Sí, es una cuestión de telas. Durante todo el siglo XX, las mujeres occidentales han tenido que luchar por una cuestión de centímetros en el dobladillo de la falda. Su longitud ha ido pareja de forma inversamente proporcional a la conquista de sus derechos. Pero como esto no es un blog de moda, sino una columna de opinión sobre política internacional, que queda más chic, seguiré en mi línea.
Y viene esto a colación del valiente vídeo difundido en las redes sociales por un estudiante de Mallorca —gracias, Iván Rodríguez, por grabar este testimonio y colgarlo en Youtube—. El joven grabó una kafkiana situación en la que una mujer musulmana discutía con una joven a la puerta de la biblioteca de Sa Riera, la Universitat de les Illes Balears, a la que recriminaba por llevar shorts. La mujer iba vestida como una monja y decía: “España es de los Emiratos. ¿Qué me viene una desnuda a insultarme a mí?”. Vaya, no nos hemos enterado de lo del Califato, pero deberíamos, a este paso…
Y no es broma, porque otra absurda situación, si es que no está tipificada legalmente en el Código Penal, se dio en una localidad valenciana donde se adjudicó una plaza de administrativa a una joven musulmana —convertida—. La chica, que vestía con un burka negro, se presentó al día siguiente en el ayuntamiento con su marido, quien dijo que si no tenía un despacho para ella sola, no iría a trabajar porque no podía hablar con otros hombres. Desde la Alcaldía se consultó con el sindicato CCOO. “Tenemos un problema, Houston”, diría yo. Solución sindicalista y terriblemente defensora de los derechos y las libertades: “¡Ni se os ocurra! ¡Esto seria discriminación!”.
¿Discriminación religiosa? ¿Discriminación de género? Vamos a poner las cosas en su sitio. Algo funciona mal en este país cuando se consagra la no discriminación por razón de sexo en el mismo lugar, línea, artículo y título que la religión en nuestra Constitución. ¡Ah! ¿que en otros sitios también? Sí, la Carta Social Europea también consagra la prohibición de ambas discriminaciones. Pero esto lo firmaron los países socios del Consejo de Europa —incluida Turquía… y luego volveremos por aquí—, que no es la Unión Europea… Y es que la igualdad de géneros está totalmente protegida en la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, en el Tratado de Lisboa, en numerosas Directivas y Reglamentos… Lo que casa mal con la prohibición del marido a su mujer de que hable con otros hombres en el lugar de trabajo. ¿Pero no era sólo una cuestión de telas?
Mientras tanto, en la otra orilla, las mujeres musulmanas nos dan lecciones. Las protestas de El Rif, han seguido desde junio encabezadas por una mujer, Nawal Benaissa. Casada y con cuatro hijos, esta ama de casa de 36 años arenga en Facebook y en la calle tomando el relevo de los líderes del movimiento marroquí, tras la huida de Navil Ahamyk y el encarcelamiento de Nasser Zefzafi. No milita ni ha sido activista política, hasta que una noche cogió el altavoz, melena suelta y con mechas, vestida para luchar. Y lo tiene claro, por eso encabezó la manifestación del día de la Mujer el pasado 8 de marzo.
También lo tienen claro los cientos de miles de turcos que durante 25 días han protagonizado la Marcha de la Justicia desde Ankara a Estambul, junto al líder opositor Kemal Kiliçdaroglu. La clase media laica de Turquía ha recorrido 400 kilómetros en protesta por el progresivo sistema islamista y represor de Erdogan, que ha llevado a la cárcel y al absurdo a la mitad de la población, y que les atenaza desde el fantasmagórico golpe de Estado del año pasado. Mujeres jóvenes y sin velo protagonizaron la concentración del domingo al llegar a Estambul, que no es Constantinopla, como dice la canción.
Y como esto no es un blog de moda, terminaré con otra canción, que viene a cuento de la particular revolución de las mujeres occidentales del siglo XX, lideradas por Mary Quant y su minifalda. Lo dicen Santero y los muchachos -guiño del guitarrista incluido: “Madre, no me pidas que ahora cambie, que toda aquella sangre ya la escupí…”.