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apuntes sobre la ciudad (9)

Los Pueblos del Sur (I): Karl Marx en la huerta

Los Pueblos del Sur (1): los olvidados del Plan Sur. Incluye las pedanías de La Torre, Faitanar, Forn d’Alcedo y Castellar-Oliveral.

23/05/2019 - 

VALÈNCIA. La avenida se llama Karl Marx. Da a un polígono industrial, cierto es, pero no se entiende a simple vista cuál fue la vinculación histórica que llevó a nombrar así a esta calle de Forn d’Alcedo, porque resulta extraño imaginarse al filósofo británico por estos caminos de huerta. El nombre se le dio en 1984, un año después de que se celebrara el centenario de su muerte. En la justificación de por qué se bautizó así la calle se repasa su biografía pero no se dan más detalles ni explicación de por qué tenía que disponerse aquí, precisamente aquí, y no en Benimaclet, por citar un caso. Forn d’Alcedo es, junto a Castellar-Oliveral, Faitanar y La Torre, una de las cuatro pedanías incluidas en los Pueblos del Sur que no tiene salida al mar de ningún tipo y que además están constreñidas por la V-30. Forman parte del mismo distrito que El Saler y otras poblaciones del litoral, pero podrían ser segregadas y formar un distrito propio porque sus circunstancias y problemas no tienen parangón. Si hay barrios olvidados, estos son los olvidados de entre los olvidados. 

En la plaza de la Iglesia de Forn d’Alcedo se encuentra Sofía Armengol, vecina desde hace 40 años, paseando a su perro. Natural de Galicia asegura vivir muy tranquila en la pedanía, pero hace ver que se están yendo los jóvenes, que la población disminuye a marchas forzadas. El padrón le da la razón. En 1991 estaban censados 1.319 vecinos; 25 años después, en 2016, la cifra bajaba a 1.125. La dinámica ha sido igual para Castellar-l’Oliverar y La Torre. El primer barrio, que llegó a tener más de 7.000 vecinos, contabiliza ahora 6.817. El segundo, de 5.255 que tuvo a principios de los 90 ha descendido hasta 4.729. Sus curvas negativas, como mucho, han tenido leves repuntes, pero los números certifican lo dicho por Armengol: cada vez vive menos gente en estas pedanías.

De las cuatro sólo Faitanar ha registrado un incremento de población en los últimos años y ha sido gracias al proyecto Sociópolis, que comienza a ver la luz ahora. Por ahora son 1.180 personas. Su densidad es 2,4 personas por hectárea, de las más bajas de València. Conforme se vayan concluyendo las nuevas edificaciones y las que están pendientes, se espera que se aumente el número de residentes. Con ello esperan también que se mejoren los servicios, porque los que ahora tienen bordean en muchos casos los límites de lo básico.

Separados de València

Otro elemento diferencia a estas cuatro pedanías de los otros Pueblos del Sur: no tienen apenas industria turística. Forn d'Alcedo es un pueblo de huerta, está rodeado por ella, sí, por allí se puede ver pasear a muchos vecinos a diferentes horas del día, pero a esa huerta le rodea la Pista de Silla (V-31), la CV-30, el polígono industrial que está en la parte sur de la pedanía y, sobre todo, el nuevo cauce del Turia, esa franja que parte en dos València y les separa de la ciudad. Sus compañeros de distrito como El Palmar, El Saler, El Perellonet, pueden beneficiarse del maná de visitantes que recibe la Albufera o las playas de València; en Forn d’Alcedo apenas cuentan con una alquería acondicionada para visitantes. Muy pocos piensan en esta pedanía como destino.

Foto: KIKE TABERNER

Hay espacios de resistencia. Incombustibles. L’Horta Teatre, en Castellar, es un oasis de Cultura. El pasado 18 de mayo se presentó en esta sala L’electe, una obra protagonizada por Alfred Picó y Josep Manel Casany, dirigida por Carles Sanjaime a partir de un texto del actor catalán Ramón Madaula adaptado por Juli Disla. En Forn d’Alcedo se pueden ver los carteles que anuncian la programación. La primera impresión es que los artistas creen más en estos pueblos que los políticos. Por aquí han pasado todos los grandes nombres del teatro valenciano. L’Horta Teatre es una referencia, una joya y un milagro.

En una esquina, cerca de la plaza de la iglesia, se hallan José Minguell Laguna y Miguel Arenas. Desde donde se encuentran se puede contemplar el templo dedicado al Santísimo Cristo de la Agonía, obra de Javier Goerlich, construido en 1912. Arenas, ingeniero de caminos, resume perfectamente la situación de estos cuatro pueblos, que junto con Pinedo, recuerda, han tenido que asumir las vías de servicio que alimentan a la ciudad, las carreteras de acceso al Puerto de València, las vías del tren, del metro, la depuradora, todo, “y ninguna compensación”. Es tal la situación que está esperando a que llegue el acceso Norte al Puerto de València ya que liberará la V-30 de los camiones que llegan desde Barcelona, Zaragoza… Del mal, el menos. “Míralo; todo el día pasando camiones”, cabecea.

En Forn d’Alcedo se pueden ver casas de principios del siglo XX aparentemente abandonadas que constatan como la pedanía se ha ido vaciando. Sufren además todos los rigores del medio rural. Y conflictos centenarios. Arenas detalla la situación peculiar de la huerta de la pedanía, que está incluida dentro del espacio protegido de Francos y Marjales. Como quiera que sólo se puede regar con aguas sobrantes, esto limita sus posibilidades. “El año pasado y el otro se regaba cada 15 días. No sé cómo quieren que crezca nada aquí”. Unido a las restricciones de construcción, por ser zona de huerta, los vecinos de Forn d’Alcedo se ven constreñidos en una doble pinza: no pueden construir, a duras penas pueden plantar.

“Condenados a convertirnos en barrio marginal”

“Estamos totalmente incomunicados”, explica Arenas. Trasladarse en autobús es una quimera; pueden tardar del orden de tres cuartos de hora en llegar al centro de la ciudad, un trayecto que en transporte privado duraría poco más de quince minutos. Tener coche aquí no es un lujo, es una necesidad. Al otro lado del río se puede ver La Fe en Malilla. Es casi una broma de mal gusto. Otra más. No tienen forma de acceder a ella como no sea con transporte privado. Tan cerca, tan lejos. Por no tener, les han anunciado que este verano no tendrán médico. Son demasiado pocos, dicen los tecnócratas; como si se mueren, literalmente. La combativa asociación de vecinos ha conseguido reunir ya 300 firmas, un 25% de la población, que remitirán a la Conselleria de Sanidad para que recapaciten. El colegio mismo se llena con niños procedentes incluso de la Fuente de San Luis, dice Arenas. No hay suficiente gente, pero no les dejan construir para que vengan más vecinos. Arenas se pregunta qué es lo que quieren los políticos. “La gente joven se va. Estamos condenados a morir o convertirnos en un barrio marginal”, comenta con lucidez. 

Que el alcalde Joan Ribó les visitara en 2017 fue una sorpresa. El alcalde ha hablado de potenciar su polígono industrial. También el PSPV ha incluido un programa electoral específico para ellos, diseñado por el concejal de Hacienda, Ramón Vilar, en el que se prima su carácter agrícola. En la propuesta socialista, además de prometer un mayor presupuesto para la limpieza y dragado en la red de acequias, incluida la zona de Francos y marjales, se han incluido rebajas en el IBI de hasta el 95% para las fincas o partidas en producción. También la máxima bonificación a vados destinados a uso agrícola y en el Impuesto de Circulación a aquellos vehículos que se destinen a la actividad agrícola. 

Se están consiguiendo progresos, las asociaciones de vecinos son muy combativas, motivos tienen. Estos cuatro años han sido bastante mejores que los anteriores. Que Lucía Beamud, alcaldesa pedánea de La Torre, esté en un puesto alto con Compromís, el número seis, no es casual; los pueblos ahora importan. Carmen Alagarda, presidenta hasta hace unos días de la asociación de vecinos de Forn d'Alcedo, elogia a Urbanismo y Movilidad. “La realidad es que por primera vez nos han escuchado en el Ayuntamiento y que Urbanismo y sobre todo Movilidad han trabajado muy duro para mejorar el barrio. Hemos estado abandonados durante muchos años. Estamos en el principio de un gran cambio”. 

Se ha logrado que la línea 9 que llega a Forn d'Alcedo siga hasta Sedaví, por ejemplo, que es más ayuda de lo que podría parecer de entrada. Esta conexión con la localidad vecina se explica porque en estas pedanías viven más mirando a los pueblos de L’Horta Sud que a la ciudad de la que forman parte. Así, Armengol relata que ella va a nadar a Alfafar. Arenas, que compran en el Mercadona de Sedaví, al que acceden por un camino que prácticamente no tiene acera. “Ves andando, ves, y verás lo que te digo. Las madres que van con carrito, hay tramos que tienen que bajar a la calzada porque no caben si hay una farola”. No es València la que les alimenta. No es en València donde van a practicar deporte. València está al otro lado del cauce. Al otro lado. Si València quiere ayudar, deberá asumir lo que ha hecho y cómo ha tratado a estas pedanías hasta ahora, y si sus vecinos compran en Sedaví, deberá llevarles.

Kafka diseñó las carreteras

Alagarda cree que están en el camino, pero aún queda mucho trabajo por delante. En el caso del Forn d'Alcedo, por ejemplo, entre los objetivos de futuro cambiar el PGOU de los años 80 que les constriñe. Quieren que el polígono se dedique a terciario. La incomunicación entre las pedanías, pese a su proximidad geográfica, es kafkiana. Rubén Galindo, vicepresidente de la asociación de vecinos de La Torre, relata cómo es más práctico ir a Forn d'Alcedo andando por caminos sin acera que en transporte público. La gente, de hecho, lo hace y pasa por el túnel de la avenida Europa. Sólo hay un kilómetro entre ambas pedanías. “Nunca en València se ha planteado unas buenas comunicaciones. Más que la V-30 como frontera de la ciudad, lo que es más doloroso es que todas las carreteras, trenes, infraestructuras, han separado la vida entre los pueblos. Para mí es más difícil ir a Horno de Alcedo que a la calle Jesús”, explica. La aventura es ir a ver al vecino.

Las características sociales de estos barrios se percibe con facilidad. En La Torre hay familias ocupando edificios enteros propiedad de bancos, pero nadie dice nada porque ni dan problemas, ni causan incidentes. Un edificio de los que da a la V-30 sólo tiene un propietario legítimo; el resto de sus ocupantes son eso, ocupantes. Una pareja sudamericana relata que la mayoría de ellos son extranjeros, familias enteras con perro incluido, que hacen vida allí aprovechando que nadie les tiene en cuenta, que están olvidados. “En gran parte la zona no se ha recuperado de la crisis”, comenta Galindo. “Hay bastante necesidad de trabajo e incluso ha habido gente que se ha dirigido a nosotros, a la asociación de vecinos, para que les diéramos empleo”, añade.

Los conflictos con València y sus concejales bordean en ocasión lo risible. Minguell muestra unos bolardos que le han colocado en la puerta de su casa desde Movilidad. Le han dicho que es para que la gente no aparque en esa esquina. “Nadie aparca ahí; ésa es mi casa”, se queja. “Esto no es la ciudad”, insiste, y se pregunta: “¿Cómo guardaré mis cosas de la huerta?”. Pero eso que es tan obvio, parecen no entenderlo en los despachos de Tabacalera. Más disonancias: hasta hace bien poco los pueblos estaban en la Junta de Ruzafa y cada vez que había una reunión en la Junta de Distrito, relata Galindo, los de La Torre tenían que escuchar a los vecinos del Ensanche quejarse del ruido de las terrazas y de los bares, “cuando nosotros tenemos que ver como cierran uno a uno los comercios. Quizás aquí perdonaríamos algo de ese ruido”, ironiza. Ahora las juntas se realizan en Castellar, algo que Galindo considera una buena idea, ya sus problemas son diferentes a los del resto de la ciudad.

“Descansa en paz, colega”

De Castellar era precisamente el joven de 14 años que falleció atropellado la semana pasada en la V-30 cuando estaba realizando una pintada. Los vecinos de Forn d’Alcedo señalan al sitio donde se produjo el accidente. “Allí estuvieron filmando las televisiones”, explican. “Estaba pintando sus iniciales”, dicen, en alusión a su nick. Se llamaba Nacho Llorens, era futbolista, un líder según sus amigos, y tenía por firma Koner. “¿No era del Cabanyal?”, pregunta uno. “Tendría familia en el Cabanyal pero era de Castellar”, ratifica otro. Era uno de los suyos. Cerca del lugar donde murió, sus amigos han pintado: Descansa en Paz, Colega. Los grafitis son un entretenimiento común entre los adolescentes de la zona. Ante las dificultades para acceder al centro, comunicados con la ciudad como si estuvieran aún a mediados del siglo XX, sin transporte público nocturno, las noches de los fines de semana no tienen más aliciente que perderse por entre las zonas que circundan a sus poblaciones, oscuras, mal urbanizadas, colarse en edificios abandonados y subir a los sitios más extraños.

Castellar, con sus más de 6.800 habitantes, es la referencia principal de unos pueblos donde el porcentaje de población foránea es mínimo; en Castellar mismo en el último padrón estadístico se contabilizaban 469 extranjeros, apenas un 6,9% de la población, de los cuales más de la mitad eran europeos. El liderazgo de los partidos depende según los comicios que sean. En las recientes elecciones generales el PSOE ha ganado en Faitanar, Forn d'Alcedo, La Torre, y ha empatado en algunas mesas de Castellar, donde la voz cantante la han tenido PP y Ciudadanos. En las autonómicas la candidatura de Ximo Puig ha ganado a la de Mónica Oltra, que ha sido tercera por detrás de Toni Cantó. Sin embargo, en las elecciones municipales de 2015 el alcalde Joan Ribó logró muy buenos resultados. En La Torre mismo obtuvo 694 escrutinios y fue el primero.

En la Sociedad Recreativa Horno de Alcedo se encuentra Blas Pamplo, camionero, miembro del Casino. El local es una casa baja sin grandes señas. Él lo conoce desde que se instaló con su familia a mediados de los años setenta. Natural del Cabanyal, ha vivido toda su vida en Forn d’Alcedo salvo una breve temporada en Benimaclet hasta que tuvo familia. Fue entonces cuando decidió volver. “Aquí estaba más tranquilo; si se caía mi hija en el parque, alguien la ayudaría a levantarse porque sabrían que es la hija de Blas”, comenta. El Casino es austero. La única decoración reseñable es una bandera por el centenario del Valencia CF. Este sábado noche Blas Pamplo piensa bajar “seguramente” a ver la final de la Copa del Rey con otros miembros del Casino. Como todos los vecinos critica las malas comunicaciones con el centro que les tienen prácticamente enclaustrados. Por el contrario, insiste en lo bien que se vive, con la huerta al lado, por donde pasea mientras espera una operación. A pesar de todo, es un buen sitio. Desde la calle se puede ver la V-30, por donde circulan camiones sin parar. Pero están allá. Lejos. Y más allá, la ciudad.

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