VALÈNCIA. La última serie que habíamos visto, The Newsreader, nos pareció excelente al igual que las últimas producciones australianas que habían pasado por delante de nuestros ojos, de modo que a la hora de sentarse a ver algo la primera premisa ha sido: que sea australiana.
La elegida, Wakefield, recién estrenada, trata sobre un centro de salud mental, un psiquiátrico. La idea de partida no es excesivamente original. Está a medio camino entre lo carcelario y la serie de médicos, con el ingrediente añadido de la reflexión sobre lo que se entiende por locura. No es nada nuevo, todos estos aspectos son muy atractivos y siempre han estado presentes de un modo u otro en el entretenimiento.
La diferencia en esta serie la marca la aproximación coral a la historia. El relato es el de cada personaje, como en cualquier otra serie, pero se separan unos de otros. Asistimos a los mismos acontecimientos una y otra vez, pero desde diferentes ópticas. A veces hay ciertos toques de Please, like me
con sus interludios musicales que le dan un aire simpático. Sin embargo, hablamos de una serie sobre psiquiatría que tiene que entenderse en primera persona.
Kristen Dunphy, la autora, ha estado tres veces en centros psiquiátricos. Según ha comentado, al principio, pasó por la fase de negación, de creer que no pertenecía a ese lugar, un mecanismo de defensa. Ese es el argumento central de la serie. El protagonista, interpretado por Rudi Dharmalingam es un celador que ejecuta su trabajo brillantemente, con empatía y dedicación, pero llega un día en el que a él también se le empieza a ir la olla. Ahí tenemos un recurrente what if tan habitual en la producción seriéfila: ¿Qué pasa cuando el que cuida de las personas con problemas mentales empieza a experimentar problemas mentales?
Inicialmente, no había productores interesados en este guión. Fueron siete años de peregrinaje hasta conseguir la financiación. Todo debido a su temática, había mucho riesgo. Los inversores tenían miedo de que fuese o demasiado deprimente o, si se le daba otro aire más desenfadado, que pareciese una mofa de las personas con problemas mentales. Una frivolidad. Al final, Jungle Entertainment y BBC Studios se decidieron a realizarla para ABC, la cadena pública australiana. En Estados Unidos la cogió Showtime.
En contra de lo que pudiera presuponerse, Dunphy ha querido introducir deliberadamente el humor en esta historia. Considera que estar en un psiquiátrico es una experiencia "extremadamente trágica", pero a la vez "hilarante y divertida". Algo de lo que se dio cuenta, eso sí, cuando abandonó el lugar. Por eso todos los personajes tienen algo de ella, de su experiencia, y de la que gente con la que compartió los días ingresada. No fueron etapas breves. Sus problemas relacionados con la depresión y episodios psicóticos tardaron décadas en solucionarse.
Lo que más le costaba era asumir su problema. Por culpa del tabú, por la vergüenza y la humillación, lo que hacía era ocultarlo. Al final, era más estresante estar con gente "normal" que en el psiquiátrico. Según ha explicado en entrevistas, en el centro al menos sentía que "podía estar enferma" sin sentir el juicio de los que la rodeaban. Su experiencia fue tan cruda que, cuando la metieron al psiquiátrico en 1998, su familia dependía de sus ingresos. Allí tuvo que escribir un guión completo. Para asistir a ceremonias de entrega de premios, tuvo que recibir un permiso de su hospital para salir y volver a entrar.
Aunque ahora lo enfoque desde el humor, allí dentro tocó fondo. "Me sentía un completo y absoluto fracaso como madre, esposa y ser humano", ha confesado. Para recuperarse, dice, tenía un doble obstáculo. Uno era ella, otro lo que se espera que sean y sientan las madres con respecto a sus bebés. Más adelante volvió a ser ingresada años después, esta vez por los problemas derivados del trabajo. Su experiencia acabó en una terapia electroconvulsiva, descargas eléctricas en el cerebro. Un procedimiento con muy mala reputación, pero que para ella era "el mejor día de la semana", porque por un tiempo no sentía nada. No obstante, el tratamiento le dejó secuelas en la memoria. Hasta el punto de que su familia tuvo que ayudarla a recordar con viejas fotografías y anécdotas todo lo que había olvidado de su propia vida.
Hay un personaje que está centrado en su experiencia, Ivy. El motivo por el que Dunphy acabó en un centro fue por una depresión postparto de su segundo hijo. Llevar esta dura experiencia a la pantalla, de hecho, le sirvió de terapia. En la serie, Ivy de una mujer que ha dado a luz a su segundo hijo, pero está hundida. Tiene pánico al pensar si será capaz de cuidar de ellos fuera de la institución psiquiátrica en la que está ingresada.
Un detalle curioso es que no se nombran las enfermedades o trastornos. No hay bipolaridad, ni esquizofrenia, ni agorafobias, ni estrés postraumático. La serie se basa en las biografías de los personajes, pero no aplica términos médicos. No han querido que las enfermedades sean más protagonistas que las personas. Sin embargo, la mayor parte del elenco de la serie también tiene un pasado psiquiátrico. Para la autora era muy importante. Nosotros, como espectadores, destacamos la originalidad de Wakefield. La catarsis del protagonista es atrapante y las subtramas, en particular la de la ninfómana, muy divertidas. Un humor fresco, sin muchas pretensiones, como casi todo lo que viene de las antípodas.