Corrían a velocidad de vértigo los años de la Transición. Los mítines, los eslóganes y las falsas promesas eran moneda común. Había que cambiarlo todo. No importaba el qué ni el cómo. Solo una verdad se imponía: se avanzaba hacia la democracia. El resto, incluido el pasado, había que demonizarlo o blanquearlo. En este ámbito la izquierda no tiene rival posible. La derecha, en su permanente genuflexión, tampoco.
Un eslogan quedó para el recuerdo: Cien años de honradez y de firmeza. En la imagen, Pablo Iglesias y un joven Felipe González. Debajo dos fechas: 1879-1979. Firmeza la hubo en el Partido Socialista, y no siempre para bien. Pero no es el momento para recordar las amenazas vertidas por Pablo Iglesias a Maura en el Congreso, ni cabe detenerse en la sovietización del partido llevada a cabo por Largo Caballero (el Lenin español), ni aún menos en la insignificante rebelión del 34 (preludio de la guerra civil) o en hechos irrelevantes para la vida política y social como fue el vil asesinato del Jefe de la Oposición, Calvo Sotelo (Gil Robles se libró por no hallarse en su casa. No cabe duda: fue un acto de infame cobardía).
Desconozco si para ciertos progres de salón estos hechos deben ser calificados como pequeñas minucias, actos escasamente sobresalientes dentro de una trayectoria impoluta; como intachables se pueden considerar los GAL o los ERES. Por desgracia, los primeros nada tienen que ver con Los intocables de Eliot Ness. Los segundos tampoco diríamos que son el brillante resultado de un ejercicio práctico propuesto por la Facultad de Económicas de la prestigiosa Universidad de Yale. En esta aún luce la inscripción latina Lux et Veritas (Luz y Verdad). Una inscripción que no se halla en la esplendorosa sede nacional que tiene el PSOE en Madrid. Su ausencia se atiene a los cánones de lógica, porque viendo el panorama patrio (más Waterloo que patrio) es mejor que no lo tenga. Si la colocaran, nos tememos que las carcajadas de los transeúntes podrían alterar la sonoridad de la populosa y pacífica calle Ferraz, y esto último nadie lo desea. Ni siquiera quien se acoge, con notable ingenuidad, a este espacio de papel y tinta.
Pero los hechos que anotamos, como otros muchos, no pasaron desapercibidos para un militante que entró en el PCE en la época en la que pertenecer a esas siglas te privaba de la libertad (1956). En 1979, el aún joven y reputado catedrático de Economía dio un paso al frente y sentenció: "Y 40 de vacaciones…". Si algo le podemos reprochar es su enorme generosidad, una extrema benevolencia que vista hoy en día genera notable ternura, por lo que no cabe reconvención alguna. Nadie podía prever el desgaste moral y político de ese viejo partido en el que un día, ya lejano, tuvimos puestas nuestras máximas ilusiones. Un partido en el que creímos y al que defendimos. Lo hicimos porque nos hicieron creer, a pies juntillas, que la bandera de la ética estaba en la izquierda. Es cierto: asumimos la férrea y ciega ortodoxia. Tanto es así que militamos durante más de diez años en sus filas. Rompimos el carnet cuando comprendimos la falsedad de nuestra creencia. Filesa, Malesa y Time Sport, los Gal, la Beautiful people o un hecho sonrojante como el que perpetró, con impunidad, el hermanísimo del Vicetodo fueron la puntilla. Nadie nos acompañó. Nadie. Pero nos fuimos como entramos: con los bolsillos vacíos y con la conciencia intacta. Entramos por unos ideales y nos salimos por los mismos ideales. Nada cambió en nosotros. Quienes lo hicieron fueron los que nos engañaron. Entre sus frondosas filas estaba esa troupe de arribistas que únicamente buscaba acomodo en cualquier partido en el que pudiera tener alguna opción de entrar en sus listas electorales. Su máxima: vivir de la subvención o de un partido que debía convertirse en una suculenta y bien remunerada agencia de colocación, pero nunca sostenerse en virtud de su esfuerzo o de su capacidad. Eso nunca. Nada nuevo bajo el sol.
La Historia está ahí. Esta nos recuerda que incluso en su época más convulsa de los 80 y 90, en el PSOE se respetaba la discrepancia. Recuerdo la existencia de corrientes internas, de no pocas opiniones contrarias o de manifestaciones y huelgas contrarias al gobierno de Felipe González. Entre las corrientes más destacadas estaba Izquierda socialista, encabezada por el sempiterno rebelde Pablo Castellanos o de personalidades como García-Santesmases, a quienes nunca se les silenció, ni siquiera cuando fueron tremendamente beligerante con la entrada en la OTAN. Todos recordamos la mentira: OTAN, DE ENTRADA NO. Pocos alzaron su voz. Pero quienes lo hicieron no fueron represaliados. Tampoco Nicolás Redondo. Como líder de la UGT convocó una huelga general. Fue secundada mayoritariamente por la población. Podría haber significado la caída del gobierno. Se respetó su nombre y la trayectoria de quien pudo ser el presidente del Partido en Suresnes. Hace unos días, el propio Felipe lo ha recordado para defender, veladamente, a su hijo. Fue un acto que le honró. La defenestración de Nicolás Redondo Terreros demuestra hasta qué punto de estalinización ha llegado un partido en el que el Líder lo es todo: es el Partido. Es las siglas. Es la ideología. Es la mayoría búlgara de las votaciones internas. Es la verdad. Es progreso. Es España. Y es lo que nos conviene a ti y a mí. Si lo pones en duda: eres un fascista. Eres un retrógrado incapaz de ver su deslumbrante belleza física y espiritual. Eres un demagogo. Eres un antiespañol. Eres un golpista, como lo es Aznar (la hez de la tierra). Eres un tramontano que no asume que Otegui es un hombre de paz y Puigdemont un excelso bailarín de sardanas. Y sobre todo, eres un individuo que se atreves a decir que gran parte de los medios de comunicación son el mayor y más entrañable homenaje al viejo y glorioso No-Do, cuyas imágenes quedaron grabadas en esa generación que acudía al cine para asistir al mayor espectáculo del mundo.
En tiempos propicios para los Pactos de Múnich, en los que la mentira se solapa con la traición, vemos cómo quienes se atreven a discrepar del Ser Supremo (Roa Bastos) ve decapitada su cabeza política, en un claro homenaje a la reina de Alicia en el país de las maravillas. Solo ella, y su imitador, es capaz de decir: "¡Córtenle la cabeza! El juicio vendrá más tarde". Así les ha sucedido a los viejos y decentes socialistas. Unos por la vía de la guillotina política: Joaquín Leguina o Redondo Terreros; otros por el silencio administrativo: Paco Vázquez, Antonio Carmona o, sin ir más lejos, Tomás Gómez; y otros, me temo, lo serán en breve. Porque cuando leo que Elena Valenciano sostiene que el PSOE está en manos de "la derecha supremacista e independentista de Junts", y que desea que la ley de Amnistía no salga porque "no es posible", ¿creen acaso que le regalarán un alto cargo en Europa?
¿Qué delito ha cometido Nicolás Redondo Terreros? El peor de todos. El único que no puede ser perdonado. El que le lleva a una justa expulsión: A PENSAR POR SÍ MISMO. A no rendir pleitesía a quien no se lo merece. A no desconocer que el rey va desnudo, desnudo de conciencia y de verdad. A quien antepone España al Poder. A quien llama mentira a la falsedad. A quien nunca pactaría con quienes mataron o aplaudieron el asesinato, el secuestro, la extorsión y la ruina física y psíquica de miles de vascos que tuvieron que desplazarse a otras regiones de España para salvaguardar su vida y la de sus familia. A quien sabe que el honor y la dignidad ni se compra ni se vende, porque si lo hace perderá no solo lo ganado sino el último resquicio de lealtad hacía sí mismo.
Un Hombre como Don Nicolás Redondo Terreros no necesita ni de extraños doctorados ni de relucientes poltronas. No le hacen falta, porque su decencia y su honestidad están cosidas a su hoja de servicios. En ella no figuran intelectuales de la talla de Jorge Javier Vázquez, ni de paniaguados que no dudan en recordarle a su Excelencia que en el reino de España no hay nadie más guapo ni más alto que él. Su altura es moral. Y la moral, como la decencia, me temo que no cotizan en bolsa. Si lo hacen es a la baja, y con notables pérdidas.
Querido y admirado Nicolás, no puedo darte el pésame. Todo lo contrario. Te doy la enhorabuena, porque tú has acogido las sugestivas y reveladoras palabras vertidas por James Joyce en el Retrato del artista adolescente: "No serviré aquello en lo que ya no crea, se llame mi hogar o mi patria; y trataré de expresarme en alguno de los modos de la vida o del arte tan libremente y tan plenamente como pueda, usando para mi defensa las únicas armas que me puedo permitir: el silencio, el exilio y la sagacidad". Las has hecho tuyas y las has llevado a la práctica. Bienvenido al club. Tu presencia nos honra. Tu coraje aún más.
Juan Alfredo Obarrio Moreno es catedrático de Derecho Romano