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la nave de los locos / OPINIÓN

Otro comercio cierra, una mujer llora

Cierre tras cierre nos vamos quedando sin pequeño comercio ante la indiferencia general. Una clientela empobrecida emigra a internet. Seguid comprando en Amazon, que en unos años os pagará la pensión    

25/07/2022 - 

Un día después del debate de la cosa, en el que sus señorías representaron el teatrillo habitual, entro en la papelería donde este curso he imprimido mis exámenes y los artículos que leéis. Como en otras ocasiones, soy el único cliente. La dueña se despide del marido. Él era el que me atendía al principio. Da los buenos días y se marcha.

Mando mis documentos al correo de la papelería. “¿A doble cara y en blanco y negro, como siempre?”, pregunta. Le contesto que sí. La mujer que imprime mi artículo pasa de los cuarenta años, lleva gafas y tiene los ojos claros, entre verdes y azules. Su pelo es rubio y ondulado. Es muy educada. Siempre me ha tratado de usted hasta hoy, en que me tutea. Sabe que soy profesor del instituto que hay al lado de su negocio.

—Esta son las últimas copias que te hago —dice—. Vamos a cerrar la papelería.

Cierra porque su marido y ella no aguantan más. Les comen las deudas. Ni siquiera tienen dinero para pagar a los proveedores.

—No vendemos ni un lapicero —confiesa sin disimular la tristeza.

El drama de bajar la persiana

Esta mujer necesita desahogarse. Me cuenta su historia, que es la de miles de autónomos que se ven obligados a bajar la persiana en contra de su voluntad.

—Nadie nos ayuda. Nos suben los impuestos, pagamos cada vez más a los proveedores y nos enfrentamos a la competencia de los que venden por internet.

Tienda que se alquila en la Gran Vía Fernando el Católico, en València. Foto: Javier Carrasco

Se refiere a Amazon, claro. Según me relata, muchos clientes compran el material escolar en Amazon. No siempre han sido malos tiempos. Hubo un buen momento de ventas, recuerda, cuando en la pandemia el Gobierno autorizó a salir del encierro unas horas. “Los clientes hacían cola para entrar. Querían que sus hijos se distrayesen en casa”, añade.

“La dueña de una papelería me cuenta su historia, que es la de miles de autónomos obligados a cerrar en contra de su voluntad” 

Pero aquellas semanas pasaron rápido, y las ventas no volvieron a recuperarse. Los clientes tienen cada vez menos dinero en el bolsillo, y lo poco que les sobra se lo gastan en ocio. “La gente se está entrampando para irse de vacaciones”, se lamenta.

Abierta hace seis años, la papelería dispone de un buen emplazamiento, cerca de un instituto, un colegio concertado y una escuela pública. Está bien montada; tiene incluso una pequeña sección de libros infantiles y juveniles. La dueña sostiene que el mundo editorial está también “corrompido”. El sector está concentrado en pocas manos, y los márgenes por la venta de ejemplares son mínimos para una pequeña librería. El instituto le encargó un pedido de libros, pero ha renunciado a tramitarlo porque tiene que adelantar dinero a las editoriales, y carece de ese dinero.

El sueño roto de una pareja

A la comerciante se le humedecen los ojos mientras me sigue hablando. Para montar este negocio dejó un trabajo fijo. Esta pequeña empresa era el sueño de su marido y de ella. Al ver que no daba para mantenerlos a los dos, él tuvo que buscarse otra ocupación. Los próximos días lo liquidarán todo. Aún dudan en si cerrar a finales de este mes, o hacerlo en septiembre.

Una pareja camina por delante de una zapatería cerrada, en la avenida del Oeste. Foto: Javier Carrasco

La mujer no oculta su desolación ante este desconocido que toma notas mentales para otro artículo (la vida te escribe las columnas si tienes los ojos bien abiertos). “Estamos volviendo a los tiempos de nuestros abuelos”, dice. Tiene razón; las pandemias y las guerras nos llevarán a los años de escasez de los abuelos. Pero ellos estaban preparados para vivir con estrecheces. No habían conocido otra cosa.

“La pandemia no nos ha hecho mejores —asegura convencida—. Somos menos empáticos, nos hemos vuelto más egoístas”.

Sigue hablando con una confianza que agradezco y que probablemente no merezco. Pese a que mis palabras no valen gran cosa, trato de animarla recordándole que aún es joven. La vida tiene sus ciclos y vendrán años mejores que este, le digo. Ella, más por necesidad que por convencimiento (a su edad sabe que será difícil encontrar un trabajo digno), me dice que sí. Su marido y ella tienen que salir adelante por sus hijas.

Antes de despedirme le deseo mucha suerte. Es casi seguro que no nos volveremos a ver. He asistido al anuncio de otro comercio que cierra; he sido testigo de otro proyecto de vida que se malogra.

En la radio, de regreso a casa, oigo que los hoteles de la costa están casi al completo. Sus precios han subido un 45% de media. Este verano recibiremos millones y millones de turistas extranjeros. La demanda nacional se ha recuperado tras dos años de parón. Un tonto del bote, político al uso, lo celebra aportando estadísticas (presumiblemente falsas), y habla y habla. El país, entretanto, se quema a fuego lento.  

 

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