VALÈNCIA. La mayoría de los análisis (más opiniones que análisis) que se hacen del fenómeno Vox se limitan a señalar y describir sus características de extrema derecha española y sus conexiones con la europea. Esa formación política que tuvo sus antecedentes en 2014, precisamente al comienzo del auge de Podemos, se creó por la iniciativa del dirigente catalán del PP Vidal Cuadra y Abascal, pero no cuajó hasta 2015 después de las discrepancias entre ambos y Abascal la transformó en un partido político separado del PP.
Es entonces cuando comienza su impulso, que ha ido creciendo desde entonces y ha publicado un manifiesto sobre cuáles son sus principales bases ideológicas. En él señalan la “degradación del Estado Constitucional”, “la incapacidad de los dos grandes partidos de ámbito nacional para diseñar las profundas reformas que se necesitan” y por eso proponen una Agenda de Renovación que “haga realidad el proceso de transformación democrática”. Para ello sería necesario reforzar la unidad de España y superar las múltiples crisis institucionales, económicas y de moral colectiva.
Según ellos el Estado de las Autonomías no ha cumplido los fines para los que fue concebido, por lo que es necesario reconducir las tensiones centrífugas a fin de parar los procesos independentistas, principalmente vasco y catalán, establecer una nueva ley electoral y construir un Estado unitario con un único gobierno, un solo Parlamento y un Tribunal Supremo. Se haría imprescindible una nueva Ley de Partidos, una verdadera independencia del poder judicial, así como un riguroso control del gasto público para impedir el endeudamiento que hipoteque a las futuras generaciones, lo mismo que se necesita una reforma de la legislación universitaria y, en ningún caso, “la disciplina de partido no podrá invocarse nunca para coartar la libertad de opinión y expresión de los dirigentes” (sic)
Todo ello ha servido para practicar una oposición sin concesiones contra el gobierno de coalición presidido por Pedro Sánchez, sin ningún atisbo de alcanzar algún pacto o acuerdo. Su trayectoria se ha caracterizado por no bajar la guardia ante las iniciativas del Gobierno de España, con la convicción de que cualquier resquicio de entendimiento es una manera de cesión y, por tanto, de impedir el desalojo del gobierno y las fuerzas que lo respaldan. En este sentido su relación con fuerzas europeas parecidas, que discuten la estructura actual de la UE, hace que el PP tenga una posición de cierto distanciamiento, más en unos casos que en otros, para no ser confundido y aceptar su colaboración si eso le sirve para gobernar.
No ha tenido más remedio que acogerlo en el gobierno de Castilla-León o contar con su apoyo parlamentario en Andalucía y Murcia. Pero le resulta una incomodidad política y preferiría su vuelta a la disciplina del PP y encauzarlos por el centro derecha clásico, de ahí que incluso algunos hacen un símil con lo que Pedro Sánchez ha hecho con Podemos, desactivándolos de alguna manera, al meterlos en el gobierno. El PSOE, en cambio, se limita a calificarlos de extrema derecha, de anticonstitucionales y los asimila a los partidos europeos semejantes, como el de Le Pen, el de Orban en Hungría o el de los polacos, que pretenden destruir la UE en su estructura actual. De ahí que les achaque que sus propuestas de gobierno se asemejan a las de Trump en EEUU o a las de Putin en Rusia, especialmente antes de la invasión de Ucrania.
La cuestión está en que no existe, ni en el centro derecha ni en el centro izquierda, una teoría sólida, por encima de características superficiales que se les señalan, que expliquen su auge y su crecimiento en los últimos años. El estudio que han realizado en la Universidad de Santiago de Compostela varios investigadores y publicado a modo de paper (Martínez Romero, Méndez López, Orio Fernández y Rodríguez Rey, “La Cosmovisión de Vox”) intenta explicar sus fundamentos teóricos-políticos, enlazándolos con la historia de la extrema derecha que no tuvo éxito con la Transición y que ha sabido renovar, adaptándose a la estructura supuestamente constitucional, sin abandonar sus características principales y estrechando lazos con plataformas como GEES, Hazte Oir, Intereconomía o Libertad Digital. Rechaza, sin paliativos, el discurso socialdemócrata que considera que se ha hecho viral y globalista, con el feminismo, el LGTBI, la vuelta a una economía dirigida estimada semejante a la comunista y el independentismo.
La base esencialista del nacionalismo españolista de Vox se basa en el pensamiento del filósofo alemán Herder quien considera que se nace en una cultura determinada y es, a través de ella, como se adquiere la condición humana, en contra de la concepción de Renan, para quien la nación se constituía por la voluntad de unión de una sociedad. En parte Vox se inspira en el pensamiento de Gustavo Bueno, quien había dejado atrás su vinculación al comunismo del PCE, con la negación de la universalidad de la naturaleza humana, de ahí su antiglobalización y su rechazo al multiculturalismo.
A este enjambre teórico hay que añadir las condiciones económicas que se arrastran desde la crisis de 2008, con el desempleo, las formas de las transformaciones de la vida familiar, la descomposición de las condiciones tradicionales del género y los comportamientos sociales y estéticos que penetran en las costumbres sociales, la crisis de representación de los partidos tradicionales con la descalificación de la políticos como elementos de intermediación para la solución de los problemas sociales.
Hay en todo ello una añoranza, no una nostalgia, de una sociedad estructurada con una “normalidad” permanente, donde una moral social se imponía frente a las opciones individuales en las que caben formas diferentes de comportamientos, que se exhiben sin complejos y que rompen con un orden considerado el adecuado, de acuerdo con lo que se ha vivido en otras épocas, un orden, en suma, establecido sin grandes cambios sociales, o con los mínimos posibles.
Javier Paniagua es historiador y exdiputado socialista