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LA OPINIÓN PUBLICADA / OPINIÓN

Otra exaltación ultranacionalista que sale mal

Foto: LEON NEAL/PA WIRE/DPA
17/09/2022 - 

Llevamos dos semanas de bombardeo mediático sin compasión, por tierra, mar y aire, a propósito del fallecimiento de Isabel II. Una reina cuya principal virtud consistió en su capacidad para durar y que quizás justamente por ello, en desafortunada correspondencia, ahora también se ha pensado que su funeral, exequias y panegíricos deberían durar semanas y semanas. Se trata de un festival de exaltación nacionalista británico-inglés que llega a extremos tan ridículos como sacar pecho por la disciplina, el orden, el savoir faire de los ingleses para formar y asumir deportivamente larguísimas colas para presentar sus últimos respetos a la reina, cuestión esta a la que Televisión Española ha dedicado noticias específicas (también lo hizo, claro está, cuando murió Franco, pues también entonces hubo colas muy largas; ¡y había qué ver con qué respeto, con qué donaire, con qué sentido de Estado guardaron cola los españoles que por ahí se acercaron, parecían ingleses!).

Aunque pocas cosas más ridículas que el papanatismo entusiasta de la mayoría de los medios de comunicación españoles con la reina Isabel II y la monarquía británica. Alguien debería avisarles de que la Monarquía a la que hay que alabar hasta extremos ridículos es la nuestra, que con eso ya basta; no es necesario hacer extensivo tanto entusiasmo propagandístico a otros monarcas. Sobre todo, si regentan Imperios venidos a menos cuyas principales colonias son territorio arrancado a España hace 300 años (Gibraltar), que es un factor que hasta los medios más conservadores están obviando, en su frenesí monárquico.

La exaltación nacionalista inglesa ha dejado en segundo plano unos acontecimientos mucho más importantes que el fallecimiento de la reina, y que también son producto del nacionalismo, en este caso ruso: la exitosa contraofensiva que ha llevado a cabo Ucrania en las últimas dos semanas, que ha llevado a recuperar una porción significativa del territorio ocupado por Rusia. Y que, sobre todo, ha demostrado tanto la capacidad de Ucrania no sólo para resistir al ejército ruso, sino para vencerle; y, correlativamente, las carencias de Rusia en este conflicto, tanto en materia de tropas como de logística y, sobre todo, de apoyos sobre el terreno.

Foto: CHRISTIAN CHARISIUS/DPA

La invasión rusa fue un despropósito desde el principio, porque se basaba en la creencia de que el gobierno ucraniano era un régimen títere, que "Ucrania" como tal no existía y que los habitantes del territorio recibirían al ejército ruso con los brazos abiertos, ilusionados por volver al redil de Rusia. También en la percepción de la debilidad occidental (Estados Unidos y sus aliados acababan de salir corriendo de Afganistán) y de que las sanciones, de haberlas, serían mínimas. En cuatro o cinco días Rusia habría ocupado Ucrania, impuesto un régimen títere y reasignado territorios a su gusto. Hechos consumados y la Unión Europea impotente, presa de su dependencia energética de Rusia.

El conflicto en Ucrania era una apuesta arriesgada, pero podía haber salido bien, por supuesto. La dependencia energética de Rusia, por parte de casi todos los países europeos, es acusada. Los problemas económicos derivados del conflicto, el deterioro del bienestar (o de lo que quede de él), son factores de gran importancia que podrían haber provocado la deserción en cadena de los países europeos, que habrían dejado sola a Ucrania y así habrían acabado por asumir la realidad.

Pudo ser así... Pero, como suele ocurrir cuando se confunden los deseos con la realidad, la cosa no funcionó. Como tampoco ha funcionado la idea de que Rusia se enfrenta valientemente a un malvado régimen neonazi que es preciso confrontar; ni de que la corrupción e incompetencia del ejército ucraniano volverían ineficaces los envíos de armamento de Occidente. Por ahora, el apoyo de los europeos a Ucrania (tanto de sus Gobiernos como de sus ciudadanos) sigue siendo claro. Y más que lo va a ser tras el éxito de esta contraofensiva ucraniana. Por otro lado, estos meses han comenzado a mostrar algo que quizás termine de evidenciarse en el invierno: la sustitución del gas y el petróleo rusos por otras fuentes, por parte de los países europeos, es perjudicial para ambos... Pero más, a largo plazo, para Rusia.

Foto: MAXIMILIAN CLARKE/ZUMA PRESS/CONTACTOPHOTO

La UE se tendrá que gastar una auténtica millonada en fuentes de suministro alternativas, pero estos meses, en los que Rusia ha seguido suministrando hidrocarburos a la Unión Europea con el fin de financiar su guerra en Ucrania, han servido para que al menos se garanticen dichas fuentes alternativas. Y eso le quita a Rusia su principal medida de presión a corto plazo y una de sus principales vías de financiación a medio y largo plazo. Si unimos a esto el efecto de las sanciones y el empantanamiento del conflicto en Ucrania (por no hablar de la posibilidad de que se produzcan más ofensivas exitosas de Ucrania antes de que llegue el invierno), el afloramiento de nuevos conflictos en sus fronteras (como el de Armenia y Azerbaiyán) y las limitaciones de la "amistad sin límites" con China, es difícil ver cómo puede salir Rusia de la ratonera en la que se ha metido voluntariamente. Las opciones para escalar el conflicto, horizontal (movilización general o parcial) o verticalmente (utilizar armamento no convencional) constituyen una huida hacia adelante de consecuencias terroríficas. Consecuencias que desgraciadamente no deberíamos descartar, visto el nivel de inflamación nacionalista del discurso público en Rusia (o al menos de lo que nos llega), con apelaciones constantes a movilizar a la población y/o usar armas nucleares tácticas para salir del atolladero.

Por supuesto, no es que en Occidente las cosas sean maravillosas. Bien al contrario, la recesión que ya se ve venir puede ser durísima. Las consecuencias del conflicto para los ciudadanos europeos se van a dejar sentir, y durante mucho tiempo. Pero esta victoria ucraniana, junto con la frenética búsqueda de otras fuentes de suministro energético, posiblemente ofrezca suficiente margen a los gobernantes europeos para mantener su apoyo a Ucrania a lo largo de este invierno y más allá. Que es, inequívocamente, lo que hay que hacer. Porque, más allá de las obvias consecuencias, que son y serán duras, y más allá de todos los argumentos desplegados para contextualizar el deterioro de las relaciones de Rusia con Ucrania (sobre todo, cómo Estados Unidos y la OTAN aprovecharon el desmoronamiento de la URSS para avanzar hasta las fronteras de Rusia), ningún matiz o paño caliente que queramos poner puede justificar la invasión. Que, como toda invasión, está generando muchísimo sufrimiento a los habitantes de un país a quien los europeos no pueden, en conciencia, dejar tirados. Por muchas razones, y muchas de ellas de orden pragmático. Y otras que podríamos resumir, sencillamente, en que eso es lo que se debe hacer cuando el poderoso busca consumar sus delirios expansionistas atacando al débil. Aunque Occidente casi nunca lo haga (o haya hecho habitualmente lo contrario), aunque esta vez lo haga por muchas otras razones, casi todas egoístas, eso no es justificación para no hacer nada tampoco aquí.

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