GARROFÓ PARA LA CRISIS CLIMÁTICA

Variedades autóctonas: sin conocimiento, no hay conservación

Un estudio de El Jardí Botànic y la Generalitat Valenciana señala que el ‘pintat’, un garrofó valenciano, se adapta al cambio climático mejor que otras variedades más habituales

| 14/07/2023 | 5 min, 31 seg

Al igual que en la polinización, que no es un proceso de un único reino, en la conservación de variedades autóctonas intervienen numerosos agentes. Como si se tratara de vectores de polinización, la suma de grupos de investigación, instituciones administrativas, estudiantes, docentes, agricultores, consumidores, gastrónomos, chefs y público lector de medios como este, hace posible que una semilla o especie tradicional se conserve, se expanda y se integre en la gastronomía. Para preservar la diversidad, hay que conocerla y divulgarla.

En mayo de 2020, el Jardí Botànic-ICBiBE (Instituto Cavanilles de Biodiversidad y Biología evolutiva) de la Universitat de València y la Estación Experimental Agraria de Carcaixent del IVIA (Institut Valencià d’Investigacions Agràries), dependiente de la Conselleria de Agricultura, Desarrollo Rural, Emergencia Climática y Transición Ecológica, publicaban en la revista Agronomy el estudio Resilience Capacity Assessment of the Traditional Lima Bean (Phaseolus lunatus L.) Landraces Facing Climate Change, una investigación sobre el garrofó ‘pintat’ (Phaseolus lunatus L.) una variedad de esta legumbre con mayor resistencia al estrés hídrico y a las altas temperaturas.


Josefa Prieto, Isabel Martínez, Elena Estrelles, Josep Roselló y Pilar Soriano son los nombres del equipo que firma el trabajo. Por encima de la buena acogida a nivel científico, este estudio tiene un mensaje: la pérdida de variedades tradicionales es pérdida cultural, de agrodiversidad y de estrategias para hacer frente a una transformación climática con evidentes repercusiones. Antes de explicarnos el proceso de la investigación, Elena Estrelles, jefa del Banco de Germoplasma del Jardí Botànic de la Universitat de València, nos lleva de tour por las instalaciones donde desarrollan su trabajo: «En el banco guardamos semillas, que son embriones, futuras plantas. El banco lleva funcionando desde 1991, cuando se empezó a recoger semillas para conservar. Nuestro primer listado de semillas es muy antiguo, de 1867». Aunque este banco de germoplasma está especializado en planta silvestre, «las plantas cultivadas tienen sus parientes silvestres, y todo lo que sabemos de cómo funcionan sus semillas, nos sirve para colaborar en proyectos con planta cultivada con organismos como los de la Generalitat Valenciana, que tiene una red de centros en los que se trabaja con variedades autóctonas y se conservan semillas para tener material».

«Tuvimos la oportunidad de colaborar con un equipo que mantiene una colección de variedades de garrofón. Nuestro objetivo era ver si en las variedades tradicionales que se conservan en estos centros y que se conservan por su uso agrícola de manera local, se presentaba una adaptación a las condiciones ambientales que tenemos en València con su estrés hídrico específico. Queríamos saber si tenían, a nivel de germinación, una adaptación en especial comparándolas con las variedades que actualmente se venden y que no son de uso tradicional en nuestra región. Hicimos experimentos de germinación en condiciones de falta de agua y el resultado fue que sí, que toleran mejor el estrés. Esto apoya al uso de estas variedades y a su conservación», explica Elena. 


En el artículo científico leemos que «La sequía es uno de los problemas más importantes en la agricultura, ya que conduce a la reducción de los rendimientos y la pérdida de cultivos. La disponibilidad de agua es fundamental para las plantas, ya que necesitan un buen suministro de agua durante todo su ciclo de vida. Por lo tanto, el déficit hídrico en las plantas afecta todas las fases de su desarrollo, procesos fisiológicos, crecimiento y producción que, en condiciones extremas, puede provocar la muerte de las plantas. Al igual que la respuesta expuesta a las temperaturas, nuestros resultados también apoyan la hipótesis de una mayor tolerancia de aquellas variedades autóctonas cultivadas durante años que se adaptan mejor a los cambios en las condiciones ambientales derivadas del clima mediterráneo». Como es propio de la literatura científica, el texto abre un camino a nuevas investigaciones: «Habría que probar si tienen más nutrientes, porque quizás no han sufrido una selección tan estricta. O sea, tienen más variabilidad genética que las variedades que se comercializan, y eso supone riqueza en la variabilidad genética, que  al final es riqueza en aspectos que posiblemente sean más palatables a la hora de cocinar».

Si el futuro nos ofrece un panorama de sequía y transformaciones en nuestra forma de vivir y alimentarnos, debemos reflexionar sobre nuestros alimentos y cómo estos se adaptan a la situación. «Hemos probado, dentro de la línea de nuestras investigaciones, que estas especies son útiles para un futuro que se supone que va a ser más seco». Los bancos de semillas son cruciales tanto para expandir el uso de estas como para conservarlas a medio y largo plazo. Parte de su acción consiste en el trabajo colaborativo —como es este caso—, en el préstamo de material y en el intercambio de conocimiento. La profesora del Departamento de Botánica y Geología de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universitat de València, también investigadora del Jardí Botànic, Pilar Soriano y el resto del equipo, reiteran la imposibilidad del trabajo si no hubiera sido una obra a mil voces. La conservación es cooperar.


El cultivo tradicional y local del garrofón se realiza en una estructura de cañas, que tutoran la planta. En la huerta del Botànic, las tres especies de garrofón que cultivan trepan por una pérgola oculta por sus hojas verdísimas. Esta especie rústica de ciclo largo exige luz y buen drenaje. Sus frutos son un ingrediente esencial de la paella. «Está demostrado que las variedades tradicionales son mucho más nutritivas, con más proteínas. Son mucho más ricas que otras variedades comerciales que se producen de manera extensiva. Desde el momento en que un agricultor está cultivando la planta y está aportando su experiencia y su cariño, su esfuerzo. Hay que dárselo y hay que reconocerlo y compartirlo. Porque si no lo conoces, no lo puedes pedir».

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