¡de qué bars, nano!

Casa Jomi 

Un bar que ha visto 7 presidentes, 4 papas, y a mí, pidiendo un agua con gas

| 11/09/2020 | 5 min, 48 seg

Hay muchas razones por las que visitar Nazaret, locales con cocina marítima, nadar en el polideportivo, o tal vez pienses que tu coche tiene demasiadas ruedas, cualquiera es válida. Mi favorita sin duda es comer en Jomi. Recuerdo que cuando era muy pequeño, mi padre me llevaba, y se ponía a charrar con el dueño. Aquel señor era majísimo, me daba almendras, y había un camarero que se parecía a Rick Moranis. Pero claro, han pasado un porrón de años, y mientras llegaba, pensé en la posibilidad de que el hombre se hubiera jubilado, o que el local esté traspasado o cerrado.

Efectivamente, él ya no está tras la barra, pero el local se ha detenido en el tiempo como el cantante de Green day. Los mismos cuadros de nudos marineros, la misma mesa-pinball y gracias a dios, ni atisbo de Ikea.

Carta no hay, pero tienes en la pared, pegadas y plastificadas, fotos del pulpo seco, las huevas, el capellanet, la musola, y el completo elenco de la sirenita conservado en sal. De todas formas no he venido a por los salazones. El sitio tiene como mucha fama de eso, a mucha gente le flipan, pero yo tengo clara mi misión, y es la salsita verde.

- ¿Qué os apetece?
- Quiero los champis y el sepionet, por favor. ¿Qué lleva la salsita verde?
- Si te lo dijera tendría que matarte.
- Ja ja, Correría el riesgo.
- Ja ja (mano al revolver).

La chica se aleja andando hacia atrás y sosteniéndome la mirada.

Mientras llega lo que acabamos de pedir, se me va la vista al cuadro de chanquete que hay sobre la puerta del baño, y pienso que alcanza cotas de misticismo equiparables al Jesulín azul del Alhambra.


Oigo la plancha chisporrotear, le doy un trago a un agua con gas, y ¡hop!, aparece el sepionet, junto a un plato de pan de rebanadas gruesas con bien de miga. Sucio de su propia tinta, y con la salsita por encima. La primera vez que lo probé, tuvo algo de perfecto, de descubrimiento, era como…ah, vale, así es como debe saber un sepionet plancha. La salsa lleva...¿Qué lleva esto, nano? Algo de aceite, perejil, quizá ajo, huevo, y sonrisas de bebé foca. Es como que no le sobra nada. Los champiñones igual, llevan la misma salsa, y también están de putifa. Ten en cuenta que el champiñón en sí, es uno de los productos con menos rollo que puede haber sobre la faz de la tierra. Si quieres montarte una tapa con eso, tienes que levantarlo con algo que potencie mucho, porque si no, es un disco de Garfunkel en solitario. También te diré que no es lo mismo un champiñón salvaje okey, de los que han crecido en el campo, corriendo junto a otros champiñones, que los blancos de bandeja de corcho del Mercadona. A estos se les veía wild champiñons.


Pero claro, obviamente la cosa no va a quedarse ahí, porque ya es casi la una y media y se me ha calentado el morro. El agua con gas da paso a un vinate que nos pone la chica. Por cierto, una de las veces que se acercó, le pregunté por el hombre que solía llevar el bar.

- Ah, es mi yayo. Suele bajarse aquí los mediodías, es raro que aun no esté.

Joder, bien, negocio familiar. Por eso todo sigue estando rico. Todo encaja.

Decidimos seguir adelante con un clásico tomate con ventresca y un montadito de salmón. Ambos están guays, el producto es chachi. El salmón viene con una base de queso crema finita, y no quiero caer en el topicazo del tomate que sabe a tomate, pero ya tal.

De todas formas voy a recrearme muy poco en estos platos, porque ah, amigo, ahora es cuando la matan.

- A mí aun me cabe algo más.

- Sí ¿Pedimos el foie?

- Vale, pero la media ración, tampoco nos vengamos arriba.  

En una bandeja metálica, llegan tres rodajitas de foie recién pasadas por la plancha, con unas mini cebollas del tamaño de canicas. Al lado nos dejan un cuenco con sal maldon y un plato con pan calentito tostado. Esto requiere ceremonia. Cojo pan, monto foie, coloco cebollita, pongo dos escamitas de sal, y le meto bocao.

- Oh, mierda, creo que he entendido el universo.

Mi colega me miró con las pupilas dilatadas.

- Acabo de resolver la teoría de cuerdas.

En mi cabeza sonaba Alegría del Circo del sol, y un gigantesco ballet de ocas en tutú, bailaban mientras unos hígados se tiraban a la piscina haciendo una coreografía de Esther Williams. No puedo explicarte a qué sabe, igual que no puedo explicarte a qué huele el pan recién hecho, ni por qué es guapa Michelle Jenner. Es una cosa que tienes que encontrar tú solo. El caso es que los montaditos cayeron a la velocidad con la que se cambian ruedas en la fórmula 1. Están brutales de toda brutalidad. Al acabarlos, sufrimos unos instantes de pérdida y vacío, y decidimos seguir con nuestras vidas desde ahí.


Estaba ya levantando la mano para pagar, cuando en estas que me oigo en la mesa de al lado:

- Nena, ponme un cremaet, por favor.

Hostia ¿Cómo? ¿Un cremaet? ¿Aquí hacen de eso? Poquísimas veces he encontrado bares donde los hagan, de hecho, pensaba que era una delicatessen reservada a los bares de ciclistas de Náquera y Serra. Bajé la mano e hice un Harry encontró a Sally.

- Quiero lo que va a tomarse él.

- Marchando.

Yo te digo una cosa, nano, los capuccinos romanos tendrán mucha fama, pero un trasto de estos bien hecho te arregla el día. A los pocos minutos llega a mi mesa, negro y caliente, como el buen porno senegalés. Un poco de piel de limón, el toque justo de azúcar, esa chispita etílica al fondo que te dice "hey", todo en perfecta armonía. Sé que no puede existir el cremaet perfecto por lo de la entropía y la segunda ley de la termodinámica y tal, pero este se le acerca bastante.

Salimos a 47 pavos. 4 copas de vino, el tomate y el sepionet valen casi lo mismo, pero el foie y el café valen el viaje.

Mientras me marcho, contemplo la posibilidad de deslizarme esa noche por los conductos de ventilación para intentar robar la receta de la salsita verde, como si yo fuera plancton y ella la cangreburger. Volveremos a encontrarnos.

Goza de amplio aparcamiento.

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