que preguntar la edad a una mujer es signo de mala educación tanto como hablar de dinero en público, y que se le grabó aquello de que el enfoque comercial perjudica la salud de la investigación científica. Normal que a estas alturas le despeine la googelización de las titulaciones universitarias.
El binomio ciencia y negocios no solo es una realidad que escuece a los puristas, sino que ha llegado para quedarse. Hace un par de semanas, a The Economist le preocupaba la ciencia, y no precisamente el negacionismo antivacunas, sino la fiebre inmobiliaria que se avecina para los espacios donde investigar. Porque, aunque el saber no ocupa lugar, la ciencia y las personas que la hacen necesitan espacios de trabajo.
Como muestra la pandemia, el éxito de las empresas de biotecnología atrae capital, una tendencia que ha hecho de los laboratorios la propiedad más popular de los bienes raíces comerciales, junto con los centros de datos y las infraestructuras que conectan los teléfonos inteligentes. Por la fuerte demanda, el espacio de laboratorio es cada vez más difícil de encontrar: en Boston, menos del 5% de los laboratorios estaban disponibles en el tercer trimestre de 2021, y en el elitista Golden Triangle británico --Londres, Oxford y Cambridge--, las instalaciones se han agotado y donde las tiendas vacías podrían reabrir como espacios de investigación.
Burbujas inmobiliarias aparte, es indudable que la vanguardia imparable de la ciencia, vista como el maná del mercado laboral, comienza a protagonizar otro tipo de clasificaciones académicas, más allá de las habituales de Shanghái y la Highly Cited Researchers de Clarivate Analytics, y por tanto, otro tipo de noticias. Por ejemplo, las que recogen cuántos están en activo y cuánto cobran los profesionales de diversas áreas científicas, elaboradas, por supuesto, en Estados Unidos, donde físicos, informáticos y astrónomos pueden llegar a ganar un salario anual de seis cifras, según la base de datos O*NET del Departamento de Trabajo de EE.UU., mientras aquí todavía nos sonroja recordar lo que vale formar a un investigador universitario para decir que la fuga de cerebros no equivale a emprendimiento.
Por ser una conjunción extraordinaria, afirmar “puedes ser un científico brillante y también pensar en las aplicaciones comerciales” merecía un titular en 2018. La frase, de la física Ursula Keller, inventora de los láseres ultrarrápidos y del reloj más preciso del mundo, resumía el modelo de la ciencia-negocio, que nació, no con Galileo Galilei, sino con el surgimiento de la biotecnología hace cuatro décadas, una tendencia que hoy permite las “locuras” de Jeff Bezos, como su Altos Labs, creado a principios de 2021 y con oficinas en Silicon Valley, San Diego, Reino Unido y Japón, y que recluta a científicos y académicos con sueldos personales de hasta un millón de euros al año para investigar en regeneración celular.
Aunque a muchos se les haya escapado el aniversario, hace 45 años se fundó la primera empresa biotecnológica, Genentech (para explotar la tecnología del ADN recombinante y producir proteínas humanas), por un joven capitalista de riesgo y un profesor de la Universidad de California en San Francisco que había inventado la tecnología. Pero, antes de 1976, la ciencia y los negocios operaban por separado: las empresas no se dedicaban a la ciencia básica y las instituciones científicas no trataban de hacer negocios, salvo un puñado de excepciones. Al fusionar ambos dominios, el sector biotecnológico generó un modelo de ciencia-negocio adoptado después por la nanotecnología, los materiales avanzados y otras industrias.
Además del desarrollo de fármacos a través de la biotecnología, Genentech puso de moda la monetización de la propiedad intelectual notablemente poderosa para el rendimiento de la industria biotecnológica con tres elementos: la transferencia de las universidades al sector privado mediante la creación de nuevas empresas en lugar de venderlas a las empresas existentes; los mercados de capital riesgo y de renta variable pública que proporcionan financiación en etapas críticas y recompensan a los fundadores los riesgos asumidos; el mercado de know-how en el que las empresas jóvenes proporcionan su propiedad intelectual a empresas establecidas a cambio de financiación.
A España le costó treinta años adoptar esta filosofía para poner su biotecnología en el mapa mundial de la industria. Porque, reconozcámoslo, renunciar a la bata y al lenguaje técnico y abrazar la mercadotecnia para vender la investigación no ha estado bien visto en nuestra investigación institucionalizada hasta tiempos muy recientes, un prejuicio tal real como la fuga de talento, pero menos llorado.
De hecho, hacer comprender entre el estudiantado que el conocimiento necesita ser aplicado sigue siendo una asignatura pendiente en las primeras etapas formativas, a pesar de contar con excelentes referentes, como lo sigue siendo la debilidad de las personas de ciencia a la hora adecuar los mensajes de cara a las empresas, con los números por delante, reflejando los criterios comerciales y las características económicas de las investigaciones.
Adoptar una innovación no es posible si no existe un idioma común entre ciencia e industria que ahonde en la amortización de los avances aplicar, las oportunidades competitivas o la evaluación de los costes. En otras latitudes lo entienden y lo practican. Que no se lo explicaran en la carrera, no es excusa para perderse en la traducción.
Señala que firmas de 'retail' han lanzado sus servicios ‘pre-owned’ al constatar más demanda mientras que el sector del lujo y de la alta joyería y relojería también cuenta con grandes referentes.