El barrio de Malilla afronta el futuro con la incorporación de nuevos servicios y el horizonte de perder el muro que le separa de la ciudad; "todo está por hacer", dicen los vecinos
VALÈNCIA. “Cuando tenía 15 años, a principios de 1966, entré a trabajar como aprendiz en Arrocerías San Martín, un molino arrocero situado al principio de Peris y Valero, junto al paso a nivel en la actual calle Amparo Iturbi”. Rafael Solaz, bibliófilo, coleccionista, escritor, es una de las memorias vivas de València. Cuando se le menciona el paso elevado que une Giorgeta con Peris y Valero, el Scalextric, echa la vista atrás y ve lo que estaba antes a través de sus vivencias. Es una València en la que aún había pasos a nivel, en la que las vías del tren partían en dos la ciudad como una herida abierta. Entre sus recuerdos cita “el ir y venir de los carreteros cargados de granos de arroz en cáscara que, procedentes de poblaciones como Sueca, Sollana y otros puntos de la Ribera Baixa, transportaban el cereal para su descascarillado y transformación en el molino”. Carretas paradas delante del paso a nivel. Esa es la fotografía: “Tránsitos [Peris i Valero] y los caminos de hierro para los carros”.
Para Solaz hay un pasado anterior al Saclextric. Lo que no sabía entonces es que mientras él iba descubriendo la vida, apenas un año después de comenzar como aprendiz, en 1967 se adjudicaron las obras del paso elevado. Lo impulsó el ingeniero valenciano Joaquín Benlloch, el mismo que da nombre a una de las principales calles del barrio de Malilla. Como una venda, su objetivo era cerrar la herida y eliminar el paso a nivel, acabar con uno de los puntos negros de la ciudad momentáneamente hasta el definitivo soterramiento de las vías.
Imitación de un puente sueco, el Scalextric de València fue una obra compleja. En su diseño no se tuvo en cuenta la curva de 90 grados que le define. Eso se tradujo en que la prueba de carga fuese un fracaso y obligó a buscar soluciones de lo más ingeniosas, en las que colaboraron desde un empresario de grúas sin formación, El Pernales, según el relato de periodistas de la época como el veterano Rafa Brines, hasta el Departamento de Electricidad y Magnetismo de la Facultad de Ciencias, según relata Antonio Aucejo Pérez en La física y la química aplicadas en la Universidad de Valencia (2011, PUV).
¿Cómo puede haber sobrevivido tanto tiempo? ¿Por qué se ha mantenido prácticamente igual? Visto hoy está claro que el mayor recuerdo y la sensación que ha aportado el Scalextric es la de ser un muro, un incordio, un problema, una solución llena de peros. Así lo cree Luis Fernández. Topógrafo, escritor, autor del libro Las calles y su historia. Anécdotas y protagonistas del nomenclátor de València (Drassana), Fernández une a su capacidad divulgativa un hecho fundamental y es que es vecino del barrio. Sabe lo que hay. Nadie tiene que contárselo. “Cuando València comienza a expandirse utiliza los ejes lineales para ir urbanizándose”. La carrera de Malilla, la de San Vicente… “Lo que sucede con Malilla es que el barrio queda encajonado, incomunicado. Por un lado se encuentra la Pista de Silla. Por el otro, el nuevo paso elevado. La V-30 y, finalmente, las vías del tren”. El Scalextric fue pues una solución para la ciudad, no para el barrio.
Inaugurado en 1972 por el entonces ministro de Obras Públicas Gonzalo Fernández de la Mora, resulta significativo que el Scalextric naciese como una obra provisional; está a punto de cumplir medio siglo de existencia, ésa es la medida de lo provisional en València. En estos 45 años de existencia, aparte del mantenimiento mínimo, la única mejora que se le ha aplicado es disponer unas pantallas metálicas verdes disuasorias que protegen sólo las vías del AVE con Madrid. Las vallas oxidadas, la ausencia de arcén para peatones, las cuestionables medidas de seguridad e iluminación, hacen del paso un elemento casi arqueológico.
La próxima apertura del Parque Central ha vuelto a recordar que el destino del Scalextric es desaparecer. El planeamiento urbanístico aprobado por el Ayuntamiento de Valencia prevé su supresión, después de que se entierren las vías de tren. La demolición del puente forma parte de la siguiente fase del proyecto, pero no será efectiva hasta el final, cuando ya sea subterránea hasta la última traviesa del siguiente tramo; es el último párrafo de un capítulo que aún no se ha empezado ni a escribir. Quedan muchos años por delante. De ahí que tenga sentido plantearse si no va siendo hora de que se hagan unas obras de acondicionamiento para un paso que sigue siendo peligroso y que se sigue cobrando víctimas.
Malilla está presa y el Scalextric es parte de esa cadena. Se convirtió en otra franja insuperable. No sólo para Malilla. Aisló también, por ejemplo, al complejo Edificio Iturbi, 294 viviendas que no pertenecen a Malilla pero que viven su misma situación. Las ubicó en una extraña indefinición. Estas se comenzaron a construir en 1976 en régimen de cooperativa, poco después de que se inaugurase el paso elevado. El proyecto original fue redactado por el arquitecto Joaquín Hernández Martínez. En el verano de 1980 se empezó a vivir dentro de él. El edificio tiene forma de ‘u’ y da a tres calles: Pianista Amparo Iturbi [la que da nombre al edificio], Almudaina y a lo que es la avenida Federico García Lorca pero ahora sólo cuenta con unos pocos números de portales a un lado y otro de las vías. Como quiera que las calles se parten dos y están separadas por las vías, tanto Amparo Iturbi como Federico García Lorca son una pesadilla para repartidores de comida y mensajeros. Si se elige mal el lado, cruzar la calle es casi una odisea, sobre todo si se es peatón.
De su situación de aislamiento dan fe los que fueron vecinos del Iturbi, como el crítico musical valenciano César Rus. Durante doce años residió en ese edificio y desde su experiencia certifica que esas calles, las que miran al puente, las que están rodeadas de vías, “están al margen de todo”. “Nos instalamos cuando tenía 17 o 18 años. Doce años después, cuando nos fuimos, estaba igual. Apenas había farolas, no había árboles, la gente aparcaba en doble fila, triple fila. Era zona franca. En aquella época se invertía en todas partes de la ciudad menos allí”, comenta. Un ejemplo de esa vida incómoda: “Coger un taxi mismo era un incordio; tenías que dar toda la vuelta”. La cercanía de unos asentamientos gitanos hacía que “por las noches parecía que estuviéramos en Andalucía al oírles cantar”, bromea. “Almudaina era una calle degradada. Era extraño, porque bajabas de casa, del complejo, y alrededor era otro mundo”. Eso sí, matiza: “No recuerdo sensación de peligro”.
Por su ubicación aislada, los bajos de algunas de los edificios de la zona de Malilla se transformaron en prostíbulos. En la memoria de algunos vecinos hay recuerdos tan berlanguianos como ver a una niña vestida de comunión entrar en uno de esos clubes. ¿A quién iría enseñarle su vestido? ¿Quién era ella? De nuevo habla Solaz, pero ahora desde uno de sus libros, La Valencia prohibida. En él describe ese hueco entre el barrio de Malilla y el Scalextric como “una zona famosa” de la noche valenciana. “Allí existieron los locales Sanyas, La Pantera Rosa, Zero y Tulipán Negro. Irrumpió una denominación característica para estos locales, a los que se llamó puti clubs”. El Scalextric había servido para que el tráfico rodado salvara las vías del tren, pero había provocado que surgiera un rincón escondido en la ciudad, una nueva suerte de burdel medieval; pero si aquél lo hacía al abrigo de las piedras de las murallas, éste lo hacía al amparo del asfalto, el acero y el hormigón.
Otra obra de ingeniería, ésta más modesta, resalta en la zona: la pasarela para peatones que salva la vía ha sido desde hace décadas un lugar común. Quienes la cruzaban por primera vez y no eran de la zona, especialmente si era de noche, hablan de ella como un lugar de confusión, del cual uno bajaba sin saber muy bien dónde estaba. Hace ahora cuatro años la sociedad Parque Central realizó unas obras de mejora que sirvieron para habilitar una rampa que hoy los ciclistas y hasta algunos motoristas usan para salvar las vías. Estas últimas y bienintencionadas obras, un parche sobre un parche, sólo han servido para hacer más visible la precariedad de unas soluciones urbanísticas desfasadas, de un lugar que “deja las vergüenzas de València al descubierto”, según Carmen Blanco, secretaria de Ciudadanos en el barrio.
Blanco, acompañada de Vicente Fernández, coordinador de agrupaciones, y Antonio Cervera, vocal de la Junta Municipal, critica la inexistencia de un plan detallado, que no sea “humo” dice Fernández. “El alcalde Joan Ribó vende humo”, repite Fernández. Y acto seguido añade: “Malilla es un barrio olvidado”. “Incomunicado y sin un centro de salud adecuado” apunta Blanco. “Está carente de servicios, con promesas incumplidas por todos lados”, ratifica Fernández. “En algunas cosas 30 años después seguimos igual”, se lamenta Cervera. Para ellos no hay duda: si València aspira a ser moderna eliminar “una barrera” como el Scalextric debe ser una “prioridad”.
Pese a estar encajonado, Malilla no se ha encerrado en sí mismo: no es un pueblo dentro de la ciudad, es parte de la ciudad. A ese espíritu urbano contribuye su elevada población. Las estadísticas del padrón lo sitúan como uno de los barrios con más vecinos, y el más habitado del distrito más populoso [Quatre Carreres, con 73.769 personas]. Sólo en Malilla viven 22.026 personas. Esta cifra es la más alta de los últimos cinco años y se sitúa cerca del máximo que se ha registrado en el barrio, que fue en 2008 cuando se contabilizaron 22.909 habitantes. La presencia extranjera supone el 12,8% del total, un porcentaje alto pero no el que más de la ciudad. La inmigración interior, especialmente de Cuenca, Albacete y Teruel, es el 17.9%, mucho más alta y eso que el porcentaje ha disminuido en los últimos años por una cuestión demográfica básica: los hijos de estos inmigrantes nacen ya como valencianos. Son de hecho el actual motor del barrio.
Es posiblemente en zonas como Malilla donde se percibe más claramente esa famosa doble identidad de los valencianos, la autóctona y la nacional. Marcada por esta fuerte influencia de la inmigración interior, no se ha perdido las señas de identidad valencianas y es fácil oír a gente joven hablar en valenciano, como sucede también en los barrios marítimos. El propio Fernández, mientras habla sentado a las puertas del bar de sus suegros, saluda a un amigo en valenciano y mantienen una breve conversación. Sus suegros, Resurrección Andrés y Manuel Trigo, oriundos de Zamora, son ejemplo de esa inmigración interior. Ambos regentan el Bar Trigo, que posiblemente sea uno de los más antiguos de la zona, con 36 años de existencia. Hoy, mientras prepara las mesas para la inminente llegada de los trabajadores del Parque Central, Trigo señala al solar que tiene frente a su establecimiento. Allí había un campo de fútbol y un equipo que su bar patrocinaba y de lo que queda testimonio en una foto colgada en local, descolorida por el paso de los años.
En uno de esos solares, mediado los años ochenta, solía acampar el circo de Ángel Cristo al llegar las Navidades. Al igual que en Mislata ha sido costumbre la relación con los artistas circenses, en Malilla recuerdan historias vinculadas con la familia del famoso domador y con él mismo. También hay memoria de asentamientos gitanos y sus peculiares relaciones con el entorno. Trigo rememora como a principios de los años ochenta, al poco de abrir su bar, un brigada y cuatro sargentos destinados en la zona se acercaron a su local. Al día siguiente el brigada y los sargentos regresaron. Alguien le había robado al brigada y, eran otros tiempos, el oficial decidió tomarse la justicia por su mano y quemó las chabolas y amenazó a los gitanos si les volvía a ver por la zona. Nunca más regresaron, ni los soldados ni esa familia de gitanos.
Los solares se siguen contando por docenas en el barrio. Junto a alguna solución urbanística en el entorno del Scalextric más que cuestionable, la legión de solares vacíos es el otro lunar arquitectónico que evidencia el secular abandono del barrio, su rasgo más llamativo. “Es que aquí está todo por hacer”, dice Mercedes, vecina del barrio desde 1976. Pero ese haberse quedado fuera de la especulación urbanística ha hecho que el crecimiento de los últimos años sea más ordenado y coherente que en otras zonas de las ciudad. Y las expectativas son buenas. “Malilla no era un poblado”, recuerda Fernández, “sino una partida agrícola; ha estado totalmente aislado y eso ha repercutido en cómo ha ido evolucionando”. Una evolución en la que coincide que ha sido para bien. Porque aunque las promesas cumplidas hayan sido pocas, el barrio ha aprovechado cada una de ellas, desde el Polideportivo al instituto. Hacer de la necesidad virtud, esa gran cualidad.
La semana pasada la Junta de Gobierno del Ayuntamiento aprobó el concurso abierto para la redacción del proyecto básico de un centro sociocultural. El valor estimado del contrato asciende a 319.296,24 euros. Se trata empero de una dotación aún por ver. La que ya es tangible es el nuevo parque. Una vez fueron derribadas las torres de electricidad, se pudieron dar los pasos necesarios para inaugurar un parque que desde que se inició el año está en funcionamiento. Por ahí ya se puede ver pasear a las familias, con La Fe al fondo, como un guardián, vigilando al barrio. Un guardián más amable, signo de los nuevos tiempos. Mientras, la lengua de asfalto que es el Scalextric sigue siendo un río de vehículos, un muro de contaminación. Son sus últimos años de vida. Cuando sea derribado, nadie puede precisar cuándo, Malilla dejará atrás definitivamente su aislamiento y pasará ya a ser, por fin, parte integrada de València y hará valer su cercanía física al centro. Ya no tendrá obstáculos.