La manifestación del 8 de marzo pilló por sorpresa a los partidos políticos el año pasado. No esperaban una movilización tan grande; y, sobre todo, no esperaban que fuese tan transversal. Por increíble que pueda parecer, muchos poderes públicos en este país consideran que el feminismo es algo propio de los partidos de izquierda, y que además sólo atañe a las mujeres. Supongo que los partidos de izquierda aceptarán, agradecidos, el regalo. No únicamente porque las mujeres "sólo" representan el 52% de la población, sino porque, además, no es cierto que el feminismo sea un movimiento que afecte, que implique y (lo que nos concierne aquí, en términos electorales) mueva exclusivamente al votante femenino.
Las mujeres, como es obvio, protagonizan el movimiento. Pero eso no significa que sean las únicas que le confieran importancia (afortunadamente). Para los hombres, el feminismo también es un asunto que ha de involucrarles, a todos los niveles. Esto ha generado un movimiento de rechazo, en la derecha de la derecha española, que está detrás (como muchos otros factores) del surgimiento de Vox y su retórica contra las feminazis y en pro de la victimización del hombre. Un discurso que cala en una parte del electorado; pequeña, pero no despreciable (sobre todo, para Vox, porque su electorado está en la derecha de la derecha).
Por su parte, como es evidente, los partidos de izquierda se encuentran muy cómodos con el feminismo; aunque también aquí encontramos esporádicos ramalazos de pretendidos izquierdistas de pedigree, siempre hombres, que explican que "por culpa de las mujeres" la lucha obrera ha quedado desnaturalizada, y eso favorece a la derecha cosa mala. Pero son los menos. La izquierda ha hecho bandera del feminismo desde hace décadas. A la izquierda corresponden los principales avances en materia de regulación que suponen salvaguardar u otorgar derechos a las mujeres, como la ley del aborto de 1985, modificada por la ley de plazos de 2010 (ambas, con la oposición de los conservadores), o la ley de violencia de género de 2004, uno de los proyectos estrella de la primera legislatura de Zapatero.
Incluso la ley del divorcio de 1981, aprobada bajo un gobierno de centroderecha, el de la UCD, generó enormes tensiones en el seno del partido gobernante. La votación tuvo que hacerse por el procedimiento secreto, y obtuvo un significativo número de votos en contra, que el tiempo mostraría que correspondían a Alianza Popular y al sector democristiano de UCD. El sector socialdemócrata de UCD, liderado por el ministro de Justicia y principal defensor de la ley en el Gobierno, Francisco Fernández Ordóñez (que luego acabaría en el PSOE), votaba a favor, conjuntamente con la oposición de izquierdas.
En este contexto, no cabe extrañar que la izquierda prefiera una discusión pública y una campaña electoral centradas en el feminismo y los derechos de las mujeres que una que esté concentrada en el independentismo y la unidad de España. La manifestación de ayer, sin duda, constituye un problema (con visos de convertirse en un problema anual) para la derecha española, con distinta gradación. Unos (Vox) viven felices en la oposición al feminismo en términos a menudo cerriles, de hombres que se rebelan frente a lo que perciben como un autoritarismo insufrible del movimiento feminista (que podríamos traducir, con menos épica rebelde, como la reacción de los que estaban acostumbrados a que las mujeres nunca dijeran nada, o nada que percibieran como estridente, cuando ven que las mujeres comienzan a hablar por fin). De hecho, el feminismo alimenta a Vox (de antifeministas obsesionados con las "feminazis"), al igual que el miedo a Vox favorece las expectativas electorales de los partidos de izquierda -sobre todo, el PSOE-, vistos como el último muro de contención frente a una coalición de derechas que, en términos feministas, no puede verse sino como una involución.
Y esto significa que los otros dos partidos de derechas, PP y Ciudadanos, tienen un problema. Porque, así como Vox puede vivir tranquilamente en el choque contra el feminismo, para el PP y Ciudadanos ésta es una lucha en la que tienen poco que ganar. El PP, porque se ve desgarrado entre sus gestos al votante más conservador (es decir, el votante que se ha ido o se está yendo a Vox), como la puesta en duda de la ley de plazos por parte de Pablo Casado, y la imperiosa necesidad de presentarse como un partido aún transversal, de masas, que pueda resultar atractivo para capas amplias de la población (y ahí los ramalazos antifeministas chirrían mucho).
Atrapado en esta enrevesada contradicción, el PP anunció que iría a la manifestación (a diferencia de lo sucedido en 2018) para después bajarse en el último momento, denunciando la manifestación feminista como un movimiento "politizado" y monopolizado por la izquierda. Ésta tal vez sea la decisión más estúpida y poco meditada de todas las que ha adoptado Pablo Casado desde que es líder del PP (sí, soy consciente de que la competencia en la materia es durísima, pero aun así creo que esta es la peor). Vendría a ser como si el PSOE le dejase a la derecha el monopolio de la idea de España (algo que los conservadores buscan constantemente, porque son conscientes de que es una temática que moviliza muchos votos). Una cosa es que un asunto concreto beneficie más al rival, y otra que directamente le regales el usufructo del mismo.
Precisamente por eso, y porque sus votantes son inequívocamente más afines a los preceptos del feminismo y a las conquistas sociales en pro de los derechos de las mujeres, Ciudadanos no se ha bajado de la manifestación ni de la ola feminista, sino que ha intentado darle una vuelta que le beneficie. En Ciudadanos hablan de un misterioso "feminismo liberal", que básicamente es un conjunto de lugares comunes que implícitamente implora a los votantes: por favor, alejaos de la malvada izquierda y su afán por monopolizar el feminismo. Es dudoso que la apuesta les salga bien. Sobre todo, porque se combina esta idea con la defensa de legalizar la prostitución y la gestación subrogada. Es decir, que la libertad vendría asociada con la capacidad de la mujer para alquilar su cuerpo a otros; dos formas de mercantilización y sometimiento que ubican el feminismo de Ciudadanos mucho más cerca de lo neoliberal que de lo liberal. Con todo, es mucho más inteligente subirse al carro, aunque sea con matices, que quedarse fuera de él.