A pesar de las temperaturas que nos esperan, la llegada del verano no aliviará a València de los miles de visitantes que, como hormigas recolectando comida, peinan las calles atesorando selfies sin pagar tasa turística
VALÈNCIA. Hace tiempo que algunos dejamos de ir habitualmente a Ciutat Vella de cena o de copas, al sentirnos un tanto fuera de lugar, aunque hayamos nacido aquí. Nos pasamos el rato recordando qué locales había antes en esas esquinas, mucho más oscuras y sucias. La nostalgia por aquella época en que éramos jóvenes se combina con la incomodidad de andar esquivando gente y mesas en las terrazas, siempre llenas, con cocinas abiertas sin descanso y con personal en la puerta pendiente de atrapar al viandante sin discernir entre nativos y foráneos. La proliferación de tiendas de souvenirs solo confirma lo obvio: estamos en la lista de ciudades apetecibles para visitar en las escapadas de tres días tan de moda. El consumo rápido llegó también al turismo para quedarse.
Las bondades de València dejaron de ser un secreto compartido de boca en boca, para circular en las redes con contenidos virales, como aquel ranking publicado en la revista Forbes que la colocaba como mejor lugar del mundo para vivir. Lo pensaban los miembros de una comunidad de 'expatriados', en realidad, una plataforma online que facilita servicios a trabajadores en el extranjero que no se reconocen como migrantes. «Conocida por sus hermosas playas, su animada escena gastronómica y su rico patrimonio cultural», en la Capital Verde Europea 2024 hay que extremar las precauciones ante los pelotones de turistas en bicicleta que siguen al guía con la banderita cual hormiga scout, la que dirige a sus compañeras en el transporte eficiente de alimentos.
Por siete euros más al día no se renuncia a conocer Roma, una de las más de 130 ciudades de veinte países donde existe el tributo del viajero actual
Como en València, en los cientos de ciudades-destino se regocijan con los beneficios económicos que salen de los bolsillos de los viajeros exprés del siglo XXI. Más aún en España, donde el sector turístico aportó a la riqueza nacional un 12,8% en 2023, el equivalente a 186.596 millones de euros. El porcentaje sube al 16% en la Comunitat Valenciana, con 28,5 millones de turistas el año pasado, 10,2 millones de ellos extranjeros. Si es bueno para el producto interior bruto (PIB) es bueno para todos, pero, en el día a día, lo que vemos son aglomeraciones, autobuses de trayectos playa-centro siempre llenos, los menús de los restaurantes en inglés a precio de salarios de otros países europeos y la subida de los alquileres inasumible para los valencianos, volcada la inversión inmobiliaria en los pisos vacacionales.
A la mejora del transporte público o a la creación de vivienda pública podría destinarse la buena cantidad de dinero que se recaudaría con esa tasa turística a la que ya no hacen tantos ascos desde el Ayuntamiento. A pesar de que Mª José Catalá la consideró un «capricho ideológico» de Compromís, que fomentaba la «turismofobia», la dura realidad es que no tiene sentido no cobrarla, más allá de la pelea partidista y las quejas del sector hotelero, que cree que la medida les perjudicaría porque otros establecimientos escapan del control de la administración. Para solventar esta posible evasión de impuestos habría que tomar medidas, pero no puede ser la excusa para no implantar un tributo que existe en más de 130 ciudades —grandes, pequeñas y medianas— de veinte países, incluido el nuestro. En Cataluña y Baleares lo cobran y no puede decirse que disminuya la afluencia de visitantes. No se renuncia a conocer Roma por siete euros más al día. Quizá me pensaría repetir Ámsterdam, veinte euros por persona y noche, pero allí no dudan de que los turistas deben contribuir a mantener la calidad de vida de los residentes, con cuyos impuestos se costean los servicios públicos. Antes de que los balcones se llenen de carteles con el Tourists, Go Home debe reconsiderarse la tasa como un elemento más, inevitable, del modo viajero actual. Como volar solo con una mochila abarrotada o pagar por elegir asiento.
Este artículo se publicó originalmente en el número 116 (junio 2024) de la revista Plaza