el billete / OPINIÓN

El Valencia CF que amamos

26/12/2021 - 

Hace muchos años, en la década de los noventa, decidí no escribir nunca sobre el Valencia CF de mis amores y mis dolores porque el incipiente drama societario me rompía el alma, pero voy a hacer una excepción, que será la segunda o tercera en todo este tiempo, en un tono muy personal que el lector sabrá disculparme.

El otro día, cuando la Junta de Accionistas, me acordé de aquellos convulsos años ochenta, cuando bajamos a Segunda, dimitió el doctor Tormo y parecía que nadie quería estar en una directiva donde había que poner avales. O quizás fue antes, cuando el gol de Tendillo y la dimisión de Ramos Costa. Da igual. Me acordé de la respuesta que me dio mi padre cuando le pregunté que por qué no se presentaba él como candidato a directivo, ya que tanto le gustaba el fútbol y tanto sufría con el Valencia. "Porque dejaría de gustarme el fútbol", me respondió.

Ante mi estupefacción, me explicó que el fútbol tenía muchas trampas, tejemanejes, intereses espurios, maletines; que movía demasiado dinero, una minucia, comparado con el que mueve ahora; que el afán de protagonismo de los directivos hacía mucho mal, y que los futbolistas no siempre eran lo que parecían, que si los conocíamos de cerca, igual perdíamos la ilusión. En fin, que era mejor disfrutar del espectáculo sin pararnos a mirar qué había detrás. Si las cosas iban mal, él se conformaba con pitar al palco, igual que silbaba al árbitro cuando nos perjudicaba y al Real Madrid cuando saltaba al campo, hasta que LaLiga decidió que los dos equipos y los árbitros salieran juntos.

Mi padre era de los que no cenaban cuando perdía el Valencia CF, costumbre que desapareció con la travesía del desierto de los ochenta y noventa ante el peligro de enfermar de inanición. Tenía dos pasiones, escuchar música clásica y el fútbol. La segunda la descubrí un día que llegó a casa saltando eufórico porque le habíamos remontado un 4-1 al Barça en aquella Copa que luego ganamos al Madrid. Imposible no contagiarse.

También era del Levante UD, del que tuvo abono algunos años, porque decía que había que ser aficionado de los dos equipos de la ciudad y nos enseñó a querer al Levante. Le habría gustado el derbi del otro día.

A los niños nos apuntó al poco de nacer como socios infantiles en el Valencia CF, según consta en sendos papeles firmados por Vicente Peris. Empezamos a ir a Mestalla –él nunca lo llamó Luis Casanova– porque a los padres les dejaban entrar con un hijo gratis de hasta diez o doce años. Así se hacía afición. Mi hermano y yo nos turnábamos para ir con mis padres a Mestalla y, de camino, en una pastelería que estaba por La Cigüeña, me compraban un brazo de gitano de nata, que seguramente ya no se llama así porque suena políticamente incorrecto. Nos sentábamos primero en sus rodillas y, ya más mayores, donde quedara una silla libre o en la escalera. En los partidos contra el Barça y el Madrid la escalera estaba tan llena que el señor del bombón helado no podía pasar. No recuerdo en qué momento, puede que después de la tragedia de Heysel, se prohibió al público sentarse en la escalera, que pintaron de amarillo porque era la vía de evacuación. 

Fue así hasta que, por edad, ya no pudimos colarnos y nos sacamos un tercer pase, un pase infantil, y mi madre nos cedió el suyo para que fuéramos los tres, pero entonces se apuntaron mis hermanas pequeñas, cuatro, que a valencianistas no les ganaba nadie, y con el tiempo acabamos en la familia con un montón de pases entre propios y prestados por mi tío Pepe cuando le sobraban.

Toda aquella magia se rompió, en cierta manera, a partir de la conversión del Valencia CF en Sociedad Anónima Deportiva, obligado por una ley hecha a la medida de Real Madrid, Barça y Athletic Club –de rebote, se benefició Osasuna– que los valencianistas no pudimos esquivar al no tener unos representantes políticos a la altura, como nos ha ocurrido siempre a los valencianos. ¡Qué rabia nos dio! Peor que perder una final. Compramos nuestras acciones, las que nos dejaron comprar, pero ya en el primer reparto se vio que las luchas de poder iban a ser entre accionistas en lugar de entre aficionados.

Nos opusimos a las ampliaciones de capital que impulsó Paco Roig –al que mi padre tanto quería y sobre el que nos advirtió, porque lo conocía bien, que no iba a dejar indiferente a nadie, como así fue–; nos opusimos porque sabíamos que esas ampliaciones acabarían en una batalla por el control de la sociedad anónima. Guardo en algún cajón el certificado de la Fundación Valencia CF –la primigenia, la buena– firmado por Juan Martín Queralt con la aportación de 10.000 pesetas que hizo mi padre a mi nombre; una por hijo más la suya, 70.000 pesetas de las de entonces a fondo perdido, para que la Fundación acudiera a la ampliación y se convirtiera en la principal accionista, para que el club siguiera siendo de todos y no acabara en manos de unos pocos. 

Recuerdo cómo se burlaron de Martín Queralt, cómo se rieron de nosotros, ilusos, que creímos que el valencianismo se uniría para evitar que el club acabara en manos de quien más dinero pusiera. Mi padre me decía, años después, que aquellos que se burlaban de nosotros eran los mismos que habían echado a Tuzón y habían puesto a Paco, y luego echaron a Paco y pusieron a Pedro Cortés..., y después pitaron a Jaume Ortí hasta no dejarle hablar justo cuando fuimos los mejores. Son los mismos –esto lo digo yo– que apoyaron a Salvo y Aurelio para que trajeran a Peter Lim y algunos de ellos están entre los que ahora se pelean por ponerse al frente de la manifestación contra Lim. Nosotros no estuvimos en esas batallas porque no sabíamos quiénes eran los buenos, si es que alguno lo era; estuvimos cuando hubo que poner dinero y perdimos. No fuimos héroes, pero tampoco villanos. A nosotros lo que nos gusta es ir al fútbol.

Nuestra historia es como la de muchas familias que se han visto retratadas por Rafa Lahuerta en La balada del bar Torino. Somos algunos de "los 5.000 irreductibles que estuvieron en el Nou Camp el 12 de abril de 1986" a los que Rafa dedica el libro. Gracias al fútbol recorrimos España porque el calendario liguero era una buena excusa para elegir dónde pasar el puente o el fin de semana. No nos desanimaba que nunca viéramos ganar fuera a aquel Valencia deprimente, desde aquel 2-0 contra el Burgos del que apenas recuerdo el frío que hacía y a Kempes embarrado en el área, hasta el 3-3 en Murcia –todo el estadio comiendo pipas–, donde no sabíamos que estábamos asistiendo al último partido y el último gol del 'Matador' en el Valencia.

Salamanca, Madrid, Elche, Sevilla… Y Barcelona. Aquel partido en Sarrià en 1983 donde miles de irreductibles fuimos a salvarnos del descenso y nos pusimos 0 a 2 en la segunda parte, pero luego, con la remontada, todo el estadio bramaba "a Segunda, a Segunda…", encaramados a la vallas metálicas que separaban a las dos aficiones y que teníamos a pocos metros, destilando un odio que no entendíamos. Mis padres, con cinco niños, pasaron mucho miedo y nos sacaron a toda prisa cuando nos marcaron el cuarto gol. El quinto lo oímos cuando corríamos por los pasillos buscando la salida.

El Espanyol protagonizó varios capítulos de aquella pasión que sirvió de pegamento a la familia. Mi padre prefería recordar lo de Sarrià de 1971, cuando perdimos el partido pero ganamos la Liga, y pasar por alto la humillación de 1983 –perdimos pero al final nos salvamos–, porque luego, también contra el Espanyol, llegaron las remontadas clave en la consecución de la Liga 2001-02, primero en Montjuic y luego en Mestalla. 

El 18 de marzo de 2019 se puso traje, corbata y la insignia que tres años antes le había entregado la presidenta Lay Hoon por ser uno de los socios más antiguos –ese día fue muy feliz–, y le acompañé del brazo a la plaza del Ayuntamiento a celebrar el Centenario. Esperaba poder saludar al presidente Anil Murthy y contarle alguna batallita, él, que era el socio número 30, testigo de todos los títulos que ha ganado el Valencia. Pero la comitiva tardó en llegar y había mucha gente apiñada, así que acabamos viéndolo sentados en una terraza para que no se cansase. Volvió a casa un poco decepcionado de que nadie se acordase de él.

El martes pasado, en el tanatorio, el Valencia CF envió una corona de flores y llamó por teléfono para dar el pésame. Lloré por él: "¿Ves como sí que se han acordado?". El próximo viernes en Mestalla volvemos a jugar contra el Espanyol. Será otro partido inolvidable y ahí estaremos para homenajear al iaio los 25 irreductibles a los que transmitió su pasión.

Gracias papá. Sit tibi terra levis

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