GRUPO PLAZA

en portada

Manuel García-Portillo: un sueño para intentar recuperar el tiempo perdido

Dejó Moixent para abrirse paso como empresario. Emprendió con éxito Tecnidex y su figura fue reconocida en el sector. Ahora, a sus 67 años, tiene otra quimera: devolver la vida a este territorio rehabilitando masías y cultivando vides y olivos. Con ello, el ‘Mahoma de Moixent’ regresa a sus raíces

| 25/06/2020 | 16 min, 48 seg

VALÈNCIA.-A poco más de una hora de València se encuentran unas tierras milenarias que te hacen olvidar el bullicio de la ciudad para conectarte con la belleza del territorio: campos de olivos y viñas, y huertas que dejan una estampa impresionista con sus tonalidades de verde y ocre. Hoy la mano del hombre apenas se atisba pero, antes de la posguerra, ese paisaje estaba salpicado por unas ochenta bodegas y unas cien masías que llenaban de vida los términos de La Font de la Figuera, Fontanars dels Alforins y Moixent, en el extremo suroeste de la provincia de Valencia. Una tierra próspera en la que las familias elaboraban su propio vino y aceite, y donde la sociedad vivía a otro ritmo, marcado por la cosecha y las necesidades más inmediatas. 

Un modo de vida que se perdió en el tiempo, como también lo hizo la Vía Augusta, cuyo recuerdo se puede apreciar junto a antiguas masías que esconden polvorientas bodegas fondas. Han pasado algunos años pero el empresario Manuel García-Portillo recuerda sus días en Moixent, apoyado sobre la higuera de la casa de sus abuelos y las noches durmiendo en la era junto a su padre para que no se llevaran el trigo. Eran tiempos de noches estrelladas, de aprendizajes en el campo y del olor a pan recién hecho que salía del horno moruno de la masía. También de vino y rebanadas de pan con aceite y sal. Tiempos en los que el inicio del otoño se celebraba con la vendimia. Sin embargo, todo aquello quedó atrás cuando su familia, como tantas otras de su generación, abandonó Moixent en busca de nuevas oportunidades en la ciudad. En su caso, porque sus padres eran maestros. 

Al tiempo que Manuel García-Portillo se forjaba como el empresario que sería después, Moixent languidecía: las masías se iban quedando vacías, la escuela cerró por falta de estudiantes y las pocas familias que quedaron tuvieron que marchar a las aldeas vecinas por la falta de servicios. Lo mismo pasó con las propiedades de sus abuelos, conocidos como Els Llauradors, que pasaron a otras manos hasta que sus puertas se cerraron definitivamente. Muchas de esas construcciones quedaron en ruinas y los campos crecieron salvajes. Una realidad que se replicó en otros rincones de la hoy conocida como ‘España vacíada’. «Más que vaciada, diría que está abandonada por la Administración con leyes que dificultan que el agricultor pueda desarrollarse y que hacen que desaparezca de su tierra», señala Manuel García-Portillo. 

Lea Plaza al completo en su dispositivo iOS o Android con nuestra app

Lo dice apenado, mirando a un valle al que desea devolver su esplendor, como empresario y como hijo de este territorio. Un sueño que lleva moldeando desde 2015 a través de Proyecto Origen, con el que pretende devolver el esplendor a Moixent atrayendo a personas que sientan el territorio, alejándose de la vida moderna que «nos vendieron que era mejor» y recuperando «un modelo más sostenible y enfocado a la persona». El presidente de Tecnidex recuerda aquellos tiempos en los que no había agua corriente, había que alumbrarse con un candil, se amasaba pan para quince días y se labraba la tierra con yuntas de toros o caballerías. Un modo de vida, comenta, que se cambió por las comodidades del «mundo moderno y se olvidaron de las enseñanzas que regala la madre naturaleza». Por ello, a través de este proyecto pretende «desarrollar una experiencia de vida que nos vuelva a conectar con nuestras raíces y la esencia del territorio, redescubriendo la grandeza de nuestra biodiversidad». 

Construir sobre las ruinas

Sobre ese pasado es necesario volver a poner los cimientos de la nueva era. De ahí que la primera fase de Proyecto Origen se centre en adquirir y reconstruir masías abandonadas, recuperando bodegas y almazaras artesanas, y cultivando viñedos y olivares. «Cada una de estas masías recoge la esencia de antaño, donde las personas cultivaban sus propios alimentos, vendían el vino o aceite que elaboraban y se comunicaban los unos con los otros». Y remarca: «Las megaciudades no son la solución que se merecen los seres humanos».

Una filosofía que se acerca al agroturismo, en el que antiguas casas de labranza son rediseñadas para ofrecer experiencias que se caracterizan por el estrecho vínculo con la naturaleza. Sin embargo, el empresario insiste: «No voy a encasillarlas porque quiero que sea la propia sociedad la que vaya moldeando sus usos». Entre sus posibilidades está el cultivo, animales, hostelería, vivienda rural, agroindustria vitivinícola, oleica… y cuyo fin primordial es «potenciar una agricultura sostenible y un comercio de proximidad impulsando el arraigo de las personas a su territorio e intercalándolo con talleres educativos».

En total ha adquirido siete masías, cuatro en Les Alcusses de Moixent y tres en la sierra de Moixent, y al final del proyecto habrá invertido unos diez millones de euros. Las reformas las realiza sin prisa, confiando en personas que conocen bien el territorio y valorando las opiniones que le dan sobre las posibilidades que ofrece cada una de ellas. «La rehabilitación de estas masías lleva su tiempo porque están protegidas y hay que pedir numerosas licencias para llevar a cabo las actuaciones», explica Víctor, el arquitecto que asesora a García-Portillo. Lo explica mientras abre la puerta de la masía Mas del Fondo, que posiblemente date de principios del siglo XX y que en un futuro podría ser un alojamiento rural: «Dadas sus características, con unos 2.500 metros cuadrados, se puede plantear como un alojamiento rural de unas dieciocho habitaciones, pero para ello se debe modificar el Plan General de  Ordenación Urbana de Moixent —la vivienda tiene Protección ambiental  (nivel 3)— que permita cambiar el uso de la finca a alojamiento rural». Según explica el arquitecto, está a punto de aprobarse. 

García-Portillo se adentra por los pasillos imaginando la nueva vida de esa masía: «Esta es mi habitación favorita, en la que se podría poner el piano y la biblioteca para que las personas pudieran descansar y relajarse. Este espacio podría ser una cantina y aquí, donde antes se guardaba el grano, sería un buen sitio para tomar algo y disfrutar de las vistas». 

«La rehabilitación de estas masías lleva su tiempo porque están protegidas y hay que pedir numerosas licencias para llevar a cabo las actuaciones»

También visualiza el uso de la masía Altet de Reguera, situada a ochocientos metros y rodeada de setenta hectáreas de vid nueva: «Antiguamente era una vivienda y un almacén, así que podría ser una bodega en la que vender los vinos que se hagan en cada una de las masías». A la vista de las restricciones a la hora de rehabilitar el inmueble, el diseño está aún por concretar. 

De hecho, no oculta su desengaño por la lentitud de los trámites de la Administración y elogia cómo Francia e Italia han sabido poner en valor su patrimonio cultural y rural: «Francia ha conseguido una agricultura rentable para sus agricultores gracias al arraigo y apego que tienen por el terruño y porque, además, han sabido conservarlo a través de su cultura, sus chateaux y su inversión en marcas (Burdeos, Champagne...)». García-Portillo subraya que en países de nuestro entorno como Francia e Italia se apuesta más por lo autóctono. 

Al llegar a la masía de Sant Antoni le espera Antonio, el interiorista, con un dibujo a mano de un mueble que ha diseñado para la casa. «Aquí lo hacemos todo como antaño, nada de ordenadores», comenta el empresario, consciente de que las nuevas generaciones no lo harían así. Después de aprobar el diseño de la futura biblioteca explica que cada una de estas masías tendrá una temática en particular y se inculcará la pasión por el vino y estas tierras: «queremos que haya una temática especializada, por ejemplo, en el vino tinto o blanco, para que las personas puedan descubrir nuevos aspectos de la enología». La idea, sostiene, es que las personas puedan profundizar en una temática en concreto y que, si lo desean, la siguiente vez acudan a otra de las masías para ahondar en otros aspectos de la viticultura o agricultura. 

Las raíces familiares

Sus ojos irradian felicidad al ver las obras de la Casa La Muda y le hacen olvidar el dolor que sintió cuando pasó a otras manos que no eran García Iñiesta. «Cuando mis abuelos repartieron la herencia, mi padre quiso esta casa pero se la dieron a otro de sus hermanos y más tarde un familiar la vendió», comenta sobre su interés en recuperarla. Junto al horno moruno —en todas hay uno— recuerda a su padre Manuel García Iñiesta: «Desde siempre nos trasladó el amor y la pasión por conservar la herencia, algo que he entendido mucho después porque mi familia paterna, la de Moixent, era una familia empresaria». Palabras que le conectan con el pasado y aquellos fines de semana que iba a Moixent con su padre para comprobar el estado de los huertos, los cultivos y la casa. Por aquel entonces tenía unos seis años y no entendía los quehaceres de su padre pero dejaron un poso en él: «Ahora soy consciente de que soy empresario por la gran tradición y cariño que mi padre tenía por su gente y empleados».

Su padre, maestro de lunes a viernes, los festivos cogía su moto para ir a Moixent y comprobar que todo estuviera en condiciones. Bien cogido a su cintura le acompañaba Manuel, que no perdía de vista lo que hacía y disfrutaba ayudándole. Por eso hoy desea recuperar el legado de antepasados que dieron en vida su herencia y que posteriormente la siguiente generación abandonó: «Posiblemente sea el momento de que una parte de la población deba hacer el camino inverso de la ciudad al territorio, de darnos cuenta de que un mundo mejor es posible en el territorio». 

Diego Fernández se encarga del viñedo y de elaborar los vinos de cada una de las masías. El primero será en 2021, de la casa Turus

Habla casi en primera persona porque representa a esa generación que creció en los pueblos y luego marchó a la ciudad: nació en Cervera del Maestre (Castellón) en 1953 y su infancia transcurrió entre Cervera, Moixent y Xàtiva hasta que definitivamente se mudó a València. Era el pequeño de sus cuatro hermanos y con trece años descubrió una de sus grandes pasiones: el rugby. Lo hizo gracias a que su profesor de Física le dijo: «Si no te apuntas al equipo te suspendo». Lo recuerda con mucho cariño y se sonroja al rememorar su paso por el Rugby Club Valencia y aquellos años en los que llegó a jugar en la División de Honor.  Todavía recuerda un balón firmado por los jugadores.

Marchó de aquellas tierras pero, sin saberlo, su vida quedaría por siempre vinculada a sus orígenes —y al rugby—. Tras formarse como ingeniero técnico agrícola en la Universitat Politècnica de València y trabajar en la empresa privada, en 1980 fundó junto a tres compañeros de estudios Tecnidex, una empresa química, de tecnologías y servicios para el sector postcosecha de las frutas y hortalizas de calidad. «Todo mi proyecto de vida se ha desarrollado pensando en el medio rural, agrícola y forestal porque allí viví y de allí me siento». Y sí, Tecnidex sería el patrocinador del Rugby Club Valencia. 

Tras casi cuarenta años al frente de Tecnidex, de tener una vida empresarial de mucho éxito y de, incluso, tener una relación de amistad con el rey Felipe VI, a sus 67 años Manuel García-Portillo decide regresar y emprender Proyecto Origen: «Mi sueño es devolver todo lo que me dio esta tierra y hacerlo atrayendo a personas que también conecten con el entorno rural». Un paso hacia delante que inició con la compra de la Casa La Muda —«debía ser la primera que adquiriera»— y tras la venta del 75% de Tecnidex a la empresa americana AgroFresh. «Esa operación fue fundamental para poder empezar Proyecto Origen y adquirir las masías», reconoce.

Mostrando una habitación reformada, el presidente del Centro Tecnológico Ainia salta al pasado recordando que las masías eran un mundo autosuficiente en el que tenían todo lo necesario para vivir (tierras de cultivo, caza, ganado) y a menudo quienes vivían en ella eran los medianeros, que trabajaban para los dueños. Por ello, en cada una de estas masías se ha habilitado un espacio para ‘el casero’ de la masía: «Accede de manera independiente a la casa y así está de apoyo para atender a las personas que estén en ella o para cuidar los cultivos». 

Han pasado muchos años pero Manuel García-Portillo es conocido como ‘el Mahoma de Moixent’, un mote heredado de sus antepasados. «El mote viene de mi abuelo paterno Luis, que estaba casado con Teresa, una mujer muy religiosa, y cada vez que iba a la barbería no paraba de hablar de religión», detalla entre risas.  

Fomentar el cultivo sostenible

Precisamente en ese afán por conectar a las personas con la tierra, Proyecto Origen plantea desarrollar una agroindustria sostenible en cada una de las masías. En el huerto se encuentra Vicente, que acaba de romper una rama de anís para llevársela a la boca y muestra los brócolis y las alcachofas que está apunto de recolectar. «Estamos viendo cómo se comporta la tierra con los distintos cultivos que hemos plantado», especifica. 

Parcelas rodeadas de unas doscientas hectáreas de viñas y oliveras que servirán también de motor para potenciar el comercio de proximidad. Se realizará siguiendo con esa filosofía de devolver al territorio el valor que nunca debió perder y que ha llevado al enólogo Diego Fernández a cruzarse en el camino de Manuel García-Portillo para ser mucho más que un «hacedor» de vinos y aceites. 

En Proyecto Origen se agranda la figura del Diego agrónomo que lleva años reivindicando la importancia de dar valor al medio rural, que desde hace miles de años ha sido autosuficiente con el policultivo, y dignificar la profesión de agricultor, porque «solo así seremos capaces de mantener el equilibrio del planeta, de otorgar el peso que merece la biodiversidad». En perfecta sintonía con García-Portillo, sostiene que el territorio es capaz de ofrecer todo lo que el ser humano necesita y que «el hombre solo debe guiarlo con buenas prácticas agronómicas; debe intervenir únicamente lo necesario». Una creencia y filosofía de vida en la que el medio rural es un reclamo en sí mismo y tiene un cúmulo de factores irresistibles para el ser humano: la belleza del paisaje, cultura, tradición, riqueza, raíces, ecología... «Todos esos valores siempre han estado ahí, lo único es que los seres humanos hemos sido incapaces de verlo, engullidos por la vorágine del día a día de un mundo globalizado», comenta Fernández.

Precisamente esa batalla romántica y filosófica ha marcado la trayectoria de Diego Fernández, que ha diseñado proyectos vinícolas basados en ese respeto al origen y la a biodiversidad pero también es una constante en su faceta docente, tanto en la Universitat Politècnica como en los cursos de formación que dirige en la Denominación de Origen Valencia. Una filosofía que se deja notar en proyectos como Bodegas Enguera o Lo Necesario, sabedor del carácter vertebrador y de arraigo que el mundo del vino es capaz de ofrecer en la lucha por aliviar el problema de la llamada ‘España vaciada’. «Tantas civilizaciones y generaciones han pasado por nuestro medio rural, que no podían estar equivocadas», sentencia Diego. 

Diego Fernández tenía que aportar al proyecto algo tangible de ese poso que almacena como enólogo. Y, como no podía ser de otra manera, en sus manos recae la responsabilidad de la elaboración de vino y aceite propio de cada masía. Con algunos viñedos todavía por diseñar, junio de 2021 es la fecha elegida para la llegada de la gama de vinos de Casa Turus, nacidos en el viñedo que la rodea. Son cerca de treinta hectáreas de vino en vaso de las variedades Monastrell, Tempranillo y Malvasía y, de momento, trabajan con la idea de tres monovarietales y un tinto coupage, aunque ese porfolio puede virar hacia donde sea necesario, dependiendo de la evolución de cada una de las elaboraciónes. 

Como si de un alquimista se tratase, trabajará en busca del elixir soñado pues tiene claro que tan solo se comercializarán diez mil botellas de un producto excepcional y ecológico. Y lo hará bajo tierra, en la bodega fonda de Turus, cuya historia se puede remontar al siglo XVIII. En sus bajos solo hay recuerdos de un pasado mejor pero en los próximos meses se rehabilitará y las tinas de unos mil litros —perfectamente conservadas y cuidadas— se volverán a llenar para elaborar vinos auténticos. «Tenemos la previsión de acabar las obras en noviembre para almacenar el vino en estas tinas», comentan.  

En cuanto al aceite, están pensando también en una elaboración virgen extra premium, con una producción limitada en este primer año a las trescientas botellas. Ambos insisten en que es un proyecto abierto a día de hoy, que se va consolidando y definiendo poco a poco, como lo hacen los vinos con impronta. Por ello, Manuel García-Portillo insiste en que es pronto para hablar de productos y prefiere dejar claro el fin último del proyecto: «recuperar los principios, valores, creencias, tradiciones e historia de Moixent». 

El horizonte es 2023, cuando todas las masías estén rehabilitadas y las personas a las que les gusta la naturaleza y el agroturismo vuelvan a llenar de vida todas ellas. Será entonces también cuando el Club Origen y Futuro —tendrá también una revista— sea un punto de encuentro para quienen amen el territorio, deseen intercambiar opiniones y vean en la ciudad un modelo insostenible. 

Solo en ese momento será cuando aquel pasado y aquellas sabidurías de la tierra regresen al presente. Y lo harán junto a personas enamoradas de la vida rural que buscan la paz y la felicidad que no supieron encontrar en las ciudades. Será entonces cuando el sueño de García-Portillo se haga realidad.  

* Este artículo se publicó originalmente en el número 68 (junio 2020)  revista Plaza

next