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LA NAVE DE LOS LOCOS / OPINIÓN

Primeras lecciones de la peste china

Foto: KIKE TABERNER

La peste china ha desnudado al Estado español. Se ha visto desbordado ante la crisis más grave desde la muerte de Franco. La recentralización ha fracasado. La economía tenía los pies de barro. No se puede vivir sólo del andamio y las hamacas. Los ancianos han sido humillados. Son las primeras lecciones de esta tragedia recién estrenada

11/05/2020 - 

En dos meses de encierro hemos tenido mucho tiempo para reflexionar sobre lo sucedido. Como somos personajes secundarios de una tragedia que acaba de empezar, carecemos de la perspectiva y la distancia necesarias para emitir juicios consistentes.

No soy experto en nada. Me guío por el sentido común, por lo poco aprendido en mi vida y por lo leído en libros de distintos padres. Tengo la autoridad proporcionada por los fracasos. No espero dar lecciones a nadie. Tómese lo que digo con todas las cautelas pues es probable que yerre el tiro.

En primer lugar, la peste china ha desnudado las mentiras en las que se asentaba el Estado español. Cuando ha tenido que enfrentarse a la crisis más grave desde la muerte de Franco, ha sido torpe e ineficaz. Los ciudadanos enseguida entendieron que la protección de su salud dependía de ellos y no del Gobierno. 

Los partidarios de la recentralización estábamos equivocados. La Administración central se ha revelado incompetente para frenar la expansión de la pandemia. Un Ministerio de Sanidad vacío de competencias, con un filósofo al frente, se ha estrellado contra la realidad. El Estado anoréxico ha fracasado en su política recentralizadora porque ha llegado tarde. No hay nada que hacer: el virus autonómico está tan arraigado que cualquier marcha atrás se frustrará.

Una cosa es el Estado y otra la nación. La nación, entendida como “un sugestivo proyecto de vida en común” (Ortega), no existe como tal. No somos portugueses, griegos o italianos, ciudadanos de países donde se respetan los símbolos nacionales, comenzando por la bandera y el himno. Aquí es diferente: pitar el himno, siempre que sea el español, es libertad de expresión. O quemar la foto del jefe del Estado.

Educados para obedecer

España está lejos de ser una nación de ciudadanos libres e iguales. Si así fuese, cundiría el rechazo social a la supresión de nuestros derechos y libertades. Toda la protesta se limita a chapotear en las redes fecales. El pueblo español ha sido educado para obedecer, sea con Franco o con el maniquí. A lo largo de su historia ha dado suficientes pruebas de su naturaleza bovina. En caso de haber voces críticas, el poder las censura y las persigue como pasa ahora.

Foto: POOL

Es muy probable que el autoritarismo gubernamental de estos meses sea estructural y no coyuntural, es decir, que se quede con nosotros. Con el pretexto del virus chino, los gobiernos occidentales tratan a los ciudadanos como súbditos, en unas democracias que sólo conservan el nombre.

El milagro económico español era otra falacia. Por no remontarnos a los banqueros genoveses de Carlos V, España ha vivido del crédito y de las ayudas externas. Somos una nación pedigüeña. En los años ochenta Felipe González aceptó la reconversión industrial para recibir el dinero de los franceses y alemanes con el que se construyeron  carreteras y escuelas. Este alivio financiero llegó hasta Aznar. Después, el Estado se ha endeudado para pagar los servicios básicos. Si los funcionarios y los pensionistas han cobrado ha sido gracias a la compra de deuda por los chinos, árabes y americanos. La deuda pública puede llegar al 120% del PIB. ¿Quién puede defender que España es un Estado soberano con estas condiciones?

Un modelo con pies de barro

Con gran parte de la industria liquidada por orden de González y con la invasión posterior de productos asiáticos, a España sólo le quedó el ladrillo y el pincho de tortilla para mantener la economía a flote. Era un modelo con pies de barro. Se vio en la crisis de 2008, de la que no se aprendió nada, y se ha visto con esta pandemia.

No hay futuro para un país que deja que los otros fabriquen por él. Debe considerarse la autarquía industrial: poner las bases de nueva industria española.

Después de la crisis sanitaria, España será un edificio en ruinas. Tendrá que levantarse como sea. Ha habido países como Alemania que se reconstruyeron después de dos guerras mundiales. Pero no somos alemanes. Una economía se recupera si un país cuenta con un capital humano bien formado. No es nuestro caso porque la educación ha sido arrasada.

Por tanto, lo que cabe esperar es que el modelo productivo siga siendo el mismo después de retirar los escombros. Hamaca y andamio. Turismo y construcción. Camareros y albañiles, dos oficios muy dignos, por otra parte. En el mejor de los casos, los ricos del mundo nos elegirán como lugar de diversión y de compra de una segunda residencia para pasar los últimos años de su vida.

Foto: KIKE TABERNER

Otra lección de esta tragedia es que no teníamos la mejor sanidad del mundo, tampoco la peor, evidentemente. Los profesionales sanitarios se han batido como mejor han podido, teniéndolo todo en contra, sin medios de protección adecuados. Estamos a la cabeza del mundo en número de sanitarios infectados, con más de 40.000.

La vergüenza del maltrato a los ancianos

Lo más doloroso de esta crisis ha sido, sin embargo, el trato dado a los ancianos, que representan más de la mitad de los fallecimientos. Han muerto como gorriones en las residencias. Ninguna Administración ha hecho nada efectivo para frenar esta escalada de muertes. En muchos casos, se les ha negado una asistencia sanitaria adecuada. A mi juicio, lo ocurrido es un anticipo de la eutanasia que cuenta —como no podía ser de otra manera— con el respaldo mayoritario de la sociedad. Es una solución final de sonrisa amable y democrática.

No hay futuro para un país que deja que los otros fabriquen por él. Debe considerarse la autarquía industrial: poner las bases de nueva industria española 

La última enseñanza de la tragedia española es que todo le está permitido a la izquierda. Sus errores le son perdonados en nombre de su superioridad moral. Han hecho lo que podían, se han equivocado, pero son de los nuestros, son buena gente. Esta es la justificación de sus partidarios. Se le mide con otro rasero.

En cambio, los otros, los fascistas, nunca podrán esperar la comprensión de la gente porque se da por sentado que a la derecha sólo le mueven intereses espurios y es insolidaria e insensible por naturaleza.

Esta imagen ha calado de tal manera, gracias al aparato mediático e intelectual del progresismo, que es inútil luchar contra ella.

Como sucedió al final de los mandatos de González y Zapatero, la gente volverá a votar a la derecha cuando haya perdido su empleo. Sólo lo harán cuando estén con el agua hasta el cuello, no porque haya habido 40.000 muertos por un virus.

La derecha, cuando llega al poder, sanea la economía y reduce el paro. Pero la población no se lo reconoce ni tiene por qué. A la menor oportunidad olvida que la izquierda los empujó a la ruina y vuelve a votarla.

Por mucho que algunos se empeñen en sostener lo contrario, el pueblo español carece de memoria histórica. Y quizá sea mejor así.   

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