Empezamos el año con las instituciones erosionándose. Los titulares de los medios de comunicación alertan, estos días, de que la crisis institucional entra en un pozo sin fondo en nuestra democracia. En una columna anterior de este periódico, se publicaba que el parlamento es cada vez más inane. Y la confianza de los españoles en el parlamento ha ido cayendo en los últimos diez años de forma continuada, según el Eurobarómetro. Esta crisis es paralela a la creciente fragmentación, polarización y crisis del periodismo. La desinformación en el parlamento sigue incrementándose y se convierte en un problema para la democracia y para la política. Qué dicen y hacen los parlamentarios de su actividad, qué cuentan los medios de las instituciones legislativas y cómo reciben la información la ciudadanía de lo que allí sucede forman una tríada que puede contribuir a la deriva institucional de la institución parlamentaria.
Es suficiente el seguimiento de varias sesiones parlamentarias o de su actividad política en redes sociales para comprobar que un número significativo de parlamentarios con visibilidad mediática contribuyen a reforzar un desorden y un caos informativo que afecta a cómo la ciudadanía entiende el parlamento y la actividad parlamentaria ¿Cómo contribuyen los políticos a generar confusión? Fundamentalmente, generando desconfianza institucional y apatía por la labor parlamentaria. Se trata de una acción estratégica y coordinada que se materializa en mensajes centrados en criticar a una institución, una acción de gobierno o atacar a un homólogo parlamentario, todo ello refuerza la desconfianza de la ciudadanía tanto en las institucionales políticas como en sus representantes. Los parlamentarios también se esfuerzan en plantear una división antagónica de la sociedad con mensajes que están intencionadamente planteados para deslegitimar al otro o a aquellos cuya ideología no coincide con la propia, y se materializa trasladando una visión sobre «el nuestro» y «el bueno» que hace lo correcto, frente a «otro», «peligro» o «corrupto». Todo ello contribuye a crear un marco propicio para la desinformación en el que los parlamentarios actúan como agentes movilizadores del desorden informativo.
La mayoría de los medios de comunicación ayudan recreándose en esa idea del parlamento caótico, centrando su atención en la anécdota, poniendo el foco en el ambiente bronco frente al consenso y el acuerdo. Y las redes sociales contribuyen a la fragmentación y polarización política conformando con ello una visión de la institución y la política compleja en un sistema mediático híbrido.
Con todo, la ciudadanía mantiene una idea mediatizada del parlamento y de la actividad parlamentaria. Es decir: saben del parlamento lo que les cuenta la televisión. La bronca, frente al consenso, los grupos identitarios y la supremacía moral se traslada a la imagen que tiene la ciudadanía de los parlamentarios y de su actividad en el hemiciclo. En ese esquema, la ciudadanía percibe que la desinformación no solo está vinculada a las noticias falsas de las redes sociales, sino también a la falta de objetividad de los medios de comunicación tradicionales. Sin contar, por supuesto, el escaso conocimiento que la inmensa mayoría tiene de qué es el parlamento, cuál es su actividad y cuáles sus funciones.
Sin dejar de pensar en la responsabilidad que los diferentes agentes políticos, sociales y medios pueden tener en este proceso, está claro que los propios parlamentarios deben asumir la suya. La lucha contra la desinformación parlamentaria se ha materializado, desde el punto de vista institucional, en comisiones de trabajo y acciones legislativas dentro y fuera de España, pero las medidas en este ámbito requieren de acciones mucho más complejas y amplias que sean capaces de llegar y contar con la ciudadanía.
La participación del público en la actividad parlamentaria es un campo poco explorado en nuestra democracia. Más allá de las visitas a la sede y acciones culturales, sociales y educativas en algunas cámaras y de forma muy aislada, la inclusión de la voz del público en las deliberaciones y resultados de la actividad parlamentaria queda relegada a acciones voluntarias que puedan emprender, por su cuenta, algunos parlamentarios. Aunque últimamente los parlamentos de todo el mundo han intensificado sus esfuerzos por redefinir su relación con la ciudadanía, tratando de hacerla cada vez más partícipe de ella, e incluso el Informe Parlamentario Mundial de la Unión Interparlamentaria (2022) defiende firmemente la importancia de la participación del público en la actividad parlamentaria, la enorme dependencia que todavía tienen estas acciones en el parlamento español de la voluntad política de la presidencia condiciona enormemente cómo la ciudadanía percibe el parlamento y qué entiende de él.
La desinformación parlamentaria se fragua en un contexto de crisis de la esfera pública, las redes sociales contribuyen a la fragmentación informativa, algunos parlamentarios aprovechan estas circunstancias para reforzar el desorden informativo y, mientras las instituciones parlamentarias no estén dispuestas a incrementar acciones de apertura y transformación institucional que incluyan la participación de los públicos, la ciudadanía seguirá percibiendo el parlamento como una institucional alejada, caótica e incrementado su desconfianza en la institución y su actividad.
Eva Campos Domínguez es profesora titular de Periodismo en la Universidad de Valladolid