VALENCIA. En mi vida y en mi mundo las mujeres han sido determinantes a muchos niveles y además creo que ninguna vida, ningún mundo, está completo sin ellas. Hay muchas mujeres que para mí son ejemplo e inspiración, punto de apoyo y fuente de aprendizaje en muchos aspectos y para muchas cosas. Cualquier momento es bueno para hablar de toda esa influencia y de todas o cualquiera de ellas, pero para materializar el recuerdo de este domingo, víspera del Día Internacional de la Mujer, elijo hablar de una amiga importante para mí por varios motivos. Sé que cuando lo sepa, Fina Cardona-Bosch me dirá que por qué tengo que hablar de ella –los primeros planos le aterran aunque en realidad esté hecha para asumirlos con éxito- y también me dirá lo que ya sé: que de la importancia de las mujeres hay que hablar todos los días del año.
La conocí allá por 1986 en Brillante, el sitio en el que durante varios años con sus respectivas noches entablé contacto con personas de lo más variopintas. A Fina se la distinguía nada más entrar, llamaba la atención ya desde lejos. Por su melena pelirroja y sus pecas, por las gafas oscuras que llevaba para hacerse la enigmática, la misma causa por la cual se las sigue poniendo aunque no haga sol. Fina no era alguien con quien, a priori, habría entablado amistad por aquel entonces. Provenía de un entorno que yo identificaba como cultureta, uno que reivindicaba lo autóctono desde el prisma político y, según me parecía entonces, dejaba poco margen para todo aquello que no consistiera en eso. Un ámbito que, en definitiva no tenía absolutamente nada que ver con las cosas que a mí me gustaban, que eran el punk, el glam, Andy Warhol, el tecnopop y otros productos del capitalismo y la frivolidad a los que tantísimo le debe mi persona y que tan mal vistos estaban –curiosamente, parece que vuelven a estarlo, qué gracia, ¿verdad?- en determinados sectores. Lo cierto es que Fina resultaba también un personaje inclasificable para la izquierda, para los nacionalistas, para cualquier empeñado en comprimir a las personas en decálogos inflexibles. Porque además de la cançò, del folclore reivindicado por Sisa y Pau Riba, de las obras de Joan Fuster y Vicent Andrés Estellés, a Fina también le gustaban Elvis Presley, Guardianes del espacio, Lou Reed, Mariscal y El Hortelano, La familia Monster, las películas de Ann-Margret, Los Coyotes y, sobre todo, Gabinete Caligari, con cuyos miembros entabló una amistad que perdura hasta el día de hoy.
Por aquella época el productor Esteban Leivas y yo recibimos un encargo del Gabinet d’Us i Normalització de la Llengua de la Consellería de Cultura i Educació: darle forma un disco de rock con artistas locales cantando en valenciano. No fue una tarea fácil porque entonces el valenciano estaba culturalmente segregado, bastante más que en la actualidad. En parte por eso y en parte también porque en 1986 lo local y lo universal se antojaban planos inconciliables, no era habitual que un grupo de rock o pop del momento local eligiera expresarse en nuestra lengua, estaba en la antítesis de lo cool. De ahí el encargo institucional de crear de un disco que demostrara que hacer rock y usar el valenciano no tenía por qué ser sinónimo de algo carente de interés. Logramos contar con Seguridad Social, Morcillo el Bellaco y los Rítmicos, Terminal Sur, Karmas Colectivos, Polvos de Talco Baxter y Bongos Atómicos. Yo andaba involucrado con estos últimos, ocupándome entre otras cosas de las letras, así que me vi en la tesitura de escribir en una lengua que, como mucho, llegaba a chapurrear malamente y sin mucha convicción.
Fue cuando pensé en Fina, que en aquella época ya ejercía como profesora de valenciano en un instituto público, pero su currículo iba mucho, muchísimo más allá. En 1978 había sido finalista de los Premis Octubre con el poemario Plouen pigues, prologado por Estellés; y en 1981 publicó Pessigolles de palmera,
prologado por María del Mar Bonet. Fina Cardona-Bosch se convirtió todo un joven valor de la lírica en la nostra llengua –un talento que nunca ha dejado de ejercer aunque sea poco proclive a mostrarlo- de quien el cantautor Carles Barranco, con el que estuvo casada, musicaría Miralls, uno de sus poemas. Sin duda alguna, la mejor colaboradora que podía buscar para escribir una letra en mi lengua.
Quedamos una tarde en la terraza de la heladería Los italianos, en Avinguda
del Regne, y nos pusimos manos a la obra. Yo le iba contando mis ideas y ella intentaba integrarlas a las posibilidades gramaticales de la lengua; y al revés, Fina lanzaba propuestas en valenciano y yo intentaba hacerlas formar parte de la vaga idea que tenía en la cabeza. La letra era para una canción funky para la cual, los Bongos Atómicos invitarían a cantar en condición de invitado a Remigi Palmero -con el que Fina también había colaborado en el álbum Provisions-, a modo de reivindicación de uno de los grandes nombres de la música pop valenciana, y también para demostrar que, al final, determinadas manifestaciones artísticas no estaban tan lejos una de otras como nuestros prejuicios de entonces nos hacían creer. Hicimos la letra con una rapidez pasmosa; recuerdo sobre todo la facilidad con la que salió y la satisfacción que me produjo haber sido capaz de plasmar las imágenes que tenía en la cabeza –el punto de partida fue una canción de George Clinton titulada Atomic dog- y trasladarlas a una lengua que me era muy cercana y a la vez ajena. Fina no solo fue fundamental en aquel proceso –la letra es obra de ambos-; a raíz de aquello y de la diversión que nos proporcionó, nos hicimos amigos, como si supiéramos que las cosas que nos unían no eran sino el conducto que terminaría uniendo también a las que no. Ah, y a cuenta de aquella cancón, que acabó titulándose Bon gos, atòmic os, Remigi Palmero se marcó el primer rapeado en valenciano registrado en un disco. Para que luego no digan que no
éramos modernos.
Porque con el tema de la modernidad nos reíamos mucho, sobre todo desde que un alumno del instituto describió en un ejercicio a la profesora Cardona-
Bosch como moderna i enrotllà. Risas aparte, la verdad es que lo era y lo sigue siendo. Alguien que se ha codeado con Joan Fuster, Artur Heras, Andreu Alfaro, Joan Brossa, Sanchis Guarner o Pere Calders y que después escuchaba a Alex Chilton y a Mink DeVille y elegía canciones de Marvin Gaye y The Supremes para la sintonías de sus programas -para el centro territorial Aitana de TVE y Canal 9 Ràdio- no puede ser otra cosa.
Con Fina hubo momentos francamente divertidos, noches muy locas, mucha complicidad y un inagotable intercambio de información. A ella le debo haber dejado atrás mis prejuicios esnobs y acercarme a la cultura de mi tierra, conocerla sin prejuicios, valorarla e integrarla como la referencia importante que es. Por supuesto que le debo muchas otras cosas como ocurre con todos aquellos que son amigos de verdad, pero siendo como es una de las mujeres esenciales en mi vida, no quería dejar de destacar la aportación intelectual de la mujer que un día tuvo la valentía de proclamar plouen pigues! sin miedo alguno a ser incomprendida o no.