El camino hacia el descubrimiento de los vinos, como cualquier camino hacia el descubrimiento de cualquier cosa, no es un camino plano y recto
Atravesamos fases donde devoramos conocimiento, donde asimilamos rápido, donde creamos nuestro criterio escuchando a nuestros maestros. Los prescriptores son importantes, tanto los que seguimos como los que descartamos. La formación es siempre continua, nunca dejamos de crecer -el mundo tampoco lo hace-, pero cambia la velocidad con la que asimilamos; la capacidad de sorpresa va disminuyendo a medida que nos volvemos algo más taimados. Vamos teniendo una visión general y vamos, como si de un videojuego se tratara, desbloqueando nuevos logros; avistamos aves raras. Dejamos las influencias más obvias y construimos nuestro propio criterio. Definimos nuestro gusto.
Este largo camino no está exento de grandes sorpresas que te llevan a seguir buscando, porque esto es lo nuestro, la emoción de descubrir y de compartir. Pero la trayectoria está llena de vaivenes. Siempre hay algunas experiencias que te marcan, en un sentido u otro. Así como hay películas emblemáticas, discos celebérrimos, artistas fantásticos con los que nunca he podido conectar, también hay vinos míticos de grandísimos elaboradores, de precios más o menos cuantioso, que me han dejado dentro una enorme sensación de vacío. También ha sucedido lo opuesto con otros vinos que han supuesto verdaderas epifanías, revelaciones.
Si somos sinceros, no soporto la mitad de las canciones del White Album de The Beatles ni a Radiohead en general y adoro a Alberto Montero. ¿Son malas la mitad de las canciones de uno de los discos más aclamados de la historia? ¿Radiohead no son tan buenos? ¿Alberto Montero es el mejor músico de su generación? En el primer caso la respuesta es afirmativa, y en el segundo no. En el tercero también, aunque pocos lo conocen. Pero es una cuestión estrictamente personal, porque lo que digo es cierto, pero es cierto para mí. Habrá quien llore de emoción con Savoy Truffle, no sé.
En el mundo del vino me he encontrado casos similares. En este proceso de aprendizaje me he encontrado con algunas botellas memorables, que me han erizado la piel, que me han transportado a otro mundo en un segundo, que me han hecho vivir segundos mágicos. Y otras que, después de años de espera, de expectativa, me han dejado sin entender nada.
Sílex y Pur Sang son dos vinos míticos del difunto Didier Daguenau. Daguenau fue un personaje iconoclasta, un rebelde y un moderno dentro del panorama del Loira. Sus rendimientos eran muy inferiores a los de sus vecinos, trabajaba obsesivamente la viña, era un visionario. Sus vinos son escasos, van asignados por cupos y superan ampliamente los 100 € de coste. Son famosos por su mineralidad y precisión, aún cuando ya no los elabora él sino su hijo, Louis-Benjamin. Es, tal vez, la Sauvignon blanc más buscada del mundo. Y yo, que aparentemente no he entendido nada, lo encuentro fresco, tenso… y poco más.
Hablando de mitos, hay uno muy fácil de criticar: Dom Pérignon. Es propiedad de Moët & Chandon (del consorcio de lujo LVMH). Hacen millones de botellas, se los encuentra con facilidad en ostentosas fiestas por doquier, es lo contrario al champagne de vigneron que busca el consumidor iniciado, el connoisseur. Puedes abrir una botella de este champagne y encontrarás 20 que, por la mitad, te sorprendan más. Y sin embargo, si esperas el tiempo suficiente, 19 de esos champagnes se habrán fatigado, y el dichoso Dom Pérignon estará allí, joven, fino, sedoso y largo, aún después de 20, 30 años o más, en los mejores casos. Aún me sorprende.
Otro de los mitos, de las referencias de coleccionista, de los que acumulan las más altas puntuaciones a nivel global, procede de la región de Bolgheri, en la Toscana. El gran Sassicaia de Tenuta San Guido. Es conocido por ser el primer súper toscano, un concepto de vino singular en su momento, ya que era un vino italiano de influencia bordelesa y aclamado por el mercado norteamericano (liderado en los 80 por la opinión de Robert Parker). Es un blend de Cabernet Sauvignon y Cabernet Franc que, a mí, como adorador del culto de la Cab. Franc y como fan del Burdeos fino, me debería encantar. Pero mira, no. A mí, no. Soy más feliz con un Saumur tinto de quince euros.
Falcoeira “A Capilla” fue otro de esos vinos que me hicieron feliz. Las primeras añadas no eran tan precisas y finas como lo son ahora, eran vinos más despeinados, más salvajes. Tenían un carácter muy desafiante y fiero. Falcoeira, además, representa un trabajo enorme de recuperación de un gran cru histórico en Valdeorras, zona hoy de blancos, donde los mejores vinos que saca Telmo y Pablo (de la compañía de vinos de Telmo Rodríguez) son tintos. Paradójico, pero emocionante. Fue el vino que me descubrió otra Galicia.
Por suerte, el aprendizaje no para, sigo probando vinos, emocionándome con ellos, aunque, también es cierto, que sigo decepcionándome con otros. Pero bueno, así es la vida, ¿no?
Por cierto, Let it be es el mejor disco de los Beatles.