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Las Fallas, el Prado y la Cultura de los 'cuantis'

25/03/2019 - 

El pasado martes cumplimos con el rito: botar-li foc a miles de obras de arte por San José. Las Fallas son –pese al alcohol– una de las expresiones creativas más relevantes del mundo. Urbano y efímero, el carácter brutalista e invasivo de estas artes es difícilmente comparable. Entre otros asuntos, por su capilaridad urbana y social. Antonio Ariño cuenta que, quizá, solo el Carnaval en Río es capaz de lograr una voz propia por cada palmo de la ciudad. Gil Manuel Hernández recuerda que, eso sí, en el esplendor fallero pre franquista (o sea, pre ofrenda, pre mascletà, pre falleras mayores, pre indumentaria…) las Fallas congregaban a los vecinos de las calles adyacentes al cadafal. Ahora sus miembros –y, por tanto, sus mensajes– pueden llegar desde la otra esquina de la provincia. Con todo y con eso, un marzo tras otro hay un sinfín de ideas interrumpiendo la vida cotidiana y el tráfico para contar historias a través de figuras, textos, pólvora y música.

Sin embargo, ¿en qué piensan los españoles cuando piensan en las Fallas? ¿Qué percepción sobre su gigantesca potencia artística tienen las y los valencianos? ¿Cómo influye en esta expresión que los premios se concedan a razón de su precio (lo cual les aísla del resto de artes; como si en Cannes las películas indies no pudieran ganar la Palma de Oro)? ¿Cómo influye que no haya mujeres (2019) en los jurados y su percepción crítica para los premios? ¿Qué pintan los artistas falleros y por qué su voz se ha convertido en una especie de gemido victimizado? Son muchas las preguntas, pero la más inquietante es, ¿son las fallas una representación artística y se percibe como tal? Calar, calan, ¿pero cuál es su futuro en este sentido y qué papel han de cumplir al respecto los agentes implicados?

El pasado martes, mientras cumplíamos con el mito de quemar miles monumentos a lo largo del territorio, el Museo del Prado presentaba su primer estudio sociológico “sobre los españoles” y la institución bicentenaria. El 94,88% asegura que es una de las grandes aportaciones de España a la cultura universal (salvada por un valenciano). “Una de las grandes aportaciones”. Una de tantas o, al menos, una de varias. ¿Creen los españoles –incluso, las españolas– que las Fallas son “una de las grandes aportaciones de España a la cultura universal”? ¿Lo son? ¿Quién financiaría ese estudio y quién pone el foco hoy sobre el patrimonio inmaterial que ya es? ¿A quién y a cuántos les interesa que esa sea la percepción y a cuántas comisiones y no falleros les importa esa idea de fuera hacia dentro y de dentro hacia fuera?

Con cierto sentido, la idea ‘fiesta’ se impone a cualquier otro aspecto de las Fallas. Especialmente, si el 19 de marzo da como para puentear un fin de semana. No obstante, la coincidencia en la fecha (19 de marzo) de la presentación del estudio del Prado me sirvió para reflexionar sobre algunas de las ideas ‘cuanti’ del asunto. La más sorprendente es que a los medios de comunicación generalistas les pareció muy relevante que algo más de un tercio de la población no hubiera ido al Prado. Y ese fue el mensaje en sus redes. Facebook se llenó de ‘reacciones’ con lagrimita, como pensando que qué pobres y qué pena de sociedad la que no ha hecho check-in en el Prado. A nadie le dio por recordar que La maja desnuda, El jardín de las delicias o Las meninas son, ante todo, un fondo para selfies. Una experiencia conocida y a capturar como la de quien viaja a París con su pareja o hace un bautismo de surf (aunque ni antes ni después vaya a posar sus pies descalzos en un trozo de poliuretano).

Si alguna cosa puede aportar el arte es, sin duda, desde lo imprevisto. Desde el desconcierto. Y no es un movimiento minoritario, sino cada vez más pronunciado, el de las personas que, en esta futura crisis del concepto turista, comprende que si en la vida ha de toparse con momentos propios, solo podrá hacerlo desde la sorpresa. El Prado contiene toneladas de riqueza por metro cuadrado que, por desgracia, dada la tendencia ‘cuanti’ de las políticas culturales y sus efectos, llevan a que ese templo se contemple desde la previsión. Huelga decir que en la citada encuesta, a alguien se le ocurrió que era muy oportuno preguntarle a los 3.321 encuestados con quién les apetecería visitar el lugar: la respuesta mayoritaria de fronteras hacia dentro fue Rafa Nadal (17,78%); de fronteras hacia fuera, su respuesta les describirá aun más y mejor a qué tipo de experiencia ligan los visitantes del Prado su viaje a través del arte pictórico más elevado: Will Smith (17,43%).

No me extiendo mucho más en los datos para dejar clara cuál sigue siendo la grandísima oportunidad de las Fallas para todos: a los 3000 julianes a los que se les hizo la encuesta sociológica del Prado se les preguntó cómo les gustaría visitar el museo. Y sí, el 70,43% respondió que en pareja, pero el dato más relevante se encontraba justo después: dos de cada tres admitieron que la forma en que preferirían someterse a la experiencia era “de manera espontánea”. Si hay algo que recorre cada día las salas del Prado es un exceso de canon. Un patrón de visita que se repite, excepto en las caras de los estudiantes de arte y los visitantes más habituales que pasean por allí como quien vagabundea por el Retiro. Incluso, pese al peso de la fiesta, las Fallas son increíblemente actuales y vigentes un año tras otro como para ser visitadas “de manera espontánea”. 

El amor propio de valencianas y valencianos y la consciencia de este potencial no se relaciona con un empeoramiento de lo que se disfruta; al contrario, enriquecería todos los aspectos del rito. Incluso, las desafecciones vecinales que, aunque haya momentos del curso que inviten a pensar lo contrario, afectan y no agradan a los implicados del casal. Incluso, a la deseada “calidad de los visitantes” desde la empresa privada, a los que se pretende menos ruidosos, más educados y con un gasto medio superior. En la guerra de los ‘cuantis’ sociológicos de la Cultura, las Fallas tienen pistas de sobra como para modelarse progresivamente hacia sus potencialidades (otra de ellas, su aportación en acciones sociales, de las que podemos hablar otro día). En las batallas por los ‘cualis’ –por valores cualitativos–, las Fallas tienen razones de sobra para sobreestimarse. Si algún día calara este mensaje de forma interna, la sociedad valenciana estaría a un paso de atraer a otro tipo de actores. De conectarse a través del arte con referentes internacionales del arte (de cualquier arte) y enriquecerse como colectivo a través de su máxima expresión pública. Y lo mejor de todo: sin renunciar a nada.

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