Hace dos décadas en un curso de verano en El Escorial me inicié en cierta jerga que hoy está al cabo de la calle: entrepreneur (emprendedor), business angel (ángel inversor), spin off (empresa surgida desde el ámbito universitario), start up (empresa que con un modelo de negocio escalable y el uso de las nuevas tecnologías, aspira a un crecimiento rápido), elevator pitch (breve discurso ante potenciales inversores para vender una propuesta de negocio), seed capital (capital semilla para iniciar la actividad), o crowdfunding (obtención de financiación online de un elevado número de inversores para financiar un proyecto), entre otras.
Palabras que rodean de un cierto hechizo mágico, de glamour, la creación de estas empresas innovadoras y que, sin embargo, como otras actividades en el mundo de los negocios, tiene mucho de esfuerzo y sacrificio.
Hace pocos días una emprendedora en el ámbito agrario y recientemente premiada, al hilo de una invitación para asistir a uno de los múltiples eventos que han surgido por toda la geografía española al calor de la moda del emprendimiento, colgaba un tuit que venía a decir poco más o menos: me lo he pasado muy bien, he conocido gente muy maja que me ha ofrecido su ayuda, pero este no es mi mundo, mi sitio está con los pies pisando tierra, cerca de los agricultores. Chapó por ella, tenía claro que su sitio estaba en su empresa, cerca de sus clientes, vendiéndoles sus productos y servicios.
Y no quiero decir con esto que, evidentemente, cuando un emprendedor necesita saber de un campo concreto no tenga que buscar la formación correspondiente, pero también se puede incorporar ese conocimiento a la empresa mediante la compra de servicios, la contratación de personal experto, o la incorporación de socios o partners estratégicos.
Sin embargo, para mí que la industria de creación de start ups comienza a estar sobredimensionada y se abusa de esa imagen atractiva, moderna, de diseño, que se proyecta del mundo de los emprendimientos tecnológicos que han alcanzado el éxito. Todo con el objetivo de captar nuevos clientes para seguir manteniendo la fábrica, el negocio.
Recordemos, por paradigmáticas, las imágenes de hace unos años de las sedes amigables de Google en California, con espacios abiertos y coloridos, zonas de juego o relajación, gente joven vestida de manera informal en zapatillas de deporte, que más bien parecían estar haciendo mindfulness o tomando unas copas con los amigos que trabajando. Un mundo de yupis del que a cualquier joven le gustaría formar parte.
Porque es lógico que si se quiere fomentar el emprendimiento se muestre una imagen atractiva, pero también hay que hacer ver a los jóvenes que más allá de la punta del iceberg que aflora a la superficie hay diez veces más de hielo sumergido que no vemos. Que lo que se publica y se publicita, son las empresas premiadas, las que triunfan y las que son adquiridas por otras mayores con ganancias millonarias (las que alcanzan el exit, en el argot). Pero poco se dice la gran mayoría de estas empresas que se quedan en el camino, algunas de las cuales incluso fueron distinguidas con premios en sus fases iniciales.
Crear una empresa requiere disciplina, coraje, trabajar duro, ser persistente, asumir riesgos, tener buenos hábitos de vida, tomar decisiones difíciles, gestionar personal, sufrir desengaños.
Hablando claro:
Verdades del barquero, pero que conviene tener presentes e inculcar en aquellos que se aproximan al mundo del emprendimiento atraídos por los cantos de sirena y los unicornios.