VALÈNCIA. Si sales a pasear una tarde de entresemana por la calle Denia podrás oír el sonido de golpes contra colchonetas, caídas en piscinas de espuma y niños riendo. De invadirte la curiosidad y acercarte al local de donde provienen, serás testigo de la nueva actividad favorita de decenas de personas, una disciplina forjada en el corazón de los entornos urbanos y que está ganando más y más adeptos: el parkour, una herramienta lista para "enseñar a ser fuertes física y mentalmente" a sus practicantes.
Así lo define el equipo al frente de la escuela de parkour R-Evolution School, la cual cuenta con varios monitores con años de experiencia que tuvieron que "sufrir" el período de iniciación, marcado por la criminalización de su hobby, para poder hoy ofrecer a niños y adultos todos sus conocimientos tras su lucha para que el parkour dejase de ser visto como "vandalismo" y se convirtiera en el fenómeno reconocido por "padres, hijos, profesores o instituciones" que es en la actualidad.
Héctor tiene 30 años y fue el encargado de llevar a cabo el proyecto que hoy se traduce en decenas de sonrisas de chavales. Sonrisas al levantarse de un brinco tras caerse con ganas de volver a intentarlo o sonrisas celebrando que por fin les ha salido ese salto que se les resistía por momentos. Fue hace ya siete años cuando la escuela vio la luz y, en pleno 2022, muchos niños optan por las volteretas y aterrizajes del parkour antes que por históricos que atraían la atención de los más jóvenes, como el fútbol o el baloncesto.
Aunque no todo fue fácil. Él fue de los primeros interesados en la ciudad, allá por 2008, y estuvo en las primeras "quedadas" en el Gulliver. Una vez, cuenta, mandando mensajes por foros, llegaron a reunirse hasta 100 personas allí. Desafortunadamente para estos aficionados, en estos años de introducción de la disciplina, muchas personas "criminalizaron" su pasión, llegando parques de España a colgar carteles de "prohibido el parkour". Pero desde la escuela llevan tiempo tratando de eliminar esta visión "peyorativa" de la disciplina que aman.
Como el propio responsable comenta, el objetivo principal de la actividad es estar preparado para cualquier situación, aunque apunta que quizás esa filosofía "se haya olvidado un poco" con el pasar de los años. En cualquier caso, es firme a la hora de expresar cual es el fin último de toda esta cultura, y no es otro que el "altruismo", preparar al cuerpo para que disponga de energía suficiente y poder ayudar a personas que puedan estar en peligro "sin esperar nada a cambio". Para Héctor y el resto del staff, su "verdadera misión" es transmitir esos valores a los nuevos interesados.
Unos nuevos interesados que están comprendidos en varias franjas de edad, las cuales delimitan los grupos de trabajo y aprendizaje. Desde grupos de 3 a 5 años, hasta los grupos de adultos, pasando por otros con alumnos de 5 a 11 años y de 12 a 17. Todos ellos aprenden, según su nivel - iniciación, intermedio o avanzado-, bajo las enseñanzas de la escuela.
Álex, de 21 años, también es parte del equipo que ayuda a los niños a cumplir esos objetivos de autosuperación y fortaleza en cuerpo y mente. No lleva tantos años dedicados al parkour como Héctor, uno de los pioneros en la ciudad, pero las ganas con las que transmite a sus alumnos la experiencia que lo ha convertido en el traceur - trazadores en castellano, así se conoce a quienes practican parkour - que es ahora son idénticas a las de su compañero.
De hecho, con total seguridad comparte una clave, una de las máximas que el parkour lleva por bandera: "Ser y durar", para el joven monitor, algo indispensable si eres traceur. Porque los jóvenes aprendices no únicamente tienen que conformarse con saltar una distancia considerable, también deben disponer de "una buena mentalidad de entrenamiento" que les permita seguir progresando y estar listos para ofrecer esa ayuda que mencionaba Héctor. El principal beneficio no sólo es "moverse de forma más ágil", una de las competencias que se desarrolla es la de aprender a "solucionar" situaciones adversas en la vida, como si de obstáculos se tratase.
Son muchos los ejemplos de superación de los que el parkour habrá sido testigo. En esta misma escuela, como apunta Óscar, monitor de 18 años, se ve a diario. Él está a cargo de un grupo de de alumnos que vienen a su centro como parte de una actividad extraescolar del colegio. Para este amante del parkour, el transcurso del año manifiesta esta superación "física y mental" en los chavales a los que ve trepando y saltando enérgicamente: "Hay un chico de tercero de primaria que, si lo hubieseis visto al principio de curso y lo vierais ahora, notarías la cantidad de confianza que ha ganado", confiesa.
Porque, si hay algo que, a sus ojos, diferencia al parkour del fútbol, baloncesto o tenis es su naturaleza colaborativa. "En el fútbol son once puestos, y en un mismo equipo tienen que competir para ser titular". Lo mismo suscribe Héctor añadiendo que, al ser "colaborativo" en vez de "competitivo", nadie te "obliga" a forzarte en situaciones que pueden ser peligrosas. "Tú evalúas tu propio riesgo y sabes cuando puedes saltar porque no te caerás".
Otro de los casos que dibuja una sonrisa en el rostro de Héctor, Álex, Óscar y el resto de sus compañeros es el de un jovencísimo alumno de seis años al que conocieron el año pasado, cuando este aún no sabía andar. "Antes de venir aquí estaba acostumbrado a trabajar con colchonetas", cuenta Héctor para explicar el por qué de la tendencia que tenía este chico por el gateo.
Todo cambió cuando llegó por primera vez a R-Evolution School. El equipo del centro dispuso obstáculos adaptados para él en el suelo para "dificultar" su avance a gatas y "forzarlo" a que comenzara a erguirse y, aunque se cayera, "seguir intentándolo". Tal y como cuenta Héctor, tardó "tres días".
Un año después, visitar la escuela es sinónimo de verlo correr y disfrutar con el resto de sus compañeros, aunque le gusta también pasar tiempo con los monitores que tanto le ayudaron y en cuyas caras se puede notar el orgullo que sienten cuando hablan de su historia de superación. Una historia que rima con tantas otras que esas cuatro paredes ven a diario.
Dani y Víctor, de 14 años, e Iván, de 15, son tres alumnos que anteriormente practicaban modalidades deportivas que, o bien dejaron por el parkour, o bien compaginan con esta disciplina. Se enamoraron de la actividad compartiéndose entre amigos videos de traceurs famosos, como los del grupo Yamakasi. Para los tres, tener amigos en común que disfruten y sean fans del parkour les ha hecho dedicar parte de su tiempo libre a aprender todo tipo de movimientos englobados bajo este arte.
Otro alumno, un poco más pequeño que ellos tres, detiene la serie impecable de 'backflips' que está haciendo para comentar que lo que más le atrajo hace un año, cuando descubrió todo esto, fue la posibilidad de moverse "más ágilmente", además de encantarle hacer mortales.
Y, si alguien pudiera pensar que la velocidad e intensidad de las acciones en parkour pudiera provocar una brecha generacional, se equivoca. El equipo encabezado por Héctor también organizó actividades adaptadas para personas mayores, las cuales planean reprender después de que, desde el inicio de la pandemia, les fuera imposible seguir llevándolas a cabo.
Lo que más les aporta, en palabras de Héctor, es "energía" y "vitalidad". De entre los varios alumnos que tuvieron en este grupo de mayores, destaca entre risas el de un señor que empezó el curso "andando" cuando se hacían ejercicios de movilidad por la estancia y que, poco a poco, comenzó a ir "al trote" en las sesiones siguientes. Para el equipo de trabajo de R-Evolution School, la prueba de que el parkour es "para todos".