Este viernes el editor valenciano Tomás March acude a la librería asociativa Praxis para charlar sobre Septimomiau y Taberna de Cimbeles, sus dos editoriales que dejan testimonio de la “efervescencia cultural” de la València de principios de los años ochenta
VALÈNCIA. Cuando Ana, Sol y Gerardo -capitanes de la librería asociativa Praxis- aún no habían nacido un jovencísimo Tomás March fundaba junto a su mujer, Salomé Cadenas, el Café Malvarrosa, espacio que serviría para encuentros de intelectuales en los principios de los años 80 y que darían pie a dos editoriales: Septimomiau, dedicada exclusivamente a poesía y dirigida por José Luis Falcó, Santiago Muñoz y March; y Taberna de Cimbeles, creada por March, Miguel Herráez, Miguel Más, Javier Siles y Juan Luis Ramos. Ambas nacieron con la voluntad de albergar en un mismo "cuadernillo" todo el conocimiento que se reunía entre las cuatro paredes de café, cuadernillos que ahora que por exceso de producción ahora pueden adquirirse en Praxis.
Estas dos editoriales, capitaneadas por March, nacían con la intención de poder publicar las inquietudes literarias de March y sus compañeros, además de traducciones de textos que leían de autores como Charles Williams o de Thomas Malthus entre otros. Tanto él como Muñoz, Falcó, Herráez y Más buscaban a través de las crear un cuadernillo que encapsulara sus intereses. March explica que en ese momento sus reuniones estaban impulsadas por las ganas de traer un nuevo tipo de literatura a València, rompiendo las fronteras y haciendo una buena selección de los textos que les interesaban. Junto a esto se publicaban también escritos propios que versaban de todo tipo de temas, desde amor hasta filosofía.
Cuarenta años más tarde March hace un ejercicio de memoria para hablar sobre ambas editoriales en una charla que tendrá lugar hoy viernes en la librería Praxis, en la que reflexionará sobre sus primeros pasos en el mundo editorial, la creación del Café Malvarrosa como espacio de encuentro cultural y la materialización de un sueño. Antes, lo hace con Culturplaza. Con él surge una conversación sobre la València literaria de los años 80, en la que los jóvenes editores se abrían paso con un puñado de pesetas y cientos de textos por editar. Gerardo, Ana y Sol son la otra parte de la balanza, junto a March buscan establecer una charla intergeneracional en la que reflexionar sobre la importancia de sacar un proyecto adelante desde cero para crear un espacio de encuentro cultural en la ciudad. Entre las paredes de la librería Praxis se respira el ambiente del Café Malvarrosa, que ahora vuelve a la vida a través de este encuentro en el que pasado y presente se dan la mano a través de la literatura.
March enciende su cigarro, sin importarle estar rodeado de libros, y la grabadora comienza a hacer de las suyas. Tras la primera calada comienza una conversación sobre el paso del tiempo, sobre el emprendimiento de antes y el de hoy y principalmente sobre la voluntad de crear un espacio en el que compartir conocimientos. Los libreros se recolocan por las escaleras de la librería para escuchar atentamente a March, que sin quererlo en cada conversación les proporciona valiosos consejos sobre el arte de "guardar las letras".
Mientras March habla hojea con mucho cuidado algunos ejemplares de Septimomiau y de Taberna de Cimbeles que no llegaron a venderse hace años. Confiesa que solían ser "demasiado generosos con las tiradas", algo que a día de hoy le beneficia a la hora de acercarse a Praxis a contar su historia. Puede ejemplificar su relato con sus propios libros, con esos pequeños cuadernos editoriales en los que los textos no han envejecido.
Comienza el viaje de la memoria: cuenta March que todos sus compañeros solían reunirse en la Cervecería Madrid por el año 1978 -lugar que presumía de haber elaborado por primera vez la receta del Agua de València- donde fantaseaban con crear un espacio de reunión cultural como primer proyecto: “Nos reuníamos ahí para hablar sobre literatura y arte, cada vez nos íbamos conglomerando más interesados hasta llegar a no caber, en ese momento supe que quería crear mi propio espacio”, explica, un espacio que gracias a su mujer se convierte en el Café Malvarrosa, lugar de encuentro para todas las artes: “Era nuestro punto de encuentro, desde ahí hacíamos coloquios, presentaciones de libros y todo tipo de encuentros culturales", de esta manera, y en relación con sus socios, se comienza a gestar la idea de crear una editorial: "Comenzamos a centrarnos en dar cabida a los proyectos de la València literaria que en ese momento no tenían muchas salidas, de esta idea nace el proyecto editorial de Septimomiau y Taberna de Cimbeles".
Con mucho dinero de su propio bolsillo, y de la mano de las imprentas del barrio, comenzaron a maquetar y preparar los cuadernillos de Taberna de Cimbeles -diseñados por José Cardona, "El Persa"- y de Septimomiau, un proyecto que más que a lo económico respondía a sus inquietudes propias: “Los cuadernillos no se vendían ni a un euro, lo que nos interesaba era poder crear unos cuadernos de escritura en los que poder trabajar nuestros propios proyectos, tanto en catalán como en castellano”, explica March mientras los hojea. Los diseños corrían a cargo de los interesados en publicar, algunos de ellos a través de artistas como Santiago Muñoz o de Jose Luis Falcó, entre otros nombres. En el interior de los cuadernillos se pueden encontrar desse traducciones de poemas ingleses hasta trabajos de remesa propia: “Preparábamos textos que estuviesen bien, los editábamos y tirábamos muchas veces a bastantes ejemplares -a veces hasta quinientos- luego íbamos librería en librería y ofrecíamos venderlos por unas 100 pesetas”.
March recuerda que las librerías casi siempre solían aceptar sus trabajos autoeditados, pero que sin duda de donde más dinero sacaban era de los espacios universitarios: “Nos juntábamos a vender en las escaleras de la facultad, una vez ahí conseguíamos que nos recomendaran y podíamos plantearnos acudir con más copias”, recuerda March sobre los tiempos dorados de la editorial. Con el paso de los años, y el aumento de reuniones, comenzaron a plantearse emigrar a imprentas “más serias” y trabajar con mejores papeles y formatos: “Al final escribíamos y editábamos prácticamente a la vez, el trabajo de edición corría a cargo de una sola persona que se ponía a leer los textos en voz alta dentro de una cabina y a trabajarlos”, añade. De las copias sobrantes ahora queda un legado en la librería Praxis, donde después de la charla programada la semana que viene podrán adquirirse por un precio simbólico.
Con el cigarro ya apagado March reflexiona junto a los jóvenes libreros sobre esta propuesta para darle una nueva vida a sus obras, algo que le hizo rebuscar en el baúl de su casa y viajar atrás en el tiempo: “Cuando vi las publicaciones en casa pensé que hice bien en no tirarlas a la basura, al final estamos trabajando con un proyecto que mira más hacia el pasado que hacia el futuro, pero que nos ayuda a reconocer este gran trabajo”. Entre los muros se respira ya un ambiente similar al que debía vivirse en el Café Malvarrosa en los años 80, cientos de libros son testigos de cómo March vuelve a emocionarse pasando las páginas de las primeras publicaciones de sus editoriales, que han envejecido bien, como un buen vino. Ahora es el turno de la nueva generación para preservar esta historia y trasladarla al presente, de escuchar y mirar hacia atrás para comprender la labor del intelectual, del librero y de quien comienza un proyecto con tantas ganas como ellos.
Fotos: MARGA FERRER
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