Muy pegadito a València, en mitad de la huerta, se esconde Borbotó. Una pedanía valenciana, de las más antiguas, de carácter eminentemente agrícola y en la que apenas viven unas 700 personas
Sin embargo desde hace unos años, y con la apertura del bar Casa Cent Duros, los vecinos han visto asombrados y gozosos cómo cada día, se produce una bulliciosa romería dispuesta a entregarse a la francachela.
Obreros, agricultores, jubilados, bicis y motos abarrotando la puerta de entrada (que nos hace suponer, no de forma muy avispada) que sus consiguientes dueños ya estarán dentro dando el do de pecho, familias, grupos de colegas, gent del poble, llenan cada día, pero sobre todo los fines de semana, este susodicho bar. Pero, ¿por qué? ¿Qué ha pasado para que Casa Cent Duros haya dado ese salto decidido hacia la fama y esté al canto de un duro (válgame la redundancia) de convertirse en un nuevo local de mucha moda entre los amantes del esmorzaret? Instagram ya se debe estar relamiendo, porque aquí hay juego,muchachos.
Vicent y Adriana son los dueños del cotarro. Un matrimonio, actualmente separado, que rodeados de sus hijos y cuñados están levantando un pequeño templo donde cada día sirven además de los fantabulosos almuerzos, un plato del día por 8 euretes nada más. Todo casero. Con producto de la huerta, local, fresco y de temporada. La suerte del entorno huertano es esta. Un local slow food donde los haya, de los de siempre, pero que a pesar de dar la sensación de llevar toda una vida de servicio, abrió sus puertas en el año 2012.
Cuando llegamos, Virginia, una de las cuñadas, estaba al cargo del bar ese día. Lucía un espectacular moreno, de haber estado esquiando unos días antes y mientras hablaba con nosotras, no perdía el ritmo de trabajo. La plancha, la birra, el café, el saludo al parroquiano.
Le pregunté por el secreto de este ascenso al ‘Olimpo de los Dioses’. “¿Secreto?, ¿Qué secreto?”, me dijo un poco cortante y me sonó a bofetada con guante blanco. “Precio, servicio y producto” y ahí ya sí que sonrió. Pues sí, señoras y señores, y es que a veces -la mayoría de ellas- no hay más. Y no hay secreto. Solo precio, servicio y producto, una ecuación tan simple pero tan escurridiza en ocasiones.
Casa Cent Duros o “Ca Cent Duros”, como reza en los azulejos de la zona de brasas es un negocio familiar, un bar de pueblo, de ambiente tranquilo, distendido y variado. De paisaje cambiante, podríamos decir, que distingue entre la ajetreada calma de entre semana al trajín de los fines de semana donde llegan a formarse colas para entrar en hora punta. Quizás la culpa de todo esto la tengan, en parte, los Premios Cacau d´Or, que en 2017 nombraron como uno de los mejores lugares donde disfrutarse un buen esmorzaret al Casa Cent Duros. Porque sí, los almuerzos se sirven con cacaos de collaret, olivas y cremaet, las cantidades son de sobra abundantes, el entorno es un plus y el precio imbatible, 5€. Y como guinda del pastel, los campos de alcachofas, lechugas, cebollas, coliflores y caballos de arrastre perfectamente organizados para ser el decorado perfecto de esta función. ¡Que se levante el telón!
Su bocata estrella, sin duda, es el de carne de caballo con ajos tiernos. ¡Qué combinación tan ganadora! Una carne tierna tiernísima, un bocado jugoso y un extra de hierro para tu body. Si quieres que ya sea sublime, y te transporte a otro lugar, te recomiendo que dejes caer tu cuerpo serrano un jueves o un sábado porque son los dos únicos días en los que encienden las brasas y entonces sí que no hay color, solo un extra de sabor y salivación y ese olorcito que lo envuelve todo y sabe a hogar y a pueblo. La carne la traen de Moncada. Pero también triunfan sus bocadillos de embutido de Ontinyent, sus tortillas, calamares, etc. que para gustos colores.
A pesar de que su fama le viene dada por esta comida tan nuestra, a mediodía disponen de un plato del día, con ensalada, postre y café por 8€. No busques la carta porque no la hay. Manda la temporada. Aunque si vas el fin de semana puedes probar alguna de sus especialidades como la paella valeciana, nos aseguran que está espectacular, las manitas de cerdo, el all i pebre de anguila o el bacalao, platos de los que nos hablan con gran orgullo y satisfacción. Habrá que volver a catar y dar fe.
Recetas tradicionales, comida casera, una cocina abierta al comedor, un patio coronado por la zona de paellas y brasas, un grupo de jubilados metidos en su partida/ritual de chamelo con ese ruidito de las fichas sobre la mesa que te transporta a los tiempos del casino del pueblo, la amabilidad de los camareros, la simpatía delos dueños y la huerta (la vida), otra vez, ofreciendo todas sus bondades.
Y todo esto a 10 minutos rascados de València. Porque sí, porque aún nos quedan muchos tesoros. Descubiertos y por descubrir. Cuidémoslos y sigamos deleitándonos con el buen comer, el buen beber y una buena conversación (abajo los móviles), como hacen aquí los señores que fuman puro (esto no me gusta pero queda vintage y es real), beben vino de la casa y ojean el periódico, mientras mantienen charlas animadas con sus vecinos de mesa.