El reencuentro, este viernes, con Eduardo Bort en el Teatro Principal de Valencia ha devuelto a la realidad a uno de los mejores músicos de los setenta que dio este país. Tenemos pendiente recuperar mucha memoria. Olvidamos con demasiada facilidad
Vivimos en una sociedad que olvida a la carrera. Y a la que le gusta usar y tirar. Actualmente, más que nunca. Cada día, con mayor rapidez. No importa perder referencias. Por eso ya no tenemos referentes. Somos una sociedad de mero consumo que no valora calidad, menos recuerdo artístico. Tampoco vivimos de la nostalgia. Hoy construimos ídolos con pies de barro que desechamos una vez exprimidos.
Eso sucede en el mundo de la música. Hemos dejado de buscar talentos. Hoy los “crean” las televisiones como fenómenos pasajeros a partir de la manipulación de la audiencia. No existe el riesgo, ni siquiera la apuesta. Todo se reduce al negocio puro y duro. Miren si no cómo se han llenado las cadenas de esos programas que denominan talent shows o concursos musicales de medio pelo donde se juega con los sueños de sus participantes. En unos se interpretan canciones de otros, pero no se innova ni se muestra talento personal; en otros son “artistas” convertidos en jueces y de cuestionado nivel quienes deciden lo que vale y lo que no vale, sin pasar la propia criba del tiempo, el mercado o la creatividad.
Por no existir, ya no existe ni la crítica para, al menos, conducir al consumidor en territorios como la música o el arte, por no hablar de otras disciplinas. Eso ya no vende, dicen unos. Más bien diría que lo que se busca con su desaparición es el ahorro económico en los mass media y sobre todo el adoctrinamiento. Se va al puro negocio. Mañana inventaremos algo diferente.
Me viene a la cabeza, por ejemplo, una auténtica generación de músicos que durante los setenta y con las dificultades añadidas de la época se atrevieron a intentar innovar, ser algo europeos. Y ese fue el caso de Eduardo Bort, el legendario músico que este pasado viernes recibía un merecido homenaje con un concierto repleto de invitados en el Teatro Principal de Valencia. Un acierto. Pero no fue un concierto de nostalgia sino de reaparición social y donde el músico valenciano demostró que él no vive de recuerdos sino que continúa creando, aunque muchas puertas se hayan mantenido cerradas para él y otros muchos de su generación a causa de la desaparición de una industria-mediática que por sí misma se suicidó y la ausencia de amplificadores para difundir ideas.
Bort y su generación fueron aventajados a su tiempo. Él fue una de las grandes figuras del rock progresivo. Se codeó con los más grandes. No quiero añadir símiles. No es el caso, pero me vale como referencia generacional a la que no llegué, pero descubrí.
Hace un tiempo tuve la oportunidad de entrevistarlo. Lo busqué tras su desaparición personal por Guatemala. Nos citamos en su casa de Rocafort, una residencia modesta y bohemia, como él se definió. Allí pasamos toda una mañana hablando de presente, pasado y futuro.
“Aquí vivimos en Zululandia. En cualquier país europeo un músico está bien considerado. España es un desastre y en este negocio hay poca gente honesta. La industria se ha quemado en su propia hoguera. Nunca ha buscado talentos sino gente a la que poder robar. Todo eso ha derivado en lo que hoy vivimos: un momento muy mediocre. Existe un problema de creatividad. Aquí no había managers, ni discográficas, ni infraestructuras. Mi generación abrió huecos para que otros pasaran, pero la mayoría no se ha consolidado”, confesaba el músico valenciano de forma muy sincera en aquella entrevista. Y ahí que continuamos.
Y es que la presencia de los músicos españoles, por poner un ejemplo, es nula en las cadenas generalistas. No tienen espacio ni cabida en las televisiones públicas y menos privadas en horario de lógica para su promoción y difusión. Están relegados a las madrugadas Y ya no hablamos de los del jazz o los sinfónicos, que sólo mantienen una presencia semanal en una segunda cadena nacional que todos pagamos y porque se trata de la orquesta de esa misma cadena pública. Pero eso sí, crear ídolos de barro a un coste desorbitado, que no falte. Ya no hablo de televisión en autonómicas, La supuesta nuestra. Menudo bamboleo interesado y redil político de poco peso, como demuestran las audiencias. Sólo interés partidista. Una perdida millonaria de tiempo que no sirve para nada, salvo cubrir nóminas y satisfacer dependencia. En eso nos hemos convertido. La voz de su amo. Pero de muy bajo nivel. Ínfimo.
Este homenaje a Eduardo Bort, programado con generosidad por el Instituto Valenciano de la Música, lo ha sido a toda una generación de músicos. Un aplauso. Al menos así lo veo hoy. No debería quedar como un hecho aislado sino servir de acicate para ir recuperando una memoria más que necesaria que bien puede comenzar en los setenta pero transitar también por décadas posteriores. Queda mucho camino por redescubrir. Vale la pena intentarlo. Si es que es que no hablamos de Alzheimer político o desconocimiento de nuestra realidad. Que es lo que os acompaña.