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el hundimiento del 'ss coila'

Espías, naranjas y submarinos

Ha transcurrido un siglo desde su hundimiento pero hoy el SS Coila forma parte del Patrimonio Cultural Subacuático. Un tesoro de la I Guerra Mundial que es necesario proteger

| 28/01/2018 | 11 min, 47 seg

VALÈNCIA. Eran pasadas las dos de la mañana cuando el carabinero que hacía guardia en la escollera de levante del puerto de València vio el fogonazo en el horizonte, seguido del estruendo de varias detonaciones. En el centro de la ciudad también se pudo escuchar el ruido de las explosiones que, como más tarde se confirmó, venían de la costa, concretamente de la zona de Canet. Era la madrugada del 14 de diciembre de 1917, hace ahora un siglo, cuando el submarino alemán de la clase U-Boot torpedeaba el carguero británico SS Coila llevándolo a pique a escasas millas de la playa. Tes marineros perdieron la vida, los fogoneros Jas Brennen y Bruce Maclanders —murieron en el acto— y el marinero Donald McMenamie, que perdió el equilibrio en la escala a la hora de evacuar, cayó al agua y nunca más se le volvió a ver. Tras el eco del ataque, el submarino kaiseriano volvió a desaparecer bajo la superficie dejando el silencio propio de una fría noche de diciembre y dos botes con más de treinta náufragos. Los supervivientes pudieron ser atendidos por los empleados de la naviera Sota y Aznar y, ya de día, fueron trasladados a la una de la tarde en el tren de la línea central de Aragón que venía a València. Allí les esperaba el enlace en representación del consulado inglés que dispuso su alojamiento en diferentes hoteles de la ciudad a la espera de instrucciones del consulado general de Barcelona. 

El SS Coila —de 112,8 metros de eslora, 15,5 de manga y matrícula de Glasgow— había partido el 3 de noviembre del puerto de Milford Haven (Gales) cargando 6.000 toneladas de carbón con destino Livorno. Viajaba en un convoy compuesto por otros cinco buques que pasaron frente a València esa misma noche. Debido a la oscuridad y la precisión quirúrgica del ataque, que alcanzó con un torpedo la zona próxima a las calderas, se cree que el submarino U-64 esperaba al convoy a su paso por el faro de Canet.

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Todo indica que la tripulación al mando del teniente Robert Moraht había sido informada por los espías que merodeaban el puerto de València. Teniendo en cuenta que el convoy transcurría a unas tres millas de la costa y que navegaba con rumbo norte, el hecho de que el submarino les alcanzara por babor hace suponer que este se encontraba entre la línea de tierra y su objetivo; es decir, posiblemente dentro de aguas españolas. 

Esta suposición es difícil de confirmar hoy en día debido a la disposición del pecio que descansa partido en dos mitades en el fondo del mar, lo que deja a la vista su hélice, el ancla y la quilla a una cota batimétrica máxima de aproximadamente -30 metros. Esta situación y el hecho de que al haber sido alcanzado en su caldera la explosión es mayor de lo habitual hacen todavía más difícil la lectura de lo sucedido aquella noche.

La situación política en España en este último periodo de la Gran Guerra era difícil y tensa, debido a la patente división social que existía respecto a la posición de nuestro país que se mantenía firme en su decisión de neutralidad. Esta imparcialidad pendía de un hilo por la precaria situación económica de las exportaciones exteriores pero también porque ataques de este tipo, en los que se consideraba que un buque extranjero había sido hundido por los piratas del káiser Guillermo II de Alemania en nuestras aguas, suponía una ofensa que la prensa de la época recalcaba en los días siguientes al hundimiento del Coila. 

La guerra total submarina se había declarado el 1 de febrero de ese mismo año por parte del káiser; eso significaba que los oficiales al mando de los submarinos podían atacar sin avisar previamente. Se trataba de una decisión desesperada y que contaba con cierta polémica incluso dentro de la marina imperial alemana. Al poco de ponerse en marcha esta táctica de desgaste se hundió cerca del 25% de los mercantes que servía a los aliados.

Olvidado a 30 metros de profundidad

Después del hundimiento y terminada la guerra, pasaron varias décadas en las que no se tuvo noticia alguna del SS Coila, que casi había caído en el olvido. En 2012, tras el aviso de algunos pescadores de la zona y siguiendo sus indicaciones, los buceadores deportivos del Club Costa Palancia localizaron el pecio. Su identificación no fue fácil ya que próximo a donde se encuentra el SS Coila existe un naufragio muy similar, el SS Duca di Genova, de origen italiano y hundido por el mismo submarino U-64 en 1918.

Pero la obtención de la campana en la que se puede leer perfectamente el nombre del barco supuso un indicativo más que suficiente para que la Generalitat Valenciana, a través de su Centro de Arqueología Subacuática (CASCV), registrara la ficha del pecio del SS Coila en su base de datos de yacimientos arqueológicos. Actualmente, existe constancia de cuatro submarinos alemanes operando en aguas de la Comunitat Valenciana: el U-34, el U-35, el U-52 y el U-64. La mayoría de los barcos que se hundieron en nuestras aguas ya están localizados e identificados, aunque todavía quedan por descubrir.

Unos meses antes de la pérdida del SS Coila, el 12 de septiembre de 1916, el carguero Luis Vives de la compañía valenciana Vapores Correos de África fue atacado y hundido en el Canal de la Mancha también por un submarino alemán. Esto supuso un punto de inflexión ya que eran varios los cargueros que se habían perdido tras los ataques alemanes. La situación era delicada, pues el Conde de Romanones, presidente del Consejo de Ministros, no era partidario de la declaración de neutralidad del anterior gobierno de Eduardo Dato ni de su patente germanofilia, por lo que ataques de este tipo en los que se ponía en riesgo los valores comerciales españoles podían alterar el statu quo y la postura de España.

La cuestión de la neutralidad

Para evitar este giro por parte del gobierno español y provocar que España dejara de ser neutral y se decantara por el bando de la Triple Entente (Francia, Reino Unido y Rusia), el Príncipe Max de Ratibor, embajador alemán en Madrid, comunicó a Berlín la creciente preocupación en los sectores económicos. Concretamente, en el ámbito de la exportación frutícola, demandaba soluciones que permitieran ayudar a los agricultores de Valencia y Murcia. 

Desde el ministerio de Asuntos Exteriores alemán se dio orden de no otorgar más salvoconductos a los cargueros de frutas españoles porque se pensaba que, además, se podía abastecer de forma velada de materias primas a los enemigos del imperio alemán. El embajador de Austria, en una conversación con Alfonso XIII, llegó a asegurar que el carguero Luis Vives, además, transportaba plomo de las minas de Romanones, información que el monarca le instó a demostrar alegando que, de hacerlo, esto sería un golpe maestro. A cambio de la negativa de más licencias de navegación y de no entregar barcos alemanes a la flota mercante española —últimamente tan mermada—, se debía comprar su carga para fabricar conservas. Se adquirieron naranjas por valor de un millón de marcos y se negoció el suministro de carbón para España desde puertos alemanes. Las gestiones de Ratibor supusieron que se comprara gran cantidad de fruta que tenía que ser transportada en tren hasta Alemania, pero la insuficiencia de vagones, la carencia de hojalata y el elevado coste del azúcar provocaron que la fruta no llegara nunca a su destino sino que fuera trasladada a una planta de transformación química que los alemanes tenían en Flix (Tarragona).

Para acabar de afianzar los lazos comerciales y reducir las presiones económicas, el gobierno alemán ofreció medio millón de pesetas cuando acabara la guerra para la construcción de una fábrica en València destinada al aprovechamiento de la fruta fresca y los derivados de ella. De este modo, la Gran Guerra supuso un cambio en las políticas exteriores de nuestro país y, además, alteró aspectos cotidianos de la vida en la ciudad suponiendo una traba a la creciente exportación de naranja que se venía dando y que no se recuperó hasta los años 30. 

El SS Coila es solo uno de los diferentes barcos que el mismo submarino alemán, el U-64, hundió en nuestro mar. Hablar del SS Coila y del SS Duca di Genova obliga a mencionar otros buques que navegaban por nuestras costas cuando fueron atacados. En la zona de Alicante, en la Vila Joiosa se concentran seis de sus víctimas.

El primero de ellos fue el estadounidense Owasco, que transportaba combustible y pasajeros y que junto con el Crathorne, de bandera noruega, fue hundido el mismo día, el 10 de diciembre de 1917. Siguiendo su racha, el día siguiente, el 11 de diciembre, los torpedos del U-64 alcanzaban al vapor italiano Minorca, en su ruta Génova-Cartagena y el DA Gordon, de origen inglés, procedente de Baltimore con destino Génova. Unos meses después, el 4 de febrero de 1918, también en la zona próxima a la localidad alicantina, se iba a pique el buque italiano Participation y al día siguiente acababa con el Caprera, un barco mixto también italiano. 

Pero el U-64 es también famoso por ser el autor del hundimiento al sur-oeste de Cerdeña del acorazado francés Danton el 19 de marzo de 1917, en su camino desde Toulon a Corfú, acabando con la vida de 296 personas. En total fueron 50 los barcos que el teniente Moraht llevó al fondo del mar desde septiembre de 1916 a junio de 1918. Estas hazañas del submarino quedaron recogidas en el libro publicado en Berlín en 1933 titulado Lobo de mar, donde Moraht relataba en primera persona cómo fueron cazados estos barcos.

La Primera Guerra Mundial técnicamente supuso el ensayo y puesta en escena de lo que serían las guerras modernas; fue esta la primera ocasión en la que el arma submarina participó de forma activa y, además, teniendo un papel determinante en el transcurso de la guerra. La historia naval vivió un gran salto evolutivo gracias a esta herramienta que supuso un cambio trascendente, igual que lo supuso en tierra la aparición de los tanques o en el aire los aviones de combate

El día que el SS Coila se convirtió en Patrimonio Cultural Subacuático

VALÈNICA.- La trágica serie de acontecimientos bélicos que tuvieron lugar en nuestro litoral establecen un nexo de unión cultural entre diferentes países participantes de forma directa o indirecta en la contienda y que a día de hoy comparten un fragmento de su historia. Este patrimonio compartido puede ser un potencial aspecto a tener en cuenta de cara a la defensa de valores que van más allá de un momento histórico. 

El Patrimonio Cultural Subacuático en las costas valencianas procedente del periodo de la I Guerra Mundial es, sin lugar a dudas, un importante testigo material del conflicto. Por ello, la Generalitat Valenciana plantea la elaboración de un inventario de este patrimonio en relación a las prioridades de actuación que establece el Libro Verde del Plan Nacional de Protección del Patrimonio Cultural Subacuático Español. Además, el hecho de que se cumpla un siglo del hundimiento del SS Coila en nuestras aguas tiene una especial importancia de cara al reconocimiento que la comunidad internacional le otorga. Para la Unesco, según su artículo 1º de la convención de París de 2001, será considerado Patrimonio Cultural Subacuático los rastros de existencia humana que tengan un carácter cultural, histórico o arqueológico y que hayan estado bajo el agua (…) por lo menos durante 100 años [se cumplieron el pasado 14 de diciembre].

Esta es la razón por la cual la Unesco ha lanzado un llamamiento a los países miembros para que colaboren en el conocimiento y la protección de este patrimonio con motivo de su centenario. En nuestro país este patrimonio ya gozaba de protección gracias a la ley que se encarga de ello desde 1985, pero el hecho de que la comunidad internacional lo tenga en consideración en este momento es un aspecto que nos hace reflexionar sobre su valor y nuestra relación con él. 

A medida que se cumplen aniversarios como el que ahora se celebra, se va incrementando el volumen del Patrimonio Cultural Subacuático en nuestro territorio, un patrimonio que es de los valencianos y que existe la obligación de defender de las inclemencias naturales de su entorno, de los saqueos y del olvido. Para este fin, la documentación, el estudio y la difusión son esenciales para su protección. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 39 de la revista Plaza

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