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el interior de las cosas / OPINIÓN

Los círculos de la vida

13/06/2022 - 

 Mientras el colega y amigo Ernest Nabàs Orenga me persigue, casi a diario, para que encuentre valiosos documentos de un trabajo de investigación que realicé hace años, las cajas de las mudanzas inacabadas se han revelado como si fueran seres inhóspitos. Nabàs acabará escribiendo su nuevo libro, e imagino que en cualquier momento imprevisto surgirán las notas, entrevistas y reportajes impresos en papeles amarillentos, en recortes de prensa de Castellón Diario y Mediterráneo de aquellos años ochenta del pasado siglo, que tanto necesita. Los tránsitos de la vida, a veces, empaquetan, súbitamente, todas las emociones, personales y profesionales, sin orden ni concierto. 

Mientras siguen abriéndose cajas de cartón, de todos los tamaños y formas, van surgiendo trazos de la memoria vital, desde una caja, que en su origen sirvió de venta para un microondas, aparece la colección del suplemento Cuadernos del histórico periódico Mediterráneo, donde aparecía una columna propia, Cartas a Niurka y, después, El cráter de Marte. En otra caja, de botellas de vino, conviven informes de diversos reportajes, desde unas cuantas graves irregularidades urbanísticas en pueblos de la costa castellonense, hasta aquel ejemplar de Mediterráneo que un alcalde de Castelló enterró con la primera piedra de las obras de la Plaza Santa Clara. Lo hizo porque el diario incluía el artículo más ácido jamás escrito por una periodista.

Autora: Nina Theda Black

El tremendo calor, el cansancio y la lumbalgia no permiten la rapidez que quisiera el colega Nabàs Orenga. Pero, decirle, que una de las cajas, un formato de la marca Huevos Sales, me ha permitido encontrar varios tesoros. Surgieron de la nada, un costurero de mi infancia y adolescencia, y otro costurero que regalé a la muy querida abuela Pilar y que regresó cuando ella falleció. Dos tesoros olvidados. Decenas de carretes de hilos de colores, imperdibles de todos los tamaños, agujas, dedales, tijeras de costura, almohadillas para bordar y coser, rodilleras térmicas para los pantalones de mis hijos, huevos de madera para remendar y botones, centenares de botones. 

La acumulación de estos objetos es inquietante, como son los retales de ropa que atesoramos sin destino, solamente por su origen anímico. Pero los botones componen un universo de colores y formas difíciles de interpretar. Viajan con nosotras, cambian de vida, de casa, y siguen adheridos a nuestra piel, mucho más que a la ropa. Objetos circulares que vienen de la infancia, de herencias absurdas de madres, abuelas y bisabuelas.

Autor: Luc Pérénom

Los botones de vestidos jamás acabados, de chaquetas de punto que se quedaron en una manga mal confeccionada. Aquellos apliques de la ropa de unos niños que, hoy, han dejado de usar botones. Miles de botones de nácar, que eran los mejores y se compraban en la plaza madrileña de Pontejos, porque siempre había que tener estos elementos imprescindibles en todas las casas, como un ajuar. Y cuántos elementos no usados, de trajes de chaqueta, de abrigos, recambios para camisas masculinas… Y aquellos botones metálicos, con perla de plástico en el centro, que tanto triunfaron en los años sesenta y setenta entre nuestras madres, y qué no sabes porqué aparecen en tu costurero.

Quizá la vida sea como una colección de botones que atesoramos, que viajan con nosotras en esta cinta transportadora circular que son los días y los años. He ido removiendo los dedos entre los montones de botones, distribuidos en pequeñas cajas de caramelos y chocolatinas. Producen ternura y revitalizan los recuerdos. Son un símbolo indestructible de nuestro paso por la vida. Inquietante. Es la vida circular. 

Además, entre costuras, agujas e hilos de todos los colores, han surgido las pequeñas espadas de madera de La Degolla de Morella, y las fajas rojas que rodeaban la cintura de mis dos hijos pequeños cuando, la víspera del Corpus, se vestían de blanco y luchaban a carcajadas con las niñas y niños morellanos a lanzarse y tintarse con colorante, emulando el “misterio del rey Herodes cuando persiguió a los Santos Inocentes”. Menos mal que los pequeños morellanos no saben de esta historia. El próximo sábado veré a mis otros dos pequeños. Aimar y Biel, (Quim aún es un bebé), rebozados de color azafrán, corriendo por las calles empedradas, contagiados de esta batalla para la alegría. Y volveremos a vivir la belleza de la vida.

Removiendo más recuerdos, abriendo más cajas, aparecen miles de recibos bancarios sin sentido, certificados de una tintorería a domicilio, recibos del mercado central de València con sus compras online, cupones de la once dedicados a efemérides que hoy no significan nada y un sinfín de tarjetas de visita, aquellas pequeñas cartulinas de diseño pomposo o sencillo que compartían nombres, cargos y teléfonos. Tarjetas de visita que hoy no valen nada y que valieron tanto. 

Autora: Lalla Essaydi.

Escribo en medio de un total silencio dominical, añorando los sonidos de la ciudad, las correrías infantiles, los autobuses constantes, los coches rodando por la vía, las vecinas y vecinos hablando por los patios interiores. Los sonidos de las calles vivas.

La actualidad galopa sin sentido, hace días, meses y años. Produce un  ruido tremendamente insoportable. Las elecciones andaluzas están generando una ansiedad ciudadana que no merecemos. Desde aquel gobierno autonómico, desde la calle Génova, trabajan para sentenciar estos comicios como un gran triunfo y cambio de la sociedad. Pero nada es lo que parece. El resto del país sigue una rutina esperanzadora y prometedora. El mismo resto del país cruza los dedos. 

Si seguimos explorando las cajas de todas nuestras mudanzas y recuerdos entenderemos que las colecciones anímicas de objetos como los botones nos sitúan en momentos de palpar una realidad perfecta en sus formas, una excelencia, de sentir y concebir un pasado que nos lleva a un futuro. Sensaciones circulares que reconfortan y también inquietan, porque, al final, son objetos con agujeros que desconocemos. En política pasa lo mismo.  Círculos concéntricos con agujeros inciertos. Una especie de vacío y abismo. Este país camina desbocado hacia un devenir nada deseado pero jodidamente esperado. Y da igual cuántos botones cosamos a nuestra piel. 

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