Ante una película comercial mala pero distraída, como la que vi ayer sobre Dick Cheney y Bush hijo, el de las Torres Gemelas, no se suele hacer el esfuerzo de largarse. Una especie de languidez nos mantiene pegados a la butaca comiendo palomitas y mirando como bobos la pantalla. No hay nada mejor que hacer y, además, lo de fuera está peor montado y es más caótico que lo de dentro, donde al menos se está calentito.
Nos tragamos religiosamente, pues, esta semana, Rescate Total, Amores Rotos y Golpe de Estado en Caracas. Lejos quedaron Los jinetes que venían del frío y Tres Máscaras para un Partido, ya reseñadas en esta columna. Han sido barridas de la programación de nuestros cines por las novedades, pero sin duda volverán como franquicia cinematográfica o como series, especialmente la segunda, cuyo potencial irá desarrollándose en entregas con efectos subliminales o incluso con diferentes odoramas. Los odoramas eran tarjetas que se entregaban a la entrada del cine y que, frotadas con la uña del dedo pulgar, permitían oler los distintos aromas puestos en pantalla. Actualmente, dejarían escapar distintos matices de olor a podrido.
Con un derroche de medios sin precedentes, Rescate total narra la historia de un niño que cae por accidente dentro de un pozo seco y los esfuerzos de una sociedad solidaria y tierna por rescatarlo. Melodrama de bomberos y geólogos, con gran despliegue de sofisticada tecnología excavadora y un invisible equipo de filmación permanente, se deja ver durante no más de media hora. El paso del tiempo y la inutilidad de los esfuerzos de trescientos especialistas hacen temer lo peor. Nos recordó a un film real italiano neorrealista sobre el mismo asunto, en la Tangentopolis de Berlusconi, que batió todas las audiencias y, también, en otra dimensión, a El Gran Carnaval (Ace in the Hole, 1951), de Billy Wilder. La realidad imita al arte. Esperamos con cierta curiosidad —quizá morbosa— la ya anunciada segunda parte, La Inaudita incuria del Pocerío, cuyo tráiler anticipa un valiente intento por desvelar las causas de los males que deja a su paso la pésima gestión de los orificios campestres por parte de las Comunidades Autónomas, y el pringue de las empresas que los realizan sin permisos ni papeles. Recomendamos el interesante posicionamiento de la revista Cine más no sobre la utilización espectacular de la desdicha y de la infancia —explotada al máximo en los atracciones sobre refugiados o niños de la guerra—, por una sociedad neoliberal caníbal que vende el dolor humano a cambio de buenos taquillajes, así como la explotación obscena de las desdichas de los perjudicados por los medios de comunicación. Estos, como Jano, tienen dos caras: una mala y otra peor.
Y al fin llegó Amores Rotos, esperado y anunciado remake de La conjura de los Boyardos (Boyarskiy zagovor, Sergei M. Eisenstein, 1958) y segunda parte de Tocando el cielo. En un país llamado Ucronía, dos corrientes hijas de la misma ideología, se separan y se disputan el poder, mientras la cámara las filma. Se trata de una película en abyme de Arte y Ensayo, cuyo director, Dziga Vertov, ya nos tiene acostumbrados a estas habilidosas puestas en escena sobre las luchas de supremacía reflejadas en el montaje. Los jóvenes protagonistas, actores excelentes que se salen del modelo «aceituno relleno», tras haber vivido una tórrida historia de amor —vista en secuencias documentales explícitas—, se separan a causa de la traición del más joven, que desea tocar menos cielo y más terreno, acogiéndose para ello a la protección de una vieja maga que los supera a todos en manejo del juego de tronos. El final abierto presagia secuelas que, dada la altura del modelo, no podrán sino abrumar al público con aventuras secundarias y probablemente aburrirle, pues ya se dice desde el principio, en un rótulo con música de pasodoble, que Ucronía es en realidad un infierno, en el que nunca sucede nada aunque estén pasando cosas continuamente.
Golpe de Estado en Caracas es, sin duda, el estreno de más calado y el peor trabajado por la crítica vendida al sistema. Tragedia global, en él se refleja, como en un espejo deforme, la lucha entre el Bien y el Mal, es decir, entre el neoliberalismo devorador —la Bestia Nebulosa— y las ruinas de tribus rebeldes que se huelen la tostada. En una finta que deja sin aliento al público, los neocapitalistas encabezados por Cabezón Naranja Trump, obligan a la nube mediática y política mundial a apoyar un golpe de Estado contra una democracia enferma y arrinconada en un callejón sin salida. Esta película de buenos y malos, chorreante de petróleo, en el más puro y cínico estilo neofascista, no dejará a nadie indiferente, aunque si así es no ocurrirá nada que no se resuelva con el consumo de algún producto más light, como una nueva entrega de Vientres de Alquiler o cualquiera de los filmes estelares sobre género y política de la productora Orange Renovation, que rondan por la galaxia Circus haciendo eses.
Quedamos a la espera de algún filme que supere la general mediocridad de estas entregas, más propias de las series televisivas interminables que del arte de Fellini. Mientras tanto, el genio de la cinematografía italiana y otros grandes benefactores de la humanidad, continuarán brindándonos sus mundos como refugio de nuestra esclavitud de inconsistencia y fantasmagoría maligna y chapucera del arte dirigido por payasos.