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Un comienzo 'made in China'

Foto: DISNEY
28/03/2021 - 

A finales de los 80 del pasado siglo, el politólogo estadounidense Joseph Nye perfiló un concepto particularmente interesante para el análisis de la política y sus fuerzas. Lo acuño con el término de poder suave o, en inglés, soft power (en contraposición al poder duro o tradicional o hard power) y lo definió como la habilidad de influir en los demás para obtener los resultados que uno persigue a través de la atracción (que incluye una dosis esencial de seducción y de libertad creativa) más que por la coerción o el pago de contraprestaciones económicas. El soft power que tienen los países reposa esencialmente en sus valores, su cultura y sus políticas ideológicas. Y el ejercicio del poder inteligentemente se consigue a través de una equilibrada combinación de los recursos propios del hard power y del soft power. En la historia existen numerosos ejemplos del despliegue del soft power para la consolidación de poderes geoestratégicos (desde Grecia al Imperio Británico pasando por el español e incluso la expansión napoleónica de principios del XIX con su codificación y novedosa ordenación jurídica de las normas). Y más recientemente, su uso eficaz por las potencias occidentales durante el siglo XX fue decisivo para el triunfo de las democracias liberales sobre los regímenes dictatoriales comunistas. 

En este sentido, va a resultar decisivo en la actual lucha contra los fanatismos terroristas en la que no solo se tendrán que conquistar las mentes y los legítimos intereses de la gente si no, y sobre todo, sus corazones y emociones. Es evidente que el soft power presenta una insuperable ventaja frente al hard power: su solidez y estabilidad. En efecto, el hard power puede permitir éxitos inmediatos (a través del uso de la fuerza militar o los bazucas de liquidez que constituyen incentivos económicos irresistibles) pero a la larga, si no se mantiene la intensidad del uso de la fuerza o la aportación constante de recursos económicos, ese poder tiende a debilitarse. Mientras, en contraposición, el soft power, que requiere más tiempo para asentarse y potentes recursos continuados, resulta mucho más exitoso ya que supone la asimilación progresiva de un esquema cultural y, lo que es más importante, se va incorporando en los individuos de forma pacífica (a veces conscientemente y otras veces no tanto). El ejemplo más evidente lo encontramos en la contribución del soft power para la consolidación de los Estados Unidos como potencia hegemónica en el siglo XX. Así the american way of life, su cultura, sus iconos, películas, el rock and roll y otras muchas manifestaciones culturales han sido decisivos en esta victoria.

Todo esto no resulta indiferente para China en su condición de nuevo aspirante a la posición de potencia si no dominante, al menos indispensable, en el nuevo orden mundial. Este ejercicio del soft power por parte de China tiene numerosas manifestaciones (y en el futuro analizaremos, por su interés, otras distintas a las que nos ocupan en este artículo). Pero hoy nos detendremos en solo una expresión del soft power chino, en particular en el ámbito del entretenimiento cinematográfico y su indiscutible influencia en el corazón de esta industria que, como todo el mundo sabe, tiene su corazón en Hollywood.

Zhang Yimou dirige a Matt Damon en 'La Gran Muralla'.

Con carácter previo, se tiene que destacar que en 2020 China superó a los Estados Unidos en recaudación en las salas de exhibición cinematográficas. Ha ayudado a esta situación el que con ocasión del Año Nuevo Chino muchas de las restricciones para poder ir al cine se hubieran levantado ya en China y la afluencia del público haya estado cercana a magnitudes pre-pandémicas. En contraposición, la mayoría de los cine en Estados Unidos permanecían cerrados. Por otro lado, un dato muy importante a tener en cuenta, es que por aplicación de la Ley china solo pueden exhibirse anualmente en China, 34 películas extranjeras. Estás películas tienen que pasar previamente por el filtro de la censura gubernamental lo que implica que no pueden ofender “la  dignidad nacional, ni el honor ni los intereses de China”. Y pasar esa revisión administrativa previa es clave para acceder a  un mercado potencial de cerca de mil millones de espectadores. Por la tanto la viabilidad y rentabilidad de muchas producciones cinematográficas de Hollywood está directamente ligada al acceso al muy lucrativo mercado chino. 

Históricamente, 1997 supuso un punto de inflexión y fue la última vez que los grandes estudios de Hollywood de atrevieron a desafiar al poder chino. Ese año se estrenaron tanto Kundun de Martin Scorsese como 7 años en el Tibet de Jean Jacques Annaud. Ambas películas ofrecían una imagen poco amable de la agresiva invasión china del Tibet. La reacción de China fue virulenta ya que castigó severamente a Hollywood por esas producciones. Por esta razón, desde ese año, los grandes estudios se han mostrado especialmente reacios a producir películas que impliquen una crítica, ya sea directa como indirecta contra China. 

Finalmente, y quizás también como consecuencia de la covid-19, se detecta una evidente evolución en el gusto del público chino: por primera vez en la historia, en el año 2020, las diez películas más vistas en China se han realizado en estudios chinos. Mientras que en la última década los taquillazos estaban protagonizados por éxitos de Hollywod, en la actualidad su relevancia ha remitido frente a éxitos de películas locales. Así, de acuerdo con los datos oficiales (que siempre hay que ver con cierta perspectiva) en la actualidad las películas importadas representan solo el 16% por ciento de la recaudación total frente al 36% por ejemplo en el año 2019. Esto se puede deber a que, por supuesto, se estrenan menos películas como consecuencia de la pandemia, pero también a una realidad probablemente más inquietante: que los gustos del público chino estén cambiando y se están acomodando a las producciones nacionales.

Fan Bingbing en 'Yo no soy Madame Bovary'.

Lo anterior son datos. Pero resultan de una estrategia clara del Gobierno chino en dos frentes. En primer lugar en la propia Hollywood. Así conviene recordar que hace un par de años, el anterior fiscal general de los Estados Unidos señaló, de forma algo gruesa y melodramática, a Disney en particular y Hollywood en general por arrodillarse ante China. Pero lo cierto es que (y es de todos conocidos mis reservas con prácticamente la totalidad de los integrantes de la anterior administración americana) no le faltaba razón. China de una forma inteligente y premeditada está convirtiendo muchas películas de Hollywood en propaganda pura y dura a favor de sus intereses. Así se ha convertido en una condición no escrita impuesta por China que si Hollywood quiere acceder al mercado chino, tendrá que proyectar una imagen cuanto menos amable de China. Hacer una película no es fácil ya de por sí. Pero correr el riesgo de quedarse fuera de unos de los mayores mercados del mundo no parece que sea algo admisible para los intereses económicos de Hollywood. Esta dinámica no solo impide que nuevas ideas y conceptos críticos puedan ser transmitidos al público chino sino, lo que es más grave, permite que un estado con un sistema político que solo se puede calificar de autoritario pueda trufar de propaganda china las películas americanas. De esta forma, se complace de antemano a los censores chinos.

Además, se producen una serie de interesadas imposiciones como que el reparto tenga actores chinos en papeles relevantes o que parte de la película se filme necesariamente en estudios y exteriores en China. Así no solo existe el temor de los censores como guardianes del mercado chino si no que se produce un empobrecedor mecanismo de autocensura previa que hace que numerosas películas por su temática no sean objeto ni de consideración siquiera. Esta situación resulta inquietante. Algunos legisladores americanos, para al menos alertar al público norteamericano de que pueden ser objeto de esta manipulación, están proponiendo medidas al respecto que no me parecen descabelladas. De la  misma forma que en las películas se señalan los peligros de los contenidos claramente adultos (en forma de escenas sexuales o violentas) o de la presencia de lo que llaman “historical smoking” (se explica por si solo) o contenidos racialmente sensibles (como lo que ha sucedido recientemente con “Lo que el viento se llevó), también se debería indicar cuando una película tiene elementos de propaganda pro-chinos o ha resultado financiada por fuentes chinas.

Liu Yifei en 'Mulán'.

Por otro lado, el mayor interés del público chino por producciones locales se desprende de varios factores. En primer lugar del hecho de que los chinos han aprendido, al menos en cuanto a la forma y la técnica, a hacer películas tan buenas como sus homólogos americanos. Ejemplos claros que han sido un éxito de taquilla incontestable todos ellos chinos en 2020: The Eigth Hundred y My people my Homeland (la primera con 452 millones dólares de recaudación y la segunda con 420 millones de dólares de recaudación) son películas que podrían ser, insisto, en cuanto a la forma películas americanas. Pero además es que el Gobierno de Xi Jinping ha sido mucho más consciente de la importancia del mensaje nacionalista y de que este no puede ser objeto de desviación alguna. Para ello ha implementado un severísimo catálogo de 15 reglas cuyos destinatarios son los actores chinos y cuya finalidad es preservar la ortodoxia. De esta forma el individuo se subordina a los intereses generales (obviamente fijados por el infalible Partido Comunista de China). La motivación oficial del catálogo era incrementar la calidad de las actuaciones de los actores chinos. No obstante, la obligaciones de “amar al partido y sus principios” y de “servir al pueblo y al socialismo” no parece que vayan en esta dirección de mejora cualitativa de la interpretación. Y el código se ha aplicado de forma implacable. Véase el ejemplo de la actriz Fan Bingbing (vecina de la que fue nuestra residencia en Pekín) que se convirtió en persona no grata en China en 2018 por acusaciones de evasiones fiscales millonarias (111 millones de euros). O ¿quizás estaba empezando a ser algo crítica con el sistema en China o a ser demasiado autónoma en Hollywood?

Por lo tanto China se está encaminando para convertirse también en el número 1 de la industria cinematográfica global pero debemos estar alerta. China tiene actores y directores formidables. Tiene la voluntad, el mercado, los números, la prosperidad y las ganas. Son muchas cosas positivas para no asegurarle el éxito. Pero si lo medimos por el tipo de trabajo que es necesario para moldear las culturas, las civilizaciones y las mentes de la gente, solo los artistas de las sociedades libres podrán prevalecer. Esto no se puede olvidar.

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