VALÈNCIA. M.O.M: Mother of Madness es el título de un nuevo cómic de Image que llega con la vitola de haber sido co-escrito por Emilia Clarke, la famosa actriz de la serie de HBO Juego de Tronos. En una carta de presentación la actriz confiesa que la idea la vino a la cabeza repentinamente un día cualquiera. Fue fruto del mecanismo más simple para la elaboración de ficción, estaba con un grupo de amigos en un coche charlando y surgió un: "¿No sería gracioso sí...?
Su motivación, continúa, se debe a que se considera "una feminista absoluta", aunque lo que realmente le preocupaba cuando empezó a escribir el guión son los jóvenes y la salud mental. Subraya, de hecho, la palabra jóvenes porque ella ya se considera vieja a sus 34 años. Partiendo de la base de que vio la llegada de las redes sociales y los efectos que tienen, recuerda los años de dominio absoluto de la MTV y las cadenas de videoclips musicales no por el ocio ni las horas de diversión, sino, dice, por lo mal que le hacían sentir consigo misma. Ahora se va a tomar la revancha aumentando la autoestima de las adolescentes que son como era ella.
También confiesa que las viñetas no eran su fuerte. Su hermano era un fanático de los cómics, pero no le permitían que entrase con ella en la tienda. Por eso empezó a leerlos cuando le tocó interpretar a Daenerys o Qi'ra y recorrió así decenas de convenciones de cómic. En estas singulares reuniones confiesa que descubrió que todo el ambiente es "cool", pero le preocupó la desproporción entre mujeres y hombres, aunque estuviese mejorando con los años. De ahí le surgió la idea para MOM: Mother of Madness. Una una superheroína con la que quiere luchar contra la "masculinidad tóxica", un problema que, advierte, "existe y es real", tomando los clichés del género de superhéroes pero adaptándolo realmente al gusto de las mujeres y sus problemas.
La cuestión es que las superheroínas del mundo del cómic, por regla general, suelen estar metidas en licras -igual que los superhéroes, aunque tradicionalmente se mofa uno diciendo que van en pijama-, por eso ha trabajado una superheroína diametralmente opuesta a ese estereotipo, en alguna viñeta incluso se le escapa un pedo. Su protagonista tiene poderes que provienen de sus hormonas. Todas las características negativas que se le achacan a la mujer según el ciclo menstrual, en su caso son superpoderes. Todo empezó al probar un extraño producto experimental que estaba creando su padre en un laboratorio, unas pastillas que tomó de golpe un día que sufría unos dolores insoportables. La clásica historia de siempre en estos géneros.
La historia transcurre dentro de treinta años, pero ese salto temporal sirve precisamente para criticar la claustrofobia que produce la vida que llevamos actualmente. Entre las influencias de las autoras está la serie de televisión Fleabag por los diálogos que mantenía la protagonista con el espectador. El problema que tiene una ficción tan consciente de sí misma es que, con lo ya de por sí grotesco del mundo de los superhéroes, cuando se trata de denunciar la falta de paridad en los centros de trabajo, los problemas médicos de las mujeres o el machismo en general, parece que asistimos a un panfleto autoparódico más que a una historia coherente al servicio de una idea.
La obra es un trabajo colectivo junto a la escritora Marguerite Bennett -a la que Clarke denomina su gurú de los cómics- la ilustradora Leila Leiz, con la colaboración de Isobel Richardson y la portadista Jo Ratcliffe. Es toda una declaración de intenciones cuando en la portada de la primera entrega la protagonista aparece con un pasamontañas como los que popularizaron las Pussy Riot.
Al final, al menos en este primer número, la cuestión que queda más al descubierto es la de la doble jornada a la que la protagonista se enfrenta como madre soltera. Si un objetivo tenía Clarke era que sus jóvenes lectoras femeninas tuvieran ante sí un modelo que fuese falible y con debilidades. La parte más explícita es que, como los superpoderes de la protagonista emanan de sus emociones, para poder estar en el trabajo tiene que ser introvertida y, en consecuencia, los hombres que la rodean pasan por encima de ella como suele ocurrir en ciertos ambientes de trabajo.
Partiendo de la base de que el género de los superhéroes es ridículo per se, esta forma de nadar entre dos aguas, el humor y los superpoderes con historia torturadita con el superhéroe de paisano, tal vez hubiese sido mejor pasarse a la parodia directamente. Quizá en ese terreno la experiencia personal de Clarke y sus amigas sobre los obstáculos que se encuentran las mujeres en el día a día podría tener más mordiente.
Su obsesión de crear una figura ejemplarizante e icónica para los jóvenes peca demasiado de voluntarismo. Es todo muy obvio. Si en esta columna tuviéramos que recomendar una superheroína a la lectora adolescente iríamos directos a las ensoñaciones de Julie Doucet
que sabía diferenciar realidad de ficción sin privarnos de superheroínas que también tenían la regla -en este caso valientes astronautas- e indagaba de forma incisiva en el machismo ancestral de los hombres, especialmente el de los que van de aliados, logrando que cada historia sea una obra maestra difícil de olvidar donde no solo había talento, también algo mucho más importante, honestidad con una misma y una actitud en absoluto complaciente.