Volcanes, selva amazónica, pueblos indígenas y encanto colonial hacen de Ecuador un destino ineludible en Sudamérica
VALÈNCIA.- Cuesta encontrar un lugar que concentre por sí solo tantos atractivos como Ecuador. Este pequeño país enclavado en los Andes, entre la selva amazónica y el Pacífico, es una joya que seduce por su impronta indígena y sus ciudades coloniales, pero también por una gastronomía sobresaliente y una biodiversidad única en el mundo. Ecuador es ideal para recorrerlo de manera independiente, económica y segura gracias a una extensa red de transporte que une las principales ciudades. Basta con guardar las lógicas precauciones en los trayectos en autobús, donde actúan ladronzuelos de poca monta en busca de turistas despistados, asegurarse siempre de coger taxis oficiales y extremar las precauciones en ciudades como Guayaquil.
La mejor manera de optimizar el tiempo es aterrizar en Quito y descender por la cordillera andina hasta la sureña Guayaquil, en la costa del Pacífico, para regresar desde allí. Es una de las rutas más atractivas de la conocida como Avenida de los Volcanes, formada por 84 cumbres cuyo techo son los 6.310 metros del Chimborazo. De ellos, ocho se mantienen activos. Las distancias no son enormes, pero los desplazamientos sí son largos. Recorrer las tres zonas de la parte continental —la región andina, la Amazonía y la costa del Pacífico— requiere al menos dos semanas. La extensión a las Islas Galápagos [ver Plaza número 39] incrementa la previsión de días y presupuesto.
Si opta por comenzar desde la capital, antes de dejarse atrapar por el encanto colonial de Quito se aconseja fijar rumbo al norte hasta Otavalo, donde el frescor de las primeras noches andinas contrasta con la calidez con la que le acogerán los otavaleños. Esta ciudad con ambiente de pueblo aún se mantiene al margen de los grandes circuitos turísticos y muestra la cara más indígena del país. Si la visita se hace coincidir con un sábado, será testigo de cómo la villa se transforma para albergar el festivo y colorido Mercado de los Ponchos, el bazar artesanal indígena más grande de Sudamérica donde comerciantes de diferentes zonas se concentran para vender artesanías y productos textiles. Más auténtico y menos turístico es sin embargo el mercado que se celebra el mismo día a las afueras de la ciudad en el que se intercambia toda clase de animales vivos, desde gallinas, patos, pavos u ovejas hasta cerdos, vacas y caballos.
No demasiado lejos puede tener un primer contacto con la apabullante naturaleza del país en la cascada de Peguche, habitual retiro romántico para parejas o familias de otavaleños. Con más tiempo se puede realizar un treking de medio día por la espectacular Laguna Cuicocha, formada en el interior de un volcán y de cuya belleza da idea su otro nombre: Laguna de los Dioses.
De regreso a Quito debería reservar al menos dos jornadas para conocer lo esencial de la capital ecuatoriana, primera ciudad —junto a Cracovia— en ser declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1978. Donde quiera que mire entre las empinadas calles y fachadas de colores mientras recorre su centro histórico colonial, el más grande y mejor conservado de Latinoamérica, se sobrecogerá con la visión de los volcanes activos que la rodean. El recorrido esencial puede comenzar en la señorial Plaza de la Independencia o Plaza Grande, delimitada por el Palacio de Carondelet, residencia oficial del presidente de la República, el Palacio Arzobispal y la Catedral Metropolitana. Si callejea por el entorno, las muestras de la arquitectura colonial de estilo predominantemente barroco se revelan a cada paso en iglesias, conventos y museos, un ambiente reposado que contrasta con el bullicio constante de la Plaza Foch y alrededores.
La siguiente parada obligada es Latacunga. Esta ciudad en plena Ruta de los Volcanes es el punto de acceso ideal tanto para el ascenso al Cotopaxi —con 5.897 metros es el volcán activo más alto del mundo— como para visitar la Laguna Quilotoa, otro de los incontables prodigios de la naturaleza de los que presume Ecuador. El desplazamiento en autobús desde Latacunga hasta esta laguna, de origen volcánico y nada menos que tres kilómetros de diámetro, se realiza a través de una carretera serpenteante entre paisajes que cortan la respiración, donde los bosques de alta montaña se pierden entre la masa de nubes bajas. La razón por la que Quilotoa, a 4.000 metros de altura, es considerada una de las lagunas volcánicas más hermosas del mundo es el cambiante juego de infinitos tonos verdosos que adoptan sus aguas calmadas por la acumulación de minerales. La mejor vista se obtiene desde el mirador de Shalalá, en el filo del cráter, pero también se puede descender hasta el lago para navegar en kayak.
Pero para aventura, la que le espera en Baños de Agua Santa, la capital ecuatoriana del termalismo y los deportes de riesgo. El relax y las descargas de adrenalina se dan la mano en esta pequeña ciudad a los pies del amenazante Tungurahua, uno de los volcanes activos de Ecuador. En los alrededores de Baños, enclavada en un espectacular paraje surcado por cañones y cascadas, se puede practicar todo tipo de deportes de aventura, desde canopy (tirolina) o rafting por afluentes del Amazonas hasta escalada extrema o saltos al vacío. Imprescindible es también relajarse en baños termales como las Termas de la Virgen y recorrer la conocida ruta de las cascadas que culmina en el impresionante Pailón del Diablo, un salto de agua de más de 100 metros.
Cuenca, en el tercio sur de la cordillera andina, es (junto a Quito) la quintaesencia del encanto colonial. Conocida como ‘La Atenas del Ecuador’, esta tranquila ciudad presume de una rica actividad cultural que le ha granjeado fama como destino para el retiro de jubilados europeos y estadounidenses. Pasear por las calles adoquinadas de su centro histórico, que conserva el trazado original, es todo un viaje en el tiempo en el que se van revelando mercados y talleres artesanales, iconos arquitectónicos como la inacabada Catedral de la Inmaculada e infinidad de museos como el de Pumapungo o el del Sombrero.
* Este artículo se publicó en el número 43 de la revista Plaza